Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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"Lo que me salvó fue el básquet", aseguró el veterano de guerra Héctor "Chiche" Bollo

Estuvo en Malvinas como radarista del Portaviones A.R.A 25 de Mayo. Su hermano, Juan Carlos, era tripulante del Crucero Belgrano y murió en combate

Mano a mano. Chiche y Javier, padre e hijo, en una charla distendida. Fotos: Emmanuel Briane y archivo-La Nueva.

 

Por Fernando Rodríguez

Twitter: @rodriguezefe

Instagram: ferodriguez_

(Nota publicada en la edición impresa)

 

   "Crucero Belgrano adrizado a 15 grados, posible ataque de un submarino”.

   La central de información de combate del Portaviones A.R.A 25 de Mayo recibe la noticia. Son las cuatro y cuarto de la tarde del 2 de mayo de 1982. En el puesto se encuentra de guardia el radarista Héctor Bollo. Se paraliza.

   Los sentimientos se mezclan en medio de la guerra. Entre los 1.093 tripulantes del crucero dañado estaban su hermano Juan Carlos, Nilo Navas –su vecino de toda la vida- y varios amigos de Chiche.

   “Me pasaron un listado y no encontré ningún nombre conocido. Entonces, mi jefe me sugirió que fuera a rezar a la capilla”, recuerda.

   Acá en Bahía, mientras tanto, la incertidumbre y angustia invadía a la familia, como a tantos otros que poco sabían del paradero de sus seres queridos.

   El dolor se prolongó hasta el 7 de mayo, cuando Chiche llegó a Bahía y la realidad pegó más duro aún.

   “Mi mamá esperaba que viniera con mi hermano. Y tuve que contarle: ‘Mamá, no lo traje, yo estaba en el norte de las Islas y él al sur’. Y ella me dijo: ‘Entonces Juan Carlos murió’. Explicar eso con 21 años a una mamá fue complicado”, admite Chiche, con su voz firme, mezclada de sentimiento puro y resignación.

Juan Carlos junto a su mamá.

 

   En medio de aquel profundo dolor, una situación generó confusión y, paralelamente, un dejo de esperanza, aunque fuera algo un tanto utópico.

   “Después de que mi hermano había fallecido llegó una carta. ¡No te imaginás lo que fue cuando la recibimos! Fue la última que escribió, desde Ushuaia. La leímos mil veces, de arriba abajo. Mi mamá se aferraba a que él volvía. Decían, en ese momento, que buques pesqueros podían levantar náufragos y demás”, rememora.

   El relato de Bollo se torna cada vez más interesante. El quincho de la casa en calle Rivadavia, en Tiro Federal, está ambientado con mucho sentimiento. 

   Los cuadros, diplomas, condecoraciones de Juan Carlos y Héctor ocupan parte de una pared. Del otro lado están encuadradas distintas camisetas de Villa Mitre y de selecciones que defendió Javier, actual jugador del tricolor en la Liga Argentina, y uno de los cuatro hijos de Chiche.

   Él se encarga del mate. Está muy atento a lo que cuenta su papá. Sigue aprendiendo de la historia con la creció. Aunque sorprende:

   —Javier, ¿cuántas veces escuchaste esto?

   —Muy pocas.

   —¿Sí?

   —Sí. Porque si bien tenemos presente el tema Malvinas y lo escuchamos en los actos, con él no hablamos mucho de eso. Sí mi abuela nos llevaba a todos los actos; el recorrido lo conocíamos de memoria.

Javier y Marianne (atrás),  acompañando en un acto a papá.

 

   Chiche tenía un tío que era suboficial y fue quien marcó un poco el destino de los hermanos Bollo. 

   “Para nosotros era un referente, intelectual, viajado; lo mirábamos como modelo. Calculo que fue su presencia la que nos movió para ir a la Escuela, porque mi viejo (Leoncio) era comerciante y mi mamá (Dorotea Bukmeier) ama de casa. Me acuerdo que al momento de firmar para ingresar le pregunté a mi mamá: ‘¿No habrá una guerra acá?’ Y mi vieja me respondió: ‘¿Cuándo hubo guerra, Chicheee...?’”.

   La salida laboral fue el motivo para que Chiche tomara la decisión.

   Cuando fue a Malvinas estaba haciendo el curso de Cabo Primero de Operaciones. Mientras que su hermano había egresado como Cabo Segundo.

   “Había conseguido un trabajo de fletero y el básquet me significaba un vuelto. Pero, ¿de qué forma podía estudiar?. Me gustaba profesorado de Educación Física, pero no me daban los tiempos. Entonces, me incliné por Ciencias Económicas en el Juan XXIII. Arrancamos en marzo con Nilo Navas y lo pagábamos con lo que nos daban por estudiar en la Base”, contó.

   Un mes después, se encontró lejos de los libros y en medio de una guerra.

   —Chiche, ¿en esta fecha se te presenta más el recuerdo de tu hermano o del propio combate?

   —Mi hermano significa todo Malvinas. Se me mezcla la condición de veterano de guerra y familiar de un caído. Tengo la fecha presente y los recuerdos siempre me llevan ahí. Y, sobre todo el deporte, porque éramos muy deportistas. Él jugó en Estrella de Oro y después en Alem. Hasta que decidió irse a la Escuela de Mecánica. Inclusive mi hermana jugó al básquet en Estrella de Oro.

   Chiche también se inició en Estrella de Oro, jugando más tarde en San Lorenzo y Pueyrredón.

   “Cuando volví a las canchas, me agarraba (sic) cada dos por tres con cualquiera; estaba acelerado, mal. Me había puesto malo -admite-, no era el Chiche Bollo de antes. Entonces, vivía expulsado. Y pasó lo que tenía que pasar: sin ser el mejor, cumplía mi función, me suspendieron y descendimos en el '82. También eso me afectó”.

El equipo de San Lorenzo que descendió a Tercera. Parados, A. Corradini, F. Adamini, H. Bollo, E. D'Andrea, N. Benítez y N. Suárez. Abajo: M. Ducamp, E. Ruggieri, M. Adúriz, A. Bertoni, E. Benedetti y C. Adúriz.

 

   —¿Te había cambiado la personalidad?

   —Sí. Después, con el tiempo, cuando nacieron ellos (y señala a Javier) cambié, estuve más tranquilo.

   —¿El cambio de carácter al regreso de Malvinas lo atribuis al dolor, la bronca o son secuelas propias de la guerra?

   —La bronca venía por el no reconocimiento. No conseguíamos trabajo, de alguna manera te discriminaban. Lo que me salvó entonces fue el básquet. Dirigentes de Pueyrredón me ofrecieron un trabajo que me permitió tener una ocupación. ¡No hacía nada! Después, estuve 20 años en Lombardo Hogar y ahora trabajo en la Dirección General de Escuelas.

Chiche, con la camiseta de Pueyrredón.

Mar adentro

   —¿Qué significa la guerra?

   —La guerra es muy cruenta, no sirve, lo único que genera es dolor; en mi caso, por la pérdida de un ser querido, pero también para quien vuelve y se encuentra con nada.

   —¿Te costó reinsertarte?

   —En la época del '80 me costó mucho integrarme, pero el deporte me ayudó muchísimo.

   —¿Por una cuestión personal?

   —Y... Primero éramos los chicos de la guerra, después los loquitos de la guerra y más tarde excombatientes. Un presidente, hasta nos llamó héroes; no, eso fueron los que quedaron, nosotros somos veteranos de guerra. A finales de los '90 recién empezamos a tener reconocimientos. Tardaron 10 años en ponerle el nombre a la plaza que recuerda a mi hermano.

Juan Carlos, en una de sus despedidas.

 

   —¿Lo lloraste?

   —Lo que estoy contando ahora, hasta el año 2000 no podía expresarlo. Me quebraba. Me ayudó el tiempo, hacer el programa de radio (“Así Peleamos en Malvinas”, con el cual ganó un Martín Fierro) y entrevistar a veteranos de guerra. Nos costó hacerlo con mi amigo Nilo Navas, porque no sabíamos nada del rubro. Empezamos a hablar de Malvinas cuando pocos lo hacían. 

   —¿Qué extrañás de tu hermano?

   —Lo compañero que era. A pesar de tener un año menos que yo, para mí era como un hermano mayor, te marcaba cómo tenías que ser en la vida. Me faltó...

   —¿Qué sentiste en la visita al cementerio de Darwin, en 2007?

   —Ahí encontré el alma de mi hermano, el cuerpo está en el mar.

En silencio

   —Javier, ¿qué significa ser hijo de un excombatiente?

   Antes de la respuesta sale al cruce Chiche: “¿Sabés que eso nunca lo hablamos?”, dice sorprendido.

   Y responde Javier: “Es una mezcla de orgullo y una responsabilidad cuando me preguntan, generalmente, por el parentesco con Juan Carlos Bollo, el nombre que lleva la plazoleta. Y ahí uno cuenta. A veces, incluso, me preguntan cosas que nunca las hablé con él y no sé muchos detalles. Sí tengo el recuerdo, de chico, cuando en la escuela me decían que lo veían como un héroe”.

   —Chiche, ¿qué ves de vos en Javier jugador?

   —La garra que le pone para jugar, siendo que se enfrenta a rivales, muchas veces por nombre, superiores. Siempre trata de sumar para el equipo.

   —Y tienen algún parecido, ¿no?

   —Cuando Huevo Sánchez me dirigió en San Lorenzo empezó a hacerme jugar de frente al aro, porque yo, con 1m93, siempre jugaba abajo. Él me cambió, hizo que tirara de afuera. Fue quien más me marcó.

   —Javier, ¿cuántas veces lo viste llorar a tu viejo?

   Chiche lo mira y adelanta la respuesta, acaso, con un dejo de culpa: “Muchas”.

   “Bastantes -agrega Javi-. Más que nada en los actos”.

   —¿Qué valorás de tu papá?

   —Todo, desde la crianza de todos los hijos (Cristian -32-, Javier -29-, Marianne -23- y Camila -17-), a quienes nos acompañó siempre junto con mi mamá (Hilda Suárez).

   —Chiche, ¿cuál fue el sentimiento después de 74 días de guerra?

   —Cuando terminó la guerra algunos sintieron alivio, otros impotencia, no querían bajar los brazos y el resto intentaba revertir la situación. Ahí te encontrás con que muchos veteranos se quitaron la vida.

   —¿Cuál era tu pensamiento?

   —Y... Yo estaba con bronca, quería vengarme...

   —Y mantuviste el vínculo con la fuerza hasta 1984.

   —Cuando terminó la guerra no quería ser un peso para mis compañeros, por más que tenía un grado importante. Por ahí tenía más conocimiento el soldado conscripto que yo. En el '83 -reconoce- me mandaron a la Escuela Naval para hacer el curso de oficial, producto del promedio en la foja de servicio, pero me di cuenta que no era lo mío.

   La yerba del mate se lavó. Había pasado suficiente tiempo para que Javier conociera un poco más de la historia de su papá y su tío, los hermanos Bollo, un apellido que él aprendió a defender, con mucho orgullo, dentro y fuera de la cancha.

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