Bahía Blanca | Martes, 19 de marzo

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Secuelas de la historia de Eddie Roberson, marcada por encuentros y desencuentros con su papá

El estadounidense descubrió la Argentina cuando llegó a Madryn en 1985. Su hijo, Eddie Jr., ahora juega en Bahiense del Norte. 

Eddie aprendió a convivir con la particular relación que lo une a su papá. Foto: Emmanuel Briane-La Nueva.

 

Por Fernando Rodríguez / ferodriguez@lanueva.com

(Nota publicada en la edición impresa)

 

   En la terminal de ómnibus se anuncia la partida de la unidad con destino a Puerto Madryn. Es la vuelta de Eddie Roberson a la ciudad donde echó raíces, en 1985, cuando llegó con sus vitales 24 años desde Estados Unidos para reforzar al “Depo” en las Primeras Regionales. Ascendieron a la B. Vivieron momentos de gloria. Y él se convirtió en un emblema de la ciudad.

   Allí permaneció cuatro años. Eran otros tiempos. Era otro Eddie.

Cirillo García endemoniado con la pelota. Atrás (12) llega Eddie Roberson.

 

   Antes de que el micro moviera, Eddie se acordó de su hijo.

   “Habíamos tenido una discusión y fui a visitarlo a Punta Alta. Ahí me contó que se volvía a Madryn, aunque me prometió que antes nos juntaríamos a comer. Pero cuando me llamó, ya estaba en la terminal... Esa situación me sirvió para entender todo lo pasado”, cuenta Eddie Jr.

   En realidad, su nombre completo es Eddie Gabriel Roberson Olivera.

   “Me llamo así por mi papá y mi abuelo”, aclara.

Sheila, Eddie, Mónica y el abuelo.

 

   Su voz entremezcla resignación por lo que pasó, los deseos que nunca cumplió y la realidad con la que convivió.

   “Me siento orgulloso por los dos: por ser el hijo del Negro Eddie –asegura– y por mi abuelo, que fue un segundo papá”.

   Desde su partida de Madryn hasta su regreso, Eddie jugó en muchos equipos del país y hasta en Uruguay y Chile.

   La última parada fue en Sporting de Punta Alta, que marcó el final de una carrera que venía en picada y que lo limitó, aún más, después de sufrir un ACV.

Eddie, segundo desde la izquierda, en la previa al inicio del torneo puntaltense.

 

   “Estuvo complicado. Fumó mucho tiempo –recuerda Eddie Jr.– y ahora anda con oxígeno permanente. Pero la va llevando. Allá (en Madryn) tiene amigos, gente que lo contiene...".

   Eddie tiene 27 años, trabaja en YPF gas ("a veces llego muerto como para entrenar", asegura) y comenzó jugando en Independiente, para después pasar a Pueyrredón, donde se formó y creció. Desde hace dos años juega en Bahiense del Norte.

Eddie y una de sus noches iluminadas.

 

   —¿Te hubiera gustado compartir más tiempo con tu viejo?

   —Sí. Me quedó esa espina. Si bien venía de otra cultura, siempre pensó mucho en él. Me hubiera gustado pasar más tiempo de mi niñez con él, acompañarlo, poder ir a comer... Tengo el recuerdo de preguntarle: “¿Papi puedo ir al entrenamiento con vos?”. Y él siempre decía que no. En su momento no lo entendía y me daba bronca. Pero está claro que vivíamos en dos mundos totalmente distintos.

   —¿No te quedó herida?

   —No, ya está. Él ya se radicó en Madryn y de vez en cuando hablamos...

   —Inclusive fuiste a probarte a Madryn, ¿no?

   —Sí. Me llamaron de Ferro para ir a jugar el torneo local. Entrené a la mañana y a la tarde nos vimos con él, pero no me sentí bien. Además, ganaba lo mismo que acá. Estando mal emocionalmente, ¿cuánto podía rendir en la cancha? Por eso, estuve 24 horas y decidí volverme.

Eddie Roberson, cuando todavía vivía en Bahía.

 

   —Otra vez cerca de tu mamá. Esa sí que es incondicional, ¿no?

   —Ufff... Mi vieja me pregunta todos los días cómo estoy, ¡y eso que vivimos a 10 cuadras, je!. Ella siempre estuvo con nosotros.

   Mónica Olivera es bahiense y trabajaba en el aeropuerto de Madryn cuando conoció a la figura del “Depo”, quien se acercaba seguido intentando conseguir un pasaje para que pudiera venir David, su hijo estadounidense, algo que nunca concretó.

   “Ella cumplió el rol de mamá y papá. Nos crió (a él y su hermana Sheila) junto con mis abuelos. Encima –admite– yo soy medio mamero... Así que alguna vez tuve que decirle “mamá, pará un poco, ya estoy grande, je, je”.

Eddie Jr. en plena acción. 

 

   —¿Eso no te ayudó para ser un poco más duro?

   —Totalmente. Me faltó enojarme más, algo que hasta el día de hoy nunca pude lograr. Con eso de tener que hacer todo bien y ser correcto, en la cancha nunca metí un codito ni nada por del estilo, je; me mató; no tengo maldad.

   —Y también te habrá afectado la falta de la figura paterna.

   —Sí, claro. Empecé a jugar a los 8 años y mi vida era de la escuela al club y del club a casa. No tenía otra referencia. Me faltó una parte.

   —¿Considerás que si lo hubieras tenido más cerca, podrías haber crecido más basquetbolísticamente?

   —Totalmente. Fueron pequeñas cosas que podrían haber cambiado mi vida. La altura, un consejo, alguien que me acompañe...

   —Es que ni siquiera conviviste mucho con él.

   —No, porque mis viejos se separaron cuando yo era chico. Lo disfruté más cuando fue a Pueyrredón, que yo jugaba ahí.

Eddie padre, con la camiseta de Comercial.

 

   —¿Te hubiera gustado jugar con él?

   —Sí. No tuve la chance, aunque estuvimos cerca de cruzarnos. Me hubiera gustado compartir una cancha en cualquier momento.

   —¿Qué heredaste de él?

   — Basquetbolísticamente, la defensa, corregir tiros y tapar, que es una de las cosas que más me gusta. ¡Ah! Y algún tirito de tres también, je. Una lástima que no heredé su altura... Con 4 o 5 centímetros más hubiera estado bien.

Otros tiempos. Eddie padre, Eddie hijo, Mónica y Sheila.

 

   Su papá mide 2m05 y su mamá 1m79. El debió conformarse con 1m92.

   Sí, su pelo mota y la piel “color café con leche”, como él mismo define, son características similares a las de su papá.

   “Nunca sentí discriminación por tener un padre Negro. Todo lo contrario. Se sorprendían cuando lo veían conmigo. Su físico intimidaba”, recordó.

   El recorrido de Roberson padre incluyó diferentes paradas en el país. Llegó a jugar 43 partidos en Liga Nacional (Independiente de Neuquén en la ‘89 y dos pasos por Gimnasia de Comodoro, en la '94-95 y 01-02).

Roberson, jugando para Napostá.

 

   También estuvo en Chile y Uruguay. En nuestra ciudad, pasó por Estrella, Napostá, Comercial, Pueyrredón y Velocidad.

   —¿Conociste a la familia de tu papá?

   —No, es algo pendiente. Encima eran nueve hermanos. Hablo con un primo que hace rap y me manda videos. Y una tía me contactó una vez.

  Del matrimonio de Eddie y Mónica nacieron Eddie Jr. y Sheila.

   “También tengo otra hermana acá en Bahía (María Paz), una en Madryn (Daiana) y otro en Estados Unidos (David).

   “Con mi hermana de acá -cuenta Eddie- de vez en cuando nos comunicamos. Con la de Madryn para los cumpleaños y con el de Estados Unidos ya no tanto. Es grande, tiene como 45 años”.

Eddie, en la tranquilidad de su casa.

 

   —¿Qué significado tiene el día del padre para vos? 

   —Me acostumbré a pasarlo con mi vieja y mis abuelos. Mi abuelo fue como un papá. Hace dos años falleció y ahora es mi mamá, mi hermana con su marido y mis sobrinos. 

   —Claro, la figura de tu viejo no existió.

   —No, no existió. Por ahí me reprochaba que no le mandaba ni siquiera un mensaje para el día del padre, pero él me llegó a mandar mensajes de feliz cumpleaños la fecha equivocada, entonces...

   —Bueno, pero... ¿igual vas a llamarlo para saludarlo por el día del padre?

   —Sí, mirá qué casualidad que justo ayer me escribió... En realidad voy a escribirle, porque con el respirador se le complica un poco para hablar.

   Roberson padre e hijo, una historia de encuentros y desencuentros que hoy, en un día especial, escribirá otro capítulo...