Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Ese inesperado viaje que al Búho Arenas lo metió en un mundo increíble, pero real

Acompañó a un amigo a entrenar y Estudiantes lo atrapó. Llegaron los consejos de Beto Cabrera; el llamado de Magnano para ir a Boca; el paso por España... La historia del futbolista de Sporting que se transformó en basquetbolista profesional.

El Búho, en Santa Fe 51, su segunda casa durante muchos años. Fotos: Jano Rueda y archivo-La Nueva.

 

Por Fernando Rodríguez

Twitter: @rodriguezefe

Instagram: ferodriguez_

(Nota publicada en la edición impresa)

 

   Nene, nene qué vas a hacer, cuando seas grande...

   Nene, nene qué vas a hacer, cuando seas grande...

   La misma pregunta que se hacía en uno de sus temas Miguel Mateos, replicaba en Daniel Darío Arenas, allá por el 83/’84.

   “Escuchaba ese tema y me daba vueltas en la cabeza. Me preguntaba: ¿Qué voy a hacer cuándo sea grande?”, recuerda.

    El Búho es el mismo al que Norma, la mamá de su amigo Rulo Lencina le pidió que acompañara desde Punta Alta a su hijo a un entrenamiento en Estudiantes.

   Tenía 14 años. En ese momento jugaba de 6 en la octava de Sporting (aunque su puesto natural siempre fue 10) y era una de las figuritas de Espora, su segundo equipo tras iniciarse en Altense. Todavía practicaba fútbol y básquet paralelamente.

Los Mini de Altense. Parados, desde la izquierda: Roberto Iakimink, Pablo Chávez, Flavio Cuschie, Omar Celpes, Fernando Mendelberg, Darío Arenas y Dante Vecchotfi (DT). Abajo: Fabián Scaffati, Mauricio Ceramo, Alejandro Díaz, Marcelo Díaz, Carlos "Rulo" Lencina y José Impollino.

 

   Un viaje a Bahía, otro, de a poco empezó a familiarizarse y creció su ilusión.

   “Noté interés en Estudiantes. Me daban gratis los abonos para viajar hasta Punta Alta y de a poco vi que tenía posibilidades. En ese momento, para nosotros Bahía era la NBA. Ponerte la camiseta Topper de Estudiantes ya era un lujo...”, resalta el Búho.

    Pasó el tiempo, hasta que un día se encontró siendo protagonista en el Casanova, ese estadio que había conocido a los 10 años, cuando su hermano José Luis lo llevó a ver la inolvidable final del torneo local de 1980 entre Alem y El Nacional.

    “Son recuerdos imborrables. Ese partido lo vi detrás de la jirafa de calle Santa Fe. En realidad, lo único que vi fue un estadio que explotaba, la gente gritando y las cuatro caras del tablero electrónico colgado del techo”, reconoce.

Desde esa cabecera del Casanova vio la final de 1980 del torneo local.

 

    Hoy, a los 50 años, así como él revive ese partido, se cruza con gente que le recuerda la época en la que iba a ver a Estudiantes y en más de una oportunidad festejó sus triples en la Liga Nacional.

    “Todavía, alguno que me reconoce me dice que su papá lo llevaba a la cancha. Es muy lindo”, admite.

    Su función de base-escolta tirador, el puntaltense fue desarrollándola desde que empezó a entrenar en Estudiantes con Alejandro Navallo, pasando por Beto Cabrera y tantos otros que lo moldearon.

    “En Punta Alta jugaba hasta de pivot. Y un día Beto (Cabrera) me dijo que tenía que jugar de base. Otra cosa que me insistía –agrega- era que no penetrara: ‘frená y tirá’, me resaltaba”.

    —Bueno, terminó siendo, de alguna manera, tu sello distintivo.

    —Sí, por eso lo digo a modo de agradecimiento. El vio que era altito para el puesto, pero no era saltarín; empecé a frenar y tirar cada vez más lejos... Ya después, la línea de tres puntos era como un precipicio para mí, je.

Desprendiéndose de Sepo Ginóbili.

 

    —Nunca demostraste sentir presión, al contrario, la gente terminaba pidiendo que entraras, que algo ibas a aportar. ¿Es el reflejo de tu personalidad?

    —Mirá, después de viajar kilómetros y kilómetros para hacer la entrada en calor, y de esperar en el banco mi oportunidad, iba mirando, observaba, preguntaba, siempre estaba dispuesto y cuando me tocó el momento lo aproveché. Obviamente con virtudes y errores, también con días que estaba bárbaro y otros que parecía que me habían apagado la luz. A la vez, tenía tolerancia a la derrota... También a la puteada que, afortunadamente no recibí acá en Bahía...

    —Sí en Pico. ¿Encaraste a la tribuna?

    —En realidad, cuando fui a Pico estaba lesionado de una rodilla y, encima, tuve hepatitis. Lógico, la gente esperaba más de mí; la hinchada era futbolera, densa, y después de un partido me esperaron.

    —¿Y?

    —Me acompañó hasta mi casa Diego Casemayor, que era grandote, porque a mí me iban a matar, je. Me operé y a los 20 días volví a jugar. La temporada del equipo fue de menor a mayor y en un partido, después de meter un triple, me salió el demonio de adentro, me acerqué hasta la tribuna y les hice un corte de manga, je. ¡Una locura! Pero me gané el respeto, a tal punto que los mismos que me puteaban, al final de temporada entraron al vestuario a abrazarme.
 

El reencuentro con Tite

    Entre los técnicos con los que jugó el Búho en Estudiantes a Carlos Boismené lo tomó casi como un padre, acaso porque al suyo lo perdió cuando tenía solo 18 años. Hoy se siente tranquilo por haber podido despedirlo a tiempo.

    "Un día me crucé con Ignacio Elorriaga, que es acompañante terapéutico, y me pidió si podía ir a visitar a Tite, que estaba internado en un geriátrico. Obviamente que fui. Fue una ternura verlo”, contó, con un dejo de emoción.

    “'¿Te acordás de mí?', le pregunté. Me miró, sonrió y dijo: '¡El Búho...!'. Le empecé a mostrar unas revistas Encestando, estuvimos mirando televisión, compartimos un rato”, recordó.

Tite transmitiéndole tranquilidad al Búho, que escucha atentamente.

 

    El Búho aprendió a convivir con el carácter de Boismené.

    “Teníamos un buen ida y vuelta. Me cagaba a pedos, pero me decía 'vos sacudila, nunca dejes de tirarla', je”, contó.

    “En las charlas técnicas -asegura- me causaba risa más que asustarme. Por ahí estaba escribiendo en el pizarrón y terminaba tirando la tiza al piso junto con el borrador, je, je”.

    En una serie de playoffs ante Regatas le pidió un favor.

    “Me regaló una muñequera violeta y blanca, aunque yo no usaba. Me dijo ponétela, porque es de Independiente. Jugué toda la serie con esa muñequera y ganamos”, rememoró.

Los inicios

    Darío trabaja desde hace 10 años en la Aduana (lleva cinco en Bahía) y tiene tres hijas: Emilia (24 años), Josefina (20 y es cantante) y Sol (17).

Josefina, Emilia y Sol son quienes iluminan cada día a Darío.

 

   —A los 16 años Huevo Sánchez me convocó para el equipo de Liga, que estaban Willy (Scott), Fefo (Ruiz), Jorge (Faggiano), Pettorosso, Severini... En ese momento el corazón se me salía (sic). Fue un día inolvidable. Hasta ahí yo me quedaba mirando los entrenamientos.

    —¿Qué te acordás del debut contra Ferro?

    —Sólo me acuerdo de la camiseta verde de Ferro y de Sebastián Uranga, que me hizo un foul peleando un rebote. Y tiré dos libres.

    Ese partido fue el 7 de agosto de 1988, en el Casanova, por la tercera fecha de la A-1.

El testimonio de "La Nueva", en el debut del Búho.

 

    “Entré de última”, reconoce el Búho.

    “La siguiente temporada –repasó- sí tuve un partido que me quedó grabado. El Mofle (Horvath) hizo la quinta falta, Nano (Lacasa) se dio vuelta y me dijo: ‘A la cancha’. Era mi oportunidad. Y la aproveché. Me quedó una pelota y la tiré de tres. No dudé. En realidad, nunca dudaba y cuando dudé, fallé. Como en la vida”.

    —Desafortunadamente, las lesiones te persiguieron, ¿no?

    —En mi mejor momento, cuando terminé la segunda temporada en Estudiantes con Néstor (García), me quiso llevar a Peñarol, pero estaba Marcelo (Richotti) y yo consideraba que en otro lado podía jugar más. Así que me fui a Roca, que dirigía Pocha Coleffi. Y al cuarto partido me lesioné. Justo contra Peñarol y defendiendo a Marcelo. Al otro año fui a Pico y en el ‘95, en (Gimnasia) Comodoro, tuve hernia de disco. Estaba defendiendo a Sepo (Ginóbili) y me quedé duro.

Maretto, Arenas, Pickney, Bryant, Montenegro y Segal encabezan la entrada en calor. Tremendo equipo que fue subcampeón.
 

    —¿Las temporadas en Estudiantes con Néstor fueron las mejores?

    —Fue el disparador para despertar el profesionalismo en mí. Yo tenía 19 años y Néstor 24. Fue compartir la hermosa locura que tenía Hernán (Montenegro); el Loco te motivaba. Néstor era puro hambre, un revolucionario; te hacía creer que estabas para la NBA o rezar antes de un partido abrazado con todo el equipo. Capaz de dar todo por unir al equipo. Un crack. No fue casualidad todo lo que logró. También estaba Juan (Espil)... Lo que eran algunas noches del Casanova lleno... Ufff...

   Darío sumó 582 presencias en la Liga Nacional. Convirtió 4.827 puntos (8,3 por juego), con 1.030-2.358/43,7% en triples, 536-962/55,7% en dobles y 665-834/79,7% en simples.

   En total estuvo en nueve equipos y es el octavo jugador que vistió más camisetas.

   Estudiantes (de la temporada 1988 a la '92-93 y en la '96-97 y 2000-01) , Deportivo Roca ('93-94), Pico Football ('94-95), Gimnasia de Comodoro ('95-96), Olimpia ('97-98 y '98-99), Boca ('99-2000), Independiente de Pico (2001-02), Regatas de San Nicolás (2002-03) y Belgrano de San Nicolás (2004-05).

Paco Festa (10) y el Búho miran con atención el dibujo de Magnano.

 

    —¿En las 17 temporadas el llamado que más te sorprendió fue el de Boca?

    —¡Totalmente! Estaba en otra cosa.

    —Con las máquinas de café, ¿no?

    —Claro, ¿te acordás? Me había operado de pubalgia, después de cortar la temporada en Independiente de Pico. Iba a jugar picados al fútbol con amigos y algo entrenaba, pero lejos de pensar en jugar. Pasaron como ocho meses, me llamó Pichi Cerisola (agente de jugadores) y me dijo que Rubén (Magnano) me quería para reemplazar a Cocha, que se había lesionado. Primero lo rechacé, pero después lo charlé con Rubén, le dije que no estaba para jugar, aunque me convencieron y debuté contra Estudiantes. Increíble.

    —Me imagino que nunca confesaste que eras fanático de River, je.

    —Je. Ahí charlaba con la Raulito (famosa hincha del xeneize), iba a ver los entrenamientos y algunos partidos; me cruzaba con Palermo, Riquelme, los mellizos...

    —Eras un bostero más.

    —Lo peor que me pasó fue tener que ir a una peña de Boca en Zárate. Me entregaron unos presentes, había más de 1.000 personas y, de repente, empezaron a cantar “dale booo, dale booo...”, parados en las sillas... Espectacular.


Se fue en camilla

    —¿Cómo llegaste de grande a jugar en España?

    —En 2003 tenía la posibilidad de irme a Italia. Estaba la Treviso Summer League, en Benetton. Un agente me invitó, pero yo tenía 33 años. Igual, bien caradura, acepté. Había jugadores de todo el mundo y caí yo, je. Una mañana iba en el ascensor y uno me preguntó si era coach. Me miré al espejo y pensé: “¿Tan mal estoy?”. La cuestión que ganamos el torneo y me fue bárbaro. Se abrió una ventana para jugar en Rimini, en la Lega Due, con Román González, Roberto Gabini, Bruno Lábaque y Nelson Ingles.

    —¿Cómo te fue?

    —Cobraba por partido y me iba muy bien, pero yo notaba que el técnico, que era turco, no me ponía. Y si no jugaba no cobraba. Había algo raro, no me cerraba. Nunca supe qué pasaba. Y me fui. Para eso Pepe (Sánchez), que estaba en Alicante me insistía que fuera para España. Y arranqué. Mientras Pepe entrenaba con el equipo en el estadio yo lo hacía afuera con Jose Pisani, que estaba ahí. Y surgió Badajoz, de la LEB 2. Estaba Fernando Varas (jugó en Estudiantes en la 2001-02). Y firmé contrato.

    —Para lo que fue debut y despedida.

   —Sí. Porque en el debut, creo que metí cuatro triples, estaba bárbaro y en una jugada sentí como si me hubiera pegado un misil en el posterior. Seguí picando y, saltando en una pierna, llegué a tirar, la metí, me caí y explotó el estadio. Me sacaron en camilla. Tenía un desgarro de seis centímetros. Y me volví.

Darío, intentando contener a Marcelo Milanesio.

 

    —¿Volviste con la intención de retirarte?

    —Sí. Pero me llamó Villa Mitre y me copó la idea. Había un tema con el pase internacional. Entonces arreglé que me pagaran el pase y si me surgía una chance, les devolvía la plata. Y así fue. Al tiempo me llamó Belgrano de San Nicolás. Ya había jugado en Regatas. En la pretemporada tuve un problema en el tendón de Aquiles y al cuarto partido, jugando contra Atenas, frené en la bocha (como le enseño Beto) metí un tirito y me resentí. Pasé por al lado del banco y le dije a Patota (Dastugue) “sacame, no juego más”. Ese fue mi último tiro a nivel profesional.

Afuera y adentro

    Radicado en Tandil, el Búho -quien ocupa el cuarto lugar entre los jugadores que vistieron más camisetas de Liga- empezó dirigiendo a Unión y Progreso, después los propios jugadores le pidieron que jugara y tuvieron una muy buena temporada en el Provincial.

    Retirado, también fue asistente de Carlos Zulberti en Independiente de esa ciudad y hasta ocupó el cargo de manager.

Su último partido, con la camiseta de Punta Alta, ante Bahía. Lo defiende Nico Paletta.

 

   Claro que para completar el recorrido necesitaba volver al inicio. Y eso significaba ponerse la roja; sentir el “Pun, pun, talta”; reencontrarse con amigos y conocidos, con quienes lo vieron crecer pateando en el potrero y la cancha de Sporting o picando en Altense y Espora.

    “El Topa (Carbonell) dirigía la Selección y jugué el Zonal contra Bahía (2009). Fue muy emotivo –reconoce-; me organizaron una despedida que no me la esperaba. Inolvidable”.
A esta altura el Búho admite que su vínculo es con el deporte y que más allá de haber sido basquetbolista profesional, ahora no está involucrado.

   —Bueno, podés colaborar con Juan Garayzar, que estará al frente de la Asociación de Punta Alta.

   —Me alegra muchísimo. Ojalá sea un antes y un después. La región es espectacular, más allá de lo que significa Bahía. Deben empezar a nutrirse unos de otros, sumar, crecer y evolucionar, sin egoísmos, pensando en los chicos. 

Gracias por todo...

 

   El Búho creció deportivamente en su ciudad y cobró vuelo en Bahía.

   Fue uno de los tantos puntaltenses que acortó distancias, recorriendo durante años los 30 kilómetros que separan a las ciudades.

   Hoy, ya con mucho menos pelo, valora la importancia que –lejos de imaginarlo- tuvo aquel primer viaje para acompañar a su amigo Rulo...

 

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