Bahía Blanca | Martes, 19 de marzo

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El basquetbolista Herman Banegas y sus vivencias detrás del muro de la cárcel

El jugador de Liniers trabaja como guardiacárcel en la Unidad Penal Nº4 de Villa Floresta.

Herman Banegas, frente al Penal. Fotos: Jano Rueda y archivo-La Nueva

 

Por Fernando Rodríguez / @rodriguezefe

(Nota publicada en la edición impresa)

 

   Gabriel Colamarino necesitaba un jugador cerca del cesto y su amigo José Luis Pisani le recomendó uno que tenía en Ciudad de Bragado.

   Así, terminada la Liga B, Herman Banegas armó el bolso y se vino a Bahía, convirtiéndose en refuerzo de Argentino para el torneo local. En principio eran unos meses. Ya pasaron 14 años.

   Estuvo en diferentes equipos, se fue temporariamente de la ciudad, tuvo cuatro hijas y sigue acá, consolidado como uno de los internos dominantes del torneo local y, desde hace cinco años, paralelamente, afianzado en una actividad que jamás hubiera imaginado: guardiacárcel de la Unidad Penal Nº4 de Villa Floresta.

   “Es un trabajo”, dice, al tiempo que asume con naturalidad eso de estar apostado “arriba del muro”.

El límite entre la libertad y el encierro.

 

   Entre las potentes luces que iluminan las oscuras y –a veces– “largas” noches, la sombra del Flaco de 2m03 se agiganta en las alturas de la cárcel, como cuando lucha un rebote o vuelca una pelota en una cancha de básquetbol.

   El suboficial que va y viene, mirando atento, sabiendo que es el último obstáculo que separa al preso de la calle –con la responsabilidad que implica-, es el mismo que trabajó como repositor, cortando el pasto o acompañando a su papá en el reparto de mercadería de almacén por los pueblos en la zona de Bragado.

   “Nunca me imaginé trabajar en una cárcel, pero es un laburo. Mi vieja no quería saber nada, porque la verdad, no sabíamos cómo era”, reconoce.

   “Además yo no había tirado más que con una honda o un aire comprimido a un pajarito. Pero bueno, ahora –asume–, manejo una escopeta y una pistola 9 milímetros”.

Herman Banegas lleva cinco años en el servicio.

 

   La realidad es que Banegas presentó los papeles para poder ingresar a la Unidad, buscando un trabajo que le diera una estabilidad laboral.

   “Mi pensamiento –aclara– es que es más peligroso andar en la calle que estar en la cárcel”.

   —¿Cómo es eso?

   —Es que ahí, si bien están todos juntos, es más propenso que se ataquen entre ellos que al personal. En cambio, en la calle, vas caminando y por robarte un par de zapatillas capaz que te pegan un tiro en la cabeza. ¿Me entendés?

Uno de los puestos, en lo alto del muro, con una vista de 360º.

 

   —¿Cómo es convivir con los internos?

   —Con cada uno es diferente; vas aprendiendo cómo tratarlos.

   —¿Tenés vínculo directo con ellos?

   —Actualmente no. Solamente con los de buena conducta, que trabajan fuera del muro (sic). En su momento, cuando estuve como electricista de la Unidad, entraba a todos los pabellones, desde el más tranquilo al más peligroso. 

   —¿Y?

   —Mi política cuando estuve encargado de pabellón, ni bien entré, era que si querían respeto, primero me respetaran a mí. Y no soy quién para juzgar a nadie, ellos ya están cumpliendo su condena.

Los 2m03 de Banegas no pasan desapercibidos en el Penal.

 

   —¿Te beneficia tu físico o ahí adentro el tamaño no cuenta?

   —Es relativo, porque así como pueden tenerte miedo, también pueden desafiarte por el tamaño. Me pasó; me han invitado a pelear varias veces.

   —¿Cómo?

   —Me decían: “Me zarpa tu altura”.

   —¿Aprendiste a controlarte y tener la cabeza fría?

   —Sí, obvio. Se aprende. Tampoco es cuestión de andar peleándote, porque no estás en la calle. Para reducir a un interno hay que hacer los movimientos indispensables, porque si lesionás a uno, por el motivo que sea, te pueden llegar a denunciar y hasta hacerte un sumario y así complicar tu carrera.

 

Los pabellones donde se encuentran los presos.

 

   —¿Alguna vez la pasaste mal o tuviste miedo?

   —Situaciones varias, miedo no. 

   —¿Y algún hecho por el cual te arrepentiste del trabajo elegido?

   —No. Sí, por ejemplo, tuve levantado de las piernas a un interno que se había ahorcado... A otro que tenía un fierro en la mano lo encaré con un escudo... Uno me insultó, abrí un pabellón donde había 60 personas y le dije que no tenía huevos para repetirme lo que había dicho.

   —Ufff... ¿Qué te había dicho?

  —La c... de tu madre. Se me trabó la cabeza, fui y abrí la puerta. No lo tendría que haber hecho. Reconozco que estuve mal, porque si se hubieran revelado nos tomaban a los cuatro o cinco que estábamos ahí. Pero en el momento no lo pensé.

Todo controlado está en la Unidad de Villa Floresta.

 

   —¿El motín puede ser lo más peligroso?

   —Hasta ahora no viví ninguno y espero que no suceda. Es el punto extremo al que podemos llegar.

   —¿Es un trabajo en el que nunca podés relajarte?

   —No tenés que perder la atención. En los pabellones hay una persona para ver 50 o 100 internos, en cambio ellos tienen 24 horas para estar mirando a uno.

   —¿Qué relación se logra con los internos?

   —El trato puede ser el mismo con todos, depende de lo que te permita cada uno. Llevarse bien con personal de servicio está mal visto. Pero la relación que se genera entre preso y personal no tiene que pasar ese límite. Me ha tocado de estar con algún pibe que conocía de la calle y estaba preso. También hay ex presos con los que tengo trato.

   —Esto demuestra que hay gente que puede reinsertarse.

   —Hay de todo: los que dicen que no quieren volver más y vuelven; los que no les importa nada; aquellos que buscan volver porque viven mejor que en la calle y, los menos, quienes no quieren volver más y lo cumplen.

Del otro lados de las rejas...

 

   —¿Los problemas que pueden surgir los dejás adentro de la Unidad?

   —Al principio me costó. Después me acostumbré: cuando me saco el uniforme dejo los problemas de lado.

   —¿Este trabajo te hizo cambiar la personalidad?

   —Nunca traté de cambiar mi personalidad.

   —¿Cómo sos afuera de la cancha?

   —Depende. A veces mis hijas me vuelven loco, je.

Herman, rodeado de mujeres: Josefina, Yamila, Justina, Juliana y Jazmín.

 

   —¿Sos de reaccionar?

   —Depende... En el trabajo es donde menos tengo que reaccionar y en lo cotidiano trato de no reaccionar.

   —¿Trabajar de noche es una carga? ¿Hasta cuándo pensás seguir jugando?

   —A los 37 años sigo amando al básquet, aunque, por trabajar en la Unidad tuve que dejarlo un poco de lado. 

El último festejo, con Liniers, campeón en 2019.

 

   —¿Cómo la están manejando ahora?

   —Van dando ejercicios, pero en mi caso, que estoy trabajando de noche, me cuesta mucho salir a correr y demás. Y solo me aburro mucho, por lo que no estoy haciendo nada. Ya lo saben.

   —¿Esto puede significar un antes y un después en tu carrera?

   —Ya estuve siete meses sin entrenar cuando volví de La Plata. Iba a jugar una vez por semana con un grupo de chicos que jugaban en la LAB y cuando terminábamos nos tomábamos unas cervezas, por lo que era lo mismo que nada. Obviamente tenía 4 o 5 años menos.

El Flaco, con pura potencia, camino al cesto.

 

   —¿Te va a costar meterla?

   —Eso es lo más fácil de recuperar, porque nunca la metí, ja, ja... El tema es poder correr. Los pibes hoy vuelan. Pero bueno, calculo que dos o tres años más puedo jugar. El básquet, más allá del factor económico, es muy importante para mí. El día que deje no sé qué voy a hacer.

 

Momentos

 

   Después de su primera experiencia en Argentino, Banegas se fue a Gimnasia de La Plata y en su regreso a la entidad de Holdich sumó una temporada entera.

   “Ahí recibí ofertas de Liniers y Villa Mitre”, recuerda el Flaco, que junto a Yamila tuvieron cuatro hijas: Juliana y Jazmín (gemelas de 10 años), Josefina (3) y Justina (un año y 9 meses).

¡Grande pá! Herman festejó en familia el título con Liniers.

 

    —¿El básquet ya era tu medio de vida?

    —Si bien laburaba aparte, el básquet era lo más fuerte. Me fui de mi casa a los 17 años, a La Plata, sin terminar la secundaria. Dejé mis amigos, mis viejos... Dejé mucho por el básquet. Y hubo momentos que la pasé muy bien y otros mal.

   Banegas terminó juveniles en Bragado y como no había categoría se fue a La Plata, donde jugó en CEYE de Berisso.

   Volvió a Bragado a jugar el Provincial y ascendieron a la Liga B. En medio estuvo en Colón de Chivilcoy.

Herman tuvo dos pasos por Gimnasia de La Plata.

 

   En el segundo receso vino a Argentino y después pasó por Gimnasia de La Plata, Villa Mitre, San Lorenzo de Chivilcoy, volvió a Gimnasia y más tarde se instaló definitivamente en Bahía: dos años en Alem y otros en Liniers.

   —¿Qué significó Argentino para vos?

   —Argentino fue mi despegue para empezar a mejorar. Venía jugando poco y acá empecé a jugar 35 minutos. Después, ir a Gimnasia a jugar el TNA me potenció.

Banegas lucha por el rebote, con Argentino, contra Olimpo. Juan Ruiz quedó desacomodado.

 

   —¿Qué expectativas tenías como jugador?

   —Nunca tuve expectativas. Siempre lo hice porque me gustaba el básquet. Aunque tampoco me dediqué de lleno. Si lo hubiera hecho, tal vez llegaba a otro nivel. Y desde que nacieron mis hijas resigné muchas posibilidades. 

Disfrutando una de las tantas alegrías que vivió con Villa Mitre.

 

   —¿Cómo definirías tu paso por Villa Mitre?

   —Villa Mitre, para ser un club grande, parece muy de barrio. Cuando me fui a Alem, la primera vez que los enfrenté, mucha gente no entendía que festejara un doble. Pero eso también lo hice los años que jugué en Villa Mitre, entonces, por qué no iba a hacerlo en otro equipo. Juego por la camiseta que tengo puesta en ese momento. 

   —De todos modos no opaca todo lo anterior que viviste ahí.

   —¡No! Inclusive había gente me insultó durante el partido y después se quedó para saludarme. Eso es lo mejor que puede pasarte. Así es el deporte. 

Con la camiseta de Alem, rodeado de jugadores de Liniers.

 

   —¿Y Alem?

   —Como en cada club que estuve, conocí muy buena gente. 

   —El último año con Liniers volviste a festejar un título. ¿Le fuiste perdiendo el gustito a medida que sumaste campeonatos?

   —¡Nooo...! ¿Cómo? Salir campeón no tiene comparación. Y más con 37 años. Es todo un logro.

   —¿La situación que estamos viviendo te quitó motivación?

   —No, al contrario, ganas tengo, sólo necesito ponerme a punto.

   Es momento de asumir la guardia y estar concentrado. El Flaco se pone el uniforme, ingresa a la cárcel y deja el básquetbol de lado... Al menos, durante la pandemia...

 

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