Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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“Siento culpa y vergüenza, no sé cómo voy a hacer el día que me toque volver a dirigir”, confesó Paulete

El árbitro tuvo una reacción que lo marcó y que la está pagando. Casi tres meses después, rompió el silencio y le contó a "La Nueva" cómo vive esto.

"Es como una mala maniobra con el auto, apretás el freno o acelerás, y en este caso aceleré", compartó Paulet. .Fotos: Emmanuel Briane-La Nueva y archivo.

 

Por Fernando Rodríguez

Twitter: @rodriguezefe

(Nota publicada en la edición impresa)

 

   Las 23:48 del 8 de noviembre: “Hola Lucas. Disculpá que te moleste a esta hora, pero me enteré del lío que hubo. ¿Te puedo llamar?”.

   Después de no recibir respuesta, 12 minutos más tarde, segundo intento.

   —Lucas, la idea es, si querés, contar tu versión, disculparte o justificarte, nada más. Sé que seguramente para vos es un momento poco deseado. Y lo entiendo desde ese lugar.

   —Hola. Disculpame pero no estoy tranquilo como para eso... Hoy no voy a decir nada, en otro momento tal vez hablemos...

   En casi tres meses, hubo un par de intentos más y en esas oportunidades, sin evadir, Lucas Paulete pidió tiempo, hasta que, cumpliendo con su palabra, dio la cara. Y habló.

   “Esa noche, cuando me mandaste un mensaje, estaba en la cama, todavía vestido, llorando como un nene, preguntándome qué había pasado. Cuando dirigís mal un partido te cuestionás: 'mirá lo que pité, soy un burro y demás', pero esto era otra cosa totalmente diferente”.

   El local Barracas le ganaba Napostá, 80 a 74, y restaban 2m28. Era el tercer partido de la serie que definía del puesto 13 al 20 de Sub 19.

   Paulete, quien dirigía junto con Camila Robles, había sancionado una falta antideportiva a favor de Barracas, lo cual generó disconformidad en un par de espectadores, que después de exteriorizar su descontento fueron expulsados del gimnasio.

   “Hasta ahí había hecho todo bien, como está escrito en el librito”, asegura el árbitro.

   “Se intervino, se retiró a los espectadores y se resolvió la jugada -enumera-; estaba el partido para reanudarse, y se me cortó la luz”, confiesa.

   A partir de ahí, Paulete se convirtió en protagonista de uno de los hechos más sorprendentes en la historia del básquetbol local, involucrando a Bautista Fava, jugador de Napostá, quien se encontraba en la tribuna vestido de civil, sin poder jugar a raíz de una lesión.

   “Me dijo una cosa, que no viene al caso, y me sacó de eje”, recuerda Paulete, quien lo encaró y le respondió a los golpes.

   Resultado: 18 meses de suspensión para el árbitro y cuatro para el jugador.

   “A los minutos de haber pasado el hecho, le pedí disculpas a los entrenadores. Tenía asumido a lo que me exponía. El arrepentimiento –asegura- fue inmediato”.

   —¿Te había pasado tener que controlarte en otras oportunidades?

   —Siempre vivís expuesto a eso, dentro y fuera de la cancha por diferentes situaciones, pero esto fue algo totalmente ajeno al básquet.

   —¿Venías cargado por algo fuera del básquet?

   —Nunca voy a justificar mi reacción, uno no se maneja así en la vida.

   —No eras vos en ese momento.

   —Claro. Fueron 15 segundos que no era yo.

   —¿Cómo fue el minuto a minuto a partir de ahí?

   —Salí de la cancha con toda la angustia, además de tener que escuchar todo lo que me decían, y preguntándome: “¿qué pasó?”. Empecé a dirigir a los 16 años, tengo 31...

   La voz de Paulete se quiebra y hace una pausa en su relato. Los ojos le brillan. Detrás del barbijo se oculta el dolor. Es natural. Está removiendo lo que cada día viene intentando sepultar.

   Se reacomoda y continúa.

   —¿Encontraste respuesta a tu reacción?

   —Fue ese día, en ese momento, si pasaba media hora después no reaccionaba. Me han dicho poemas hermosos y hasta, a veces, me admiro cómo hay gente con capacidad para enlazar frases contra el árbitro. Pero jamás me imaginé reaccionar así. Como le dije al presidente de la Asociación (Marcelo Pallotti), a mis compañeros del Colegio, a los entrenadores y a los referentes de Napostá: “Siento culpa y vergüenza, no sé cómo voy a hacer el día que me toque volver a dirigir”.

   —¿Te costó salir a la calle?

   —Sí. Estuve una semana encerrado.

   —¿Cargás más con la condena social o con la propia sanción?

   —Es todo. Porque sabía que se truncaba mi carrera. Por la figura que ocupaba en la cancha, siendo la autoridad...

   —¿Lloraste mucho?

   —¡Seee...!  Terminé con psicólogo y psiquiatra. No es fácil ser noticia... Nunca me creo nada, siempre considero que me falta, soy de ese tipo de personas.

   —Y de repente, te encontraste con que estabas en boca de todos. ¿Te apabulló?

   —Sí, porque llegó un momento que no paraba de sonar el teléfono. Gente que me llamaba y me daba pudor preguntarle quién era; no me carburaba la cabeza. Aunque todo el mundo, sin justificar el hecho, me apoyaba para que no me desmoralizara.

   —¿A quién te costó enfrentar más?

   —A todos, en general, porque era revivir la situación a cada momento y no saber cómo pedir disculpas; era algo grave. Siempre me habían visto resolviendo determinadas situaciones, controlando a los chicos para que algún problema no pase a mayores, conteniendo los líos que venían de afuera hacia adentro, pero esta vez hice todo lo contrario. En 15 segundos tiré todo lo hecho durante 17 años. Siempre fui el primero en estar en contra de todo tipo de violencia y ahora la generé...

   —Claro, difícil de explicar que esa no es tu personalidad. Te sentiste desconocido.

   —Esto fue mucho más allá de cualquier fallo. De ahí la vergüenza. Echar a alguien o cobrar un técnico es muy fácil, ahora, tratar de manejar una situación es más difícil, pero siempre lo hice, es mi esencia.

   —¿Durante este tiempo te sentís perjudicado desde lo emocional, lo económico o ambas?

   —Lo económico no, porque lo hago con tanta pasión que ni siquiera registro cuánto gano o dejo de ganar, sin distinción de categorías que me toque arbitrar.

   —¿Qué respuesta tuviste de tus colegas que están expuestos a poder vivir una situación similar?

   —Todos me decían que era injusto que me pasara a mí. Siempre ayudé a todo el mundo. Me preguntaban, "si somos un montón, ¿por qué te pasó a vos?”.

   —¿Y? ¿Por qué te pasó?

   —Es como una mala maniobra con el auto, apretás el freno o acelerás, y en este caso aceleré.

   —¿Te imaginás volviendo a dirigir?

   —Desde el primer momento salí de todos los grupos de designaciones, no quería saber nada. Además, no fui más a ver básquet, no pisé más una cancha.

   —¿Es más difícil explicarle lo que te pasó a la gente del ambiente o a la que no pertenece al básquet?

   —A todos, porque es un hecho que no quiero volver a recordar y cada vez que hablo del tema es sacarle la cascarita a una herida que puede ir cicatrizando.

   —¿Considerás que estás pagando el error con tenerlo presente cada día?

   —Es que son todos recuerdos. Y por dentro pienso: “Tengo que esperar que pase el tiempo”.

   —¿La vida te había puesto a prueba en alguna otra situación extrema desde lo emocional?

   —Y... Nazareno (su hijo de 8 años) tuvo un accidente cuando era chiquito y se cayó arriba del fuego mientras andaba en bicicleta. Y más acá en el tiempo, cuando tenía 5 años, una mañana tuve que hacerle RCP para sacarlo adelante. Mientras dormía escuchamos un suspiro profundo, fui a ver qué pasaba y se me desvaneció en mis brazos. 

   —¿El barbijo de brigadista que tenés es de alguna institución a la que representás?

   —Sí, desde hace un tiempo soy voluntario en BBRAS (Brigadista en búsqueda de rescate, ayuda y socorro). Es una ONG que colabora en atención inmediata.

   —Y también te dedicás a la pintura, ¿no?

   —Sí, hago algo de pintura y también ayudo a Nico Onorato (árbitro) con el Midget. Siempre trato de colaborar y ayudar a otros.

   —¿Qué recuerdos lindos tenés del arbitraje?

   —Todo. 

   —¿Por qué empezaste a dirigir?

   —Empecé en Tres Arroyos, de donde soy. Hacía de amigo (árbitro de minibásquet) en Argentino Junior y me convocó Lucas Bianco para dirigir. 

   —¿Practicaste algún deporte?

   —Jugué al fútbol toda la vida en Villa del Parque, de Tres Arroyos. Siempre de arquero hasta que salí al campo, porque era rápido, más que habilidoso, je. Y después empecé a jugar al básquet. Estuve estudiando profesor de Educación Física en La Plata durante tres años y un tiempo también dirigí allá. No me recibí porque no tengo constancia para sentarme a leer. De La Plata me vine para acá, de donde es la mamá de mi hijo.

   —¿También fuiste boxeador? ¿Te gustan las manos?

   —Naaa, naaa... Siempre practiqué deportes, pero eso de boxeador es un mito.

   Lucas se distiende hablando de otros temas. La sonrisa le achina los ojos. Por un momento es el mismo de antes, el que podía caminar sin ver sombras. El que se humaniza a cada instante.

   —¿Cómo te gustaría que fuera la revancha?

   —(Silencio y con la voz entrecortada) Y... quiero volver a dirigir una final...

   —Para eso estás trabajando; síntoma que querés salir adelante.

   —Sí, sí. Espero el día que pueda ponerme la remera y colgarme el silbato.

   —A propósito, ¿qué hiciste con la ropa de árbitro?

   —La ropa estuvo tirada un mes y medio hasta que decidí lavarla, guardarla y empezar a borrar lo que pasó. De alguna manera siento que traicioné los valores que me inculcaron mis padres. Siempre me educaron con el respeto hacia el otro y no cumplí en ese punto.

   —¿Les contaste inmediatamente qué había pasado?

   —Sí. Cuando los llamé no me quedó otra que reconocer que se me cortó la luz en ese momento. Sentí una culpa grande.

   —Fue como fallarles.

   —Exacto.

   —¿Te entendieron?

   —Sí, porque me conocen.

   —Pero no te justificaron.

   —Jamás. Ni yo me justifico. Tengo que pedirle disculpas a la sociedad del básquet en general, a todos, no a uno en particular. Mi arrepentimiento es total.

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