Bahía Blanca | Domingo, 10 de diciembre

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El básquetbol los une y, también, los separa a los hermanos Larrasolo

Fueron jugadores de 9 de Julio hasta que decidieron elegir otro camino dentro de la actividad: Andrés dirige en el club y Nicolás es árbitro. 

La misma sangre y el básquetbol como bien de familia: Andrés, el DT y Nicolás, el árbitro. Fotos: Pablo Presti-La Nueva.

 

Por Fernando Rodríguez

Twitter: @rodriguezefe

(Nota publicada en la edición impresa)

 

   Francisco (30 años), Nicolás (28) y Andrés (26), los tres hermanos Larrasolo, hijos de Horacio y Mariana Ochoa, crecieron jugando al básquet en 9 de Julio. 

   “Yo era del montón”, admite Nicolás.

   “No, él era el mejor de los tres”, corrige y destaca Andrés.

   Los dos mayores continúan vinculados a la actividad, aunque transitando caminos diferentes.

   “De chico miraba a los árbitros y dirigía Minibásquet. Le empecé a sentir el gustito, y me resultaba más o menos fácil porque siempre había jugado”, cuenta Nicolás, uno de los integrantes del Colegio de Árbitros.

   Andrés empezó a estudiar psicología y después educación física, pero no había caso, su cabeza estaba en el básquet.

   “Salía de cursar a las 12 y a las dos de la tarde estaba acá (en 9 de Julio) hasta la noche”, reconoce.

   Su curiosidad por la dirección técnica había empezado mucho antes.

   “Me acuerdo que acá durante la mañana estaba Lucho Deminicis con la escuelita, y mi primo (Javier) también había arrancado con alguna categoría. Yo salía del Colegio Nacional, venía en la 512 y me bajaba en la esquina a ver si había alguien. Me pasaba toda la tarde acá", confiesa.

   "Siempre miré entrenadores -agrega-. Me gustaba mucho Ariel (Ugolini), que dirigía a mi hermano mayor. Y como pasaba muchas horas acá, además de gustarme, tenía que buscarle productividad a ese tiempo. Así empecé”, resumió Andrés, actual DT de Premini y Mini A, Infantiles B, Cadetes A, Sub 23 y Primera.

   Los dos Larrasolo eran, como tantos otros, de esos jugadores que siempre se sentían perjudicados por los árbitros.

   “Cuando entré en el Colegio empecé a empatizar con los árbitros, algo que como jugador no lograba”, confesó Nicolás.

   Andrés, por su parte, fue aprendiendo y absorbiendo conocimientos, aprovechando esta relación directa con su hermano.

   “Me acuerdo que viajé a Corrientes a ver un Argentino U17 para tratar de traer algún jugador y me fui leyendo el reglamento. Siempre me manda modificaciones de reglas. También aprendo desde su entendimiento. Cuando jugaba, yo era muy anti árbitro, de los que pensaba que siempre nos perjudicaban, hasta que entendí que no era así”, contó.

   Entre ambos, a veces se generan situaciones que van más allá del vínculo familiar.

   “El otro día -contó Nicolás- lo crucé en calle Zelarrayán después que lo habían sacado de la cancha y...”.

   “Venía que volaba -reconoció Andrés-. Justo lo vi y me tiré. Imaginate, Zelarrayán, sábado a las siete de la tarde. ¡No me chocaron de pedo!”.

   —Es decir, la culpa había sido tuya Nicolás.

   —¡Claaaro! Exacto. Algo así, je.

   —Bueno, vos también alguna vez te habrás enojado con un técnico y te la agarraste con tu hermano.

   —Nooo, yo separo. Bueno, por lo menos no voy embalado con esa calentura, je, je…

   —Andrés, ¿nunca te dirigió Nicolás?

   —Una sola vez en Infantiles B, y hubo alguna discusión, pero hay otra confianza para hablar; también me pasa con sus amigos, ya los conozco.

   —Pienso que un árbitro difícilmente puede ser el único responsable de que uno equipo gane o pierda, porque hay cantidad de situaciones previas para aprovechar o desperdiciar por un equipo. De todos modos, ¿vos, Nicolás, considerás que en algún partido el propio árbitro puede asumir que por error benefició o perjudicó a uno de los dos?

   —Sin dudas que hubo noches que no dormí por partidos que tuvieron un resultado complicado. Hay veces que el inconsciente del ser humano lleva a que muchas cosas que te dicen te las termines creyendo. Por ejemplo, en una situación que un equipo metió 2 de 24 en libres, perdió por dos puntos, pero te agreden y te dicen barbaridades por un silbato en el final, podés terminar pensando que fuiste responsable.

   —Es parte del crecimiento, ¿no?

   —Correcto. Vas forjando la personalidad. También, estoy muy en desacuerdo cuando tildan que un árbitro va a dirigir bien o mal. Como toda persona, el árbitro forja su personalidad con el correr de los partidos y todos tienen tiempos muy distintos.

   —¿Desde cuándo te sentís árbitro?

   —Tengo el recuerdo en cancha de Pueyrredón, que Andrés Iannamico me felicitó, cuando ni siquiera me conocía: “Dirigiste muy seguro”, me dijo. También, en otro partido, en Argentino, me pasó lo mismo con Jorge Paletta...

   —Seguramente sus equipos habían ganado, je, je.

   —No, no, je, je. Cuando empecé a recibir esa aceptación, por más que no fuera por parte de todos, fue importante. Siempre me sentí cómodo y, por tener buena lectura de juego, empezaron a meterme fichas y me llegó todo rápido. No había cumplido dos años arbitrando y ya estaba rindiendo para Provincial. Se me dio todo de golpe.

   —¿Eso es bueno o malo?

   —Y... Depende de cómo lo tomes. También me tocó ir a un campus internacional y no por eso tenía que creerme que era árbitro Fiba. 

   —¿Para ser árbitro tenés que ser “bicho raro”, sabiendo todo lo que debe soportar?

   —Siempre decimos que los árbitros somos eso, “bichos raros”. Hay que tener una personalidad particular.

   —¿Cómo te definirías?

   —Me considero una persona tranquila, obviamente que tengo mis enojos, pero intento mantener la calma.

   —¿Te ayuda?

   —Sí, totalmente.

   —¿Es delgada la línea entre ser tranquilo y dubitativo?

   —No, al contrario, el árbitro tiene que ser seguro y sereno. El hiperactivo es quien brinda menos seguridad. El árbitro debe tener tres tiempos: observar, analizar y decidir. Y para llegar al término dos, no te podés apurar. Si observás y decidís, casi siempre vas a equivocarte. Entonces, cuanto más seguro estás, más tiempo vas a poder tomarte para analizar y decidir.

   —¿Se acepta el error o ante el mismo se intenta demostrar lo contrario?

   —En el 95% de los casos que tomamos una decisión lo hacemos pensando que es la correcta.

   —¡Siempre tendrían que pensar que es la correcta!

   —No, porque a veces tomamos la decisión y en el momento nos damos cuenta que nos equivocamos y podemos cambiarla. Pero después, con el transcurrir del partido o al analizarlo ya más en frío, uno puede entender que se equivocó. Lo importante es asumirlo.

   —¿Es mejor sincerarse en el momento frente a quien se equivocaron o todo lo contrario?

   —Hay de todo y parte de la lectura del juego es entender el temperamento del jugador o el entrenador y saber a quién se le puede decir. Hay personas a las que si uno le reconoce el error, pueden llegar a incinerar una cancha, en ese caso, es mejor hacerlo cuando todo se enfría. Pero creo que siempre hay que reconocer cuando uno se equivoca.

   —¿A nivel local qué te permite crecer más?

   —Siempre escuchando a los mayores, comparto lo que dicen que, cuanto más grandes las categorías, más sencillo se hace, en cuanto al juego y nivel de contacto; es mucho más fácil dirigir niveles más avanzados, porque son mejores técnicamente, el concepto de ventaja y desventaja podés aplicarlo mucho mejor, entienden mucho más las reglas y aceptan distinto los fallos arbitrales.

   —¿El público que concurre a los torneos de mayores generalmente es más fácil de llevar que en menores, donde habitualmente está más vinculado a lo familiar, a lo afectivo, al entusiasmo y al sueño de tantos grandes con sus chicos?

   —Sí. A veces, en menores es muy complicado el tema de los espectadores, porque viene la familia que quiere ver al nene y muchas veces pretenden que no los toquen, aunque hay que entender que es un deporte de contacto. Para mí, lo que no terminan de entender es que se trata de un juego, los chicos tienen divertirse, y a veces se desvirtúa mucho, porque juegan a morir. Y en todo esto no ayuda cómo está hoy en día la sociedad.

   —¿Después de la pandemia notás que se agudizó la intolerancia?

   —Noto que todas las partes están más irritables: jugadores, entrenadores, árbitros y espectadores. Es comprensible y todos tenemos que entender al otro, sería todo mucho mejor.

   —Andrés, tu vida pasa por esta profesión que elegiste. En el buen sentido, ¿se puede decir que sos un enfermo del básquet?

   —Sí, en el buen y en el mal sentido, je. Cuando perdemos no puedo dormir. Mis amigos que no son de básquet generalmente me piden que deje de hablar de básquet. Para bien o para mal, soy un enfermo.

   —¿Te reconocen por ser el hermano del árbitro o ya como el técnico de 9 de Julio?

   —Creería que por ser el hermano de…

   —¿Fuiste cambiando naturalmente tu visión de los árbitros o te condicionó que tu hermano fuera parte?

   —Fue adaptarme al nuevo rol que tenía. Los primeros partidos me pasaba que, como un padre refleja la conducta en un chico, uno está a cargo de un grupo y también si se excede puede pasar lo mismo con un jugador, por lo cual, hay que ser más cuidado.

   —¿Te pasó este año, desde que empezaste a dirigir Primera?

   —No, cuando arranqué con los más chicos.

   —¿Cuándo?

   —Empecé a dirigir en 2016. Estuve con Emiliano Roldán. Siempre tratando de aprender. Cuando vino Andrés (Iannamico) le pedí ser su asistente, así que arrancaba a las tres de la tarde y terminaba a la noche con Primera. Esa época la recuerdo con mucho cariño, porque aprendí muchísimo.

   —¿Dirigir Primera era tu objetivo?

   —Apuntaba a dirigir Primera, pero no pensé que fuera tan rápido. Se presentó la posibilidad cuando se fue Emiliano y el presupuesto no era muy alto.

   —¿Sentiste en un punto que empezaste porque no había para pagarle más a otro o te sentiste valorado por lo hecho anteriormente?

   —Cada oportunidad, aunque sea suplantando al técnico por un partido, siempre la tomé como un desafío. Creo que con el tiempo se podrá valorar. Y ahora, me parece que estamos haciendo un buen año. Tal vez, se valorará más adelante.

   —Dirigiendo Primera el técnico está más expuesto y, tal vez, en algún momento te pueden juzgar más por un buen o mal resultado en esa categoría que por el trabajo diario silencioso con menores. ¿Aceptás esas condiciones y cuánta responsabilidad extra te genera?

   —Personalmente, pesa. Trato de hacer todo lo que está a mi alcance para que marche mejor la semana y los jugadores tengan más herramientas. A nivel club, los dirigentes siempre me dejaron en claro que lo importante era la formación y no los resultados. El 85% son jugadores del club, aunque yo me lo tomo de otra manera.

   —¿Cómo es dirigir jugadores con los que crecieron juntos?

   —Obviamente me llevo bien con todos, es un club de barrio y nos criamos juntos. Tengo mi círculo de amigos, con Pena, Turcato, Fer Pañalver, Damiani...

   —¿Cómo separás la relación?

   —Tengo la suerte que ellos mismo la separan. Cuando entramos a la cancha ellos son los jugadores y yo el entrenador. Sí tenemos la confianza para que me digan “por acá no o sí” y eso me da una mano enorme.

   —¿Escuchás?

   —Sí, porque lo que a mí me falta de experiencia necesito cubrirlo con la mayor cantidad de datos posibles. Después, termino tomando yo las decisiones.

   —¿Te condiciona en cuanto a la exigencia con ellos?

   —Para nada. Hubo partidos que jugaron muy poco y no hicieron ningún problema, al contrario.

   —Siempre fuiste entrenador en 9 de Julio. ¿Te proyectás más allá?

   —Sí. Es mi pasión Arranqué varias carreras, pero las dejaba porque me la pasaba acá. Apuesto 100% a esto. Estoy haciendo Eneba 3 y el curso de edición de video, todo proyectado a vivir del básquet. Sé que en algún momento, más pronto que tarde, voy a tener que irme si quiero seguir creciendo. Por ahora, disfruto las oportunidades que me va brindando el club.

   Los hermanos Andrés y Nicolás Larrasolo eligieron continuar la actividad optando por transitar caminos diferentes, esos que los une y los separa a la vez en el día a día. En definitiva, para ellos, el básquetbol es uno solo.

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