Bahía Blanca | Martes, 16 de abril

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Alejandro Ramallo y sus recuerdos e historias detrás de los 918 partidos

Se reinventó en medio de la pandemia, comenzó a trabajar y tomó la decisión: “No dirijo más a nivel profesional”. Sumó 23 temporadas en la A.

El último partido de A: Platense-Olímpico. A su lado el DT Leo Gutiérrez, a quien definió como complicado cuando era jugador. Fotos: LNB

Por Fernando Rodríguez

Twitter: @rodriguezefe

Instagram: ferodriguez_

(Nota publicada en la edición impresa)

 

   “Quiero seguir dirigiendo acá en Bahía. Y si puedo la Maxi Liga, donde me mato de risa”.

   Alejandro Ramallo se proyecta rodeado de sus hijos, en Bahía, sin estar pendiente del destino que el arbitraje le eligiera y disfrutando de tantos momentos que relegó, algo que hoy, sin arrepentirse, entiende que ya son parte del pasado.

   La decisión está tomada, guardó el bolso que lo acompañó miles y miles de kilómetros. Ese que armaba y desarmaba cada semana. El Negro tiene sus motivos.

   “A raíz de la pandemia nos quedamos sin cobrar. El 10 de abril fue mi último partido. Tuve que ponerme a laburar (electricidad, plomería, gas). Gracias a la nota que salió en “La Nueva”, me dio trabajo Guillermo Travi y ahí tranquilicé un poquito la cabeza, aunque seguí trabajando por mi cuenta”, argumenta.

   Esta situación que precipitó la decisión, le permitió descubrir lo que la vida le ponía a diario delante de sus ojos, aunque no siempre alcanzaba a ver.

   “Las nenas viven conmigo y a veces van con la mamá. Es lindo estar en Bahía, volver a casa, cenar con tus hijos... Nunca pasé tanto tiempo acá”, cuenta, casi como si hubiera descubierto un mundo nuevo.

   Más allá de lo sentimental, a los 56 años Ramallo ya vivió, disfrutó y, también, se cansó de ciertas cosas.

   “Tuve muy mala relación con los dos o tres que mandaban. Además, estoy grande y no quiero terminar dando lástima. Le perdí el gustito a dirigir una final: estuve en 19. ¿Clásicos? Peñarol-Quilmes, creo que tengo 12 o 14... No me queda más nada y no quiero retirarme siendo el número 28, después de haber sido el 6”, confiesa.

   Su primer partido de Liga A fue Olimpia-Ferro, en Venado Tuerto, con Eduardo D’Atri.

   —¿El debut en la A lo recordás por algo en especial?

   —Era la meta que quería alcanzar. Entré a la cancha a comerme a los chicos crudos, porque venía del TNA y todos me decían cómo no dirigía la Liga. Antes de empezar el partido se acercó Sebastián Uranga y le dijo a D’Atri: “hola pela”. Y le preguntó: “¿quién es este pibe?”. Me cayó muy mal. Pensé, cómo este no me conoce. Cuando empezó el partido me di cuenta que no entendía nada. Pasé de manejar un Fiat 600 a un Audi.

   —¿Por qué no llegaste a la A junto con los de tu camada?

   —Porque me había peleado con Alberto García. Yo venía en el pelotón con Estévez, Sampietro, Rodrigo, Chiti y quedé atrás. Cuando Alberto se fue a Puerto Rico me dijo: “Ahora que me voy mi último acto va a ser subirte”. Y me preguntó: “¿tenés algo para decirme? Al menos gracias...”. Y le respondí que no, porque me lo había ganado. Y yo le pregunté: “¿vos tenés algo para decirme? Porque yo me demoré casi dos años por haberte puteado en Bahía Blanca”. Y me dijo “sí, nunca nadie me puteó en la cara”; entonces le respondí: “tendrías que respetarme, porque fui el único que lo hizo”. Y quedó ahí. Después nos terminamos riendo.

   —¿Cuál fue cancha más difícil de Liga?

   —Central Entrerriano. Cuando se fue al descenso dirigí con Juan Fernández. Estuvimos una hora y media para salir.

   —¿Fue el partido que más tardaste en salir?

   —¡Nooo! Hubo otro. Jugaba Estudiantes de Olavarría, que dirigía Oveja (Hernández), contra Boca. Yo pitaba con Eduardo Bellón; me encaró Gaby Díaz, le cobré un técnico como para frenarlo y me dijo: “si tenés huevos echame”. Levanté los puños y pensé: que sea lo que Dios quiera. Me tiró un trompadón que si me agarra todavía me están buscando. Me salvó Leopoldo Ruiz Moreno, que lo agarró del cuello y lo tiró para atrás. Esa vez estuvimos dos horas para salir y, encima, nos pagaron con una bolsa llena de monedas, ja, ja...

   —¿Qué fue lo peor que te gritaron en una cancha?

   —En Junín una vez me saqué. Se ve que uno conocía a mi viejo, que acá estaba al frente de Diábolo (local nocturno) y donde laburé cuatro años. Y el tipo me dijo: “cómo no vas a ser hijo de p... si tu mamá trabajaba en Diábolo”. Me di vuelta y me transformé. Seguí dirigiendo y a la vez buscándolo, al punto que si lo agarraba le metía un trompadón.

   —¿El jugador que más te hizo reír?

   —Mariano Fierro. Había una propaganda de televisión que el árbitro estaba dibujado con el banderín levantado. Un día le hicieron un foul, no lo cobré y me dijo “estás como el de la propaganda”. Le tuve que pedir que me explicara, je. Campazzo es otro personaje y con Bruno Lábaque, aunque había partidos que quería matarlo, también me divertía.

   —¿El partido más importante que recuerdes?

   —El primer Ferro-Atenas. Ahí te recibías. La cancha de Ferro se caía de gente. Pité con Darío Rodríguez. El Etchart tiene mística, como el Casanova. Y también la final de los dos Preolímpicos.

   —¿Un técnico difícil?

   —Julio Lamas. Nos llevamos muy mal.

   —¿Un jugador complicado?

   —Leo Gutiérrez. Hasta que te respetaba. Después que lo echabas entraba en razón. Creo que al ser tan ganador se pasaba de rosca. Nos hemos dicho barbaridades, pero quedaba entre los dos y nos respetábamos.

   —¿El compañero que más cómodo te hizo sentir?

   —Jorge Rubinsztein; un monstruo. Mientras merendábamos me decía lo que iba a pasar en el partido. También, con el Colo Chaves siempre dirigí de memoria. Y los otros, Daniel Rodrigo, con quien somos muy parecidos para dirigir y el Colorado Estévez, porque está un segundo delante de todo.

   —¿Sentiste miedo alguna vez?

   —No. Una vez me escupieron muchísimo y mi compañero me pedía pararlo. Pero no, de prepo no iban a ganar.

   —¿Cuántas veces tuviste que bajar la cabeza por respetar la investidura del árbitro?

   —Ufff... Muchas veces.

   —¿Cómo te quedaste con unas zapatillas de Pichi Campana?

   —En cancha de Boca fue a reponer y me cantó la jugada que iba a hacer. “Ahora se la doy a Marcelo (Milanesio), me la devuelve en la punta, la tiro de tres y la meto”. Le dije: “bueno, dale”. Cuando bajé la vista vi que tenía las zapatillas agujereadas y se las señalé: “con lo que ganás...”. Y me sorprendió: “es que con estas gané todas las finales”. “Bueno, entonces si salís campeón me las regalás”, le pedí. Hizo la jugada y ganaron. Después de un tiempo, en un partido de Atenas se acercó al vestuario y me entregó una bolsa que tenían las zapatillas. Las doné para el Museo del Deporte.

   —¿Cometiste algún error grave por el que te mortificaste mucho tiempo?

   —Un día dirigiendo a Quilmes, después de un minuto el Huevo (Sánchez) me dijo: “reponemos nosotros”. La verdad que yo me había desconcentrado y le dije: “bueno”. Le di la pelota, el equipo sacó y los otros se volvieron locos. Inmediatamente lo advertí y tuve que cambiar la posesión. Cuando pasé al lado lo miré feo y me dijo: “era una broma Negro”. Me dijeron de todo.

   —¿Alguna vez te sentís incómodo con algún compañero?

   —Una vez en Córdoba, a mi compañero le dije: “si te vas a seguir haciendo el pelotudo mejor decí que te lesionaste. ¡Tocá algo!”.

   —¿Dirigiste nervioso algún partido de Liga?

   —Yo siempre estaba ansioso hasta que la pelota iba al aire. Me sentía tranquilo, seguro y feliz. No nervioso.

   —¿Hubo algún jugador que te quedaste con ganas de dirigir?

   —Beto Cabrera. Lo dirigí únicamente cuando inauguraron la cancha de Estrella.

   —¿Qué te dejó tu paso por el profesionalismo?

   —(Piensa) Me dejó el reconocimiento que yo no creo habérmelo ganado. Me mandaron mensajes Pepe Sánchez, Caio, Casalánguida, Vecchio, árbitros de todos lados... Muchos me preguntan por qué la gente me respeta tanto y es porque te ponen en un podio al cual no llegan muchos. De todos modos lo que me llena de orgullo es que mi foto este en lo alto de la Asociación Bahiense de Básquet, en medio de tantos monstruos de todos los tiempos.

   Se terminó la etapa profesional de Alejandro Ramallo, quien supo ganarse un lugar entre los más destacados de la historia de la Capital del Básquet. Así lo avalan las 23 temporadas de Liga A y los 918 partidos que dirigió. Así y todo, en Bahía, hay Negro para rato...

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