Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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De Lizaso cumple hoy 75 años: “No hay día que no piense en Lito o Beto; la verdad que los extraño..."

Los recuerdos del necochense que en Bahía descubrió un mundo nuevo dentro del deporte. Integrante de un trío que marcó a fuego una época.

Fruet, Cabrera y De Lizaso. ¿Algo más que decir...? Fotos: archivo-La Nueva.

 

Por Fernando Rodríguez

Twitter: @rodriguezefe

Instagram: ferodriguez_

(Nota publicada en la edición impresa)

 

   Polo mira por el espejo retrovisor y puede ver el largo y exitoso recorrido desde que salió de su Necochea natal para instalarse en nuestra ciudad, donde descubrió “otro básquetbol”.

   “Era una forma muy distinta de pensar, de ver y sentir el básquet. Para mí fue un aprendizaje generalizado. En Bahía había mucha pasión”, compara.

   Pasaron 57 años desde que tomó aquella decisión que le modificó el camino.

   —¿El básquet fue el motivo por el que dejaste la carrera universitaria?

   —Y... sí; tuvo que ver.

   —A pesar de que tu objetivo, al principio, no pasaba por dedicarte exclusivamente al básquet.

   —No, pero me fue llevando. Perdí mucho tiempo. Después, cuando era jovencito falleció mi padre y hubo situaciones que cambiaron el rumbo de mi vida.

Polo con la camiseta de Olimpo.
 

   José Ignacio De Lizaso llegó a Bahía con 18 años y hoy cumple 75. Siempre hay motivos para festejar, más allá de que no recibirá el llamado de Lito o Beto. Con el tiempo fue enfrentando esa realidad, aunque le cuesta terminar de asumirla. Acaso, nunca lo logre por completo.

   “No hay día que no piense en Lito o Beto –confiesa-. La verdad que los extraño...”.

   Y no es para menos. Los tres fueron referentes de una época cargada de gloria, que hoy se recuerda con melancolía. Fueron responsables de liderar a un grupo que los siguió y, entre todos, afrontaron mil batallas.

   Le dieron identidad a la ciudad, excediendo el marco estrictamente deportivo.

Uno de los tantos regresos triunfales con la selección de Provincia. Beto, Monachesi, Polo, Ojunián y Adolfo Scheines.

 

   El básquetbol se convirtió en cultura para Bahía Blanca. Ellos se encargaron de poner de pie a la ciudad, de dividirla puertas adentro con los clásicos Olimpo-Estudiantes y de unirla cuando ,dejando la rivalidad a un lado, compartían la camiseta de Bahía, de Provincia y hasta de Argentina.

   Pasaron muchos años y el recuerdo sigue vivo. Aunque es imposible encastrar lo que sucedió entonces en los tiempos que vivimos. No obstante fue tan fuerte el legado que Bahía Blanca, además de recoger los frutos, siguió sembrando básquetbol.

***

   Por estos días Polo estuvo en Buenos Aires, visitando médicos para realizarse algunos estudios.

   —¿En qué etapa de la vida estás?

   —Tengo dos hijos, cuatro nietos, estoy divorciados y sigo dedicándome al campo. Mi gran pasión de siempre ha sido el básquetbol y trato de seguirlo. No puedo dejarlo de ninguna manera.

   El Negro nació en Necochea y vivió hasta los 10 años en un campo de Energía, localidad ubicada a 50 kilómetros. Su vínculo con la naranja comenzó como un simple juego, vistiendo las camisetas de Boca y Rivadavia de la ciudad balnearia antes de vincularse a Olimpo.

El 8, con la camiseta de Mar del Plata.

 

   —¿Qué te llevó a ser jugador?

   —Mirá, ni yo mismo lo sé. El otro día alguien publicó en una página de históricos del básquet un jueguito que era como un trampolín, al que apretabas y salía la pelotita. Yo de chico vivía en el campo y mi viejo me regaló uno de esos. Y entiendo que fue lo que motivó mi acercamiento al básquet, un deporte, hasta ese momento, desconocido para mí. Incluso, no tengo antecedentes de familiares vinculados al básquet.

   —¿Cuando surgió la posibilidad de Olimpo ya tenías decidido venir a Bahía a estudiar Agronomía?

   —Sí. Unos meses antes Olimpo jugó en Necochea, en el ‘63. Le ganamos, aunque no jugó Fruet y me sirvió para medirme. Entonces ya integraba la selección de Mar del Plata. 

   —¿Sabías dónde te metías?

   —Realmente no. Sólo sabía que Bahía era una buena plaza dentro de la provincia.

   —Claro, es que recién ahí Bahía empezó a forjar su nombre propio.

   —Ahí empezaron los amistosos, Bahía ganó el Provincial de Olavarría (1964) después de muchos años sin ganar y se fue formando un equipo que empezó a dejar su huella. Me acuerdo que, entre otros, estaban Pedro Castaldi que jugaba de pivote, Tito Loustau, un gran tirador de ganchos y después llegaron unos lunguitos que nos dieron una mano.

   —Y ustedes fueron ensamblando las piezas, respondiendo como equipo más allá de los egos personales.

   —Creo que eso fue muy importante, porque todos tenemos egos. Y el Lungo Brusa fue muy valioso en ese aspecto, hablando con cada uno, priorizando siempre a Bahía, olvidando alguna rencilla que se generaba en los clásicos.

Su estilo y forma de sentir sintetizado en este festejo.

 

   —¿Es cierto que la rivalidad Olimpo-Estudiantes se terminaba cuando cada uno se ponía la camiseta de Bahía?

   —Sí, es cierto. Un asado y se solucionaba. Y en eso el Lungo la tenía bien clara. 

   —¿Cuándo considerás que empezó a forjarse lo que significa hoy el básquetbol en Bahía Blanca?

   —Perdimos -en 1967- con Yugoslavia (92-70) y Polonia (85-82) y nos íbamos dando cuenta de lo cerquita que estábamos. Incluso, algunos jugadores altos aparecieron medio sorpresivamente, como Giorgio Ugozzoli, que se adaptó perfectamente a pesar de no jugar de chico. Al tener uno de dos metros, que pudiera bancar a uno de los grandes del rival, ya era otra cosa. Después aparecieron Monachesi, Cortondo... En la media cancha siempre hubo buenos jugadores, como Raúl López, Raúl Alvarez, Miguel Chicharro... 

   —Hoy serían jugadores profesionales.

   —Hoy tendríamos ofertas imposibles de rechazar. Por eso, al no haber un profesionalismo declarado, ayudó para que el equipo se mantuviera varios años y deje una marca. Muchos de nosotros tuvimos ofertas económicas, que si bien no iban a salvarnos la vida, ni siquiera las tomába

mos en cuenta. Lo importante era crecer con Bahía. Después se fueron dando los resultados. 

De Lizaso distribuye juego frente a Yugoslavia. La noche anterior a esta foto, la Selección local dio la sorpresa.

 

   —¿Hay un triunfo que tengas muy guardado?

   —Contra Yugoslavia (entonces campeón del Mundo, 78 a 75, el 3 de julio de 1971) y cuando le ganamos a la Unión Atlética Amateur de Estados Unidos (86 a 69, el 20 de septiembre de 1969)... Fueron parte de ese proceso. Pero nuestro gran despegue creo que fue el Argentino del ’66 (en Jujuy). Esa final que le ganamos a Córdoba (82-72), que tenía un gran equipo. Y ahí, casi sin querer, nos propusimos seguir siendo los mejores. Y todos querían ganarnos. 

   —¿Tu mejor partido?

   —Contra Yugoslavia jugué muy bien; había salido Beto faltando cinco minutos y sobre el final manejé el partido, durmiendo la pelota alrededor de 25 segundos. Los yugoslavos pensaron que tenían tiempo de darlo vuelta, pero le tuvimos la pelota y le seguimos jugando.

   —¿Te retiraste con el deber cumplido o te quedó algo pendiente?

   —Cuando decidí radicarme nuevamente en Necochea ya me costaba mucho viajar. Había conseguido todo lo posible; de hecho, soy el de mayor porcentaje de triunfos en torneos Provinciales (10 de 11) y Argentinos (8 de 11).

El ideal

   —¿Beto era el que reunía todas las condiciones en cuanto a imagen y calidad?

   —Sin dudas. Aunque era jodido igual que nosotros, pero tenía más decoro. Nosotros gesticulábamos, nos cobraban técnicos... En cambio él hablaba mucho más despacito. Pero era bravísimo. Igual, esa combinación a todos nos dio buenos resultados.

   —En una oportunidad tuviste un cruce feo con él. ¿Qué pasó?

   —Se me fue un poco la mano y le pegué en un ojo con el codo, pero...

   —¿Dejó alguna herida abierta en la relación?

   —En la relación quedó una herida, pero no fue para tanto. Es como que le pedí las disculpas del caso: “Mirá Beto, es imposible que yo pueda apuntarte con mi codo al centro del ojo para lastimarte”. No sé si lo entendió de movida, pero con el tiempo, el hecho de haberlo tratado y, sobre todo, de mostrar arrepentimiento, un poco fue suavizando la cosa. Pasó mucho tiempo y no quedó ninguna secuela entre nosotros.

Polo le ganó por la línea de Beto. Rivales, compañeros y, el último tiempo, amigos...

 

   —Beto alguna vez te definió así: “Su personalidad era tan sólida que transmitía confianza”. ¿Fue natural o esa pasión te la contagió el fervor bahiense?

   —La verdad que no sé. ¿Qué hubiese pasado si me iba a jugar, por ejemplo, a Mar del Plata? Capaz que también explotaba, o simplemente hubiera seguido siendo un jugador de selección local. Sí está claro que en Bahía encontré un campo muy propicio para crecer.

   —Con Beto fortalecieron la relación ya de grandes, ¿no?

   —El último tiempo nos habíamos hecho bastante amigos. Me invitaba a cenar a la casa, a jugar partidos de tres contra tres... se  divertía, je. Hasta una vez viajé a Bahía sin equipo y se me apareció con ropa para que jugara. 

   —¿Qué perdiste con la partida de Lito y Beto?

   —Un día fui a ver a Beto a su negocio de seguros pensando que me invitaría otra vez a jugar un tres contra tres y me dijo: “Sabés Negro que me han salido unas manchas en las piernas, pero es medio extraño, porque no me golpeé. Así que esta vez te voy a fallar”. Un mes después me di cuenta de la gravedad del caso y dos meses después, aproximadamente, falleció. Fue duro. Y el Flaco Fruet fue mi amigo de siempre; pensábamos igual, sin envidia... Las veces que fui a Bahía después que falleció me faltaba algo. Pero así es la vida y de alguna forma nos disfrutamos.

Polo y Lito se unen en el festejo, durante el Provincial de Punta Alta. Esa pasión conmovía.

 

   —¿Qué tenían en común?

   —A los dos les encantaba ganar y, a la vez, aprender cómo podíamos hacer para ganar. Hicimos feliz a mucha gente... Tal vez no ganamos la plata que tendríamos que haber ganado, pero no cualquiera logra que distingan a una ciudad capital nacional de un deporte.

   —A raíz de lo que mencionaste de la plata, ¿sentís rencor por no haber nacido unos años más tarde, cuando el básquetbol se profesionalizó?

   —No. Las cosas se dieron así. Aunque a veces pienso, qué lindo hubiera tener como medio de vida eso que hacíamos con tanto cariño y orgullo...

   La gente aún los aplaude por cómo defendieron la camiseta. Fruet, Cabrera y De Lizaso, al igual que tantos otros, fueron el orgullo de toda una ciudad.

   Hoy cada recuerdo es una caricia al alma. Como volver a ponerse la camiseta. Y ese regalo, a esta altura de la vida, no tiene precio.

   ¡Que los cumplas muy feliz Polo!

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