Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Juan Andrés García: “Me he amigado demasiado con la soledad”

Lo bueno y malo que intentó imponer en su paso por el profesionalismo; la exigencia a los DT con los que trabaja; los 26 años en El Nacional y su decisión de ser soltero. Conociendo un poco más al experimentado entrenador.

Una charla a "cielo abierto" con Juan García. Fotos: Emmanuel Briane y archivo-La Nueva.

 

Por Fernando Rodríguez

Twitter: @rodriguezefe

Instagram: ferodriguez_

(Ampliación de la nota publicada en la edición impresa)

 

   La personalidad de Juan García es parte del legado de Manuel, su papá, un taxista de raza, a quien perdió hace 30 años: “Me dejó lo que nos dejaron nuestros padres: buenos ejemplos… Alguien que se olvidaba un vuelto se lo llevaba a la puerta de la casa; gente de bien…”, grafica, entre orgullo, agradecimiento y melancolía.

   Con ese molde se formó y creció en el barrio y el club La Falda, donde, con los años, el jugador le fue dando lugar al entrenador, mientras desarrollaba paralelamente otras actividades.

   “Tuve varios trabajos –aclara Juan-, bastante en gastronomía: mozo de mostrador, estuve dos años el buffet del club La Falda, trabajé en la confitería de la Terminal, en una fábrica de jugos y, también, fui cadete en una inmobiliaria”.

   El segundo llamado de Olimpo, en 1987 (había estado en 1985 junto a Juanqui Alonso) fue con pedido de exclusividad en nuestra ciudad, por lo cual se volcó definitivamente a su profesión.

   “Ahí largué las otras actividades”, recuerda.

   Su pasión por el básquetbol lo absorbió. Y, a la vez, tuvo hasta hace poco menos de dos años a una fiel compañera: Lucía, su mamá.

   “Por mi trabajo, cuando tendría que haberme ido de mi casa no me fui; ella se quedaba sola y no tenía sentido dejarla, así que fuimos compañeros durante 59 años”, apunta.

   Asumida la natural pérdida, la curiosidad fue la fecha de su despedida: 19 de junio de 2019, mismo día que falleció su papá.

   —¿Haber decidido acompañar a tu mamá, de alguna manera fue el motivo para no formar pareja?

   —Me dijo una vez Lito Fruet: “Vos no te vas a casar”, je. No sé, en realidad tuve y tengo mis amistades y parejas, pero nada serio. Pero bueno, Cormillot se casó a los 82 años... Estoy a tiempo, je.

   —¿Qué disfrutás más allá del básquet?

   —Una película, una sobremesa de café con amigos…

   —¿Hablando de básquet?

   —No necesariamente. Sí he forjado los amigos cerca del básquet, aunque no necesariamente compartir significa, como antes, agarrar los vasitos y hacer cortinas o jugadas arriba de la mesa, je. Son cosas que hoy cuestan disfrutarlas. Hay un poco más de soledad en ese aspecto, de cada cual mirar más para adentro que para los costados y, así, evitar molestar a los demás.

   —¿Seguís vinculado a la Iglesia Evangélica?

   —Sí, especialmente acompañaba a mi mamá. Sigo recibiendo informaciones, las reuniones virtuales, sigo creyendo y pensando igual, pero nunca fui muy activo de la religión. En realidad, no sé la rama, no tenemos santos ni curas, pero en el fondo creo que todos estamos en lo mismo.

   —¿Mantenés el vínculo con tu hermano de Neuquén?

   —Sí. Tiene siete hijos y el último, de tres años, es su perdición. Esto de mi mamá nos acercó mucho. En Neuquén está mi familia, mi única tía, mis primos, sobrinos…

   —¿Te sentís identificado cuando se habla de la soledad del entrenador y, también, la necesitás de alguna manera?

   —No estoy seguro. Me parece que el entrenador en su profesión está solo; siempre se lo juzga, entonces, de alguna manera se pone a la defensiva. De por si el entrenador es un bicho medio raro: camina mirando para atrás, no siempre confía en la gente que tiene cerca, se apoya mucho contra la pared como protección… Eso me parece que es la soledad del entrenador y, a su vez, cuando concreta algo queda un vacío importante por tanto espíritu y tantos nervios, porque el día no termina cuando finaliza la práctica… Después, lo otro, es la personalidad de cada uno. Yo tengo mi soledad y convivo con eso, te diría que me he amigado demasiado con la soledad. Me rehúso mucho a los compromisos, por lo tanto, cuando algo huele a eso, naturalmente me corro un poco. Digo, no ha llegado la persona, pero capaz que llegó y me acobardé…

   —Y estás cómodo así.

   —Sí. Sabía que me iba a pasar de extrañar tener hijos, sabía que me iban a faltar algunas cosas de familia, pero bueno, algún día lo elegí, entonces, hay que ser guapo y seguir.

Lo bancaron

   —¿Los años de profesionalismo los tomás como parte de tu carrera?

   —Lo tomo así, como parte de la carrera. Dirigí Liga Nacional porque estaba en El Nacional. Cuando compramos la plaza, me consta que llegaron listados de jugadores nacionales, extranjeros y entrenadores. Y Gustavo (Iraola) fue desechando los entrenadores. Dijo: “acá el entrenador es Juan, no se discute”, cuando yo mismo lo hubiera puesto en duda, buscando la mejor opción y sin apurarse. En un momento dijo una frase contundente: “Pat Riley gratis acá no dirige, acá dirigís vos”.

   —¿Y qué significó el final?

   —Cuando nos bajamos fue entendible, porque íbamos a entrar en esa vorágine de los clubes que empiezan a endeudarse. Y después de seis años que El Nacional jugó básquet profesional, a las 48 horas tenía firmados todos los libre deuda, lo cual era un placer sentirse así. Cuando me ofrecieron volver al básquet local, entendí que era lo más razonable. Me consta que estaba enojado, quería revancha y probar en otro equipo, pero fue la mejor decisión.

Descenso en cancha de Lanús. Momento duro. Dionisio Gómez y Juan, camino a vestuarios. 

 

   —¿Iraola fue el dirigente que más te bancó?

   —Es muy fácil personalizar en él, por sus características, pero diría que la dirigencia, con Gustavo al frente, jamás puso en duda al cuerpo técnico a lo largo de 26 años. Y hubo años que lo hicimos bien, otros regular y algunos que erramos todos los penales (sic). Los buenos y malos momentos pasan por nuestras personalidades y nuestro trabajo de cada día, porque éramos dos enamorados de un proyecto en el que no siempre veíamos las cosas igual.

   —¿Eso generó distanciamiento?

   —Nos hemos cortado el teléfono, pegado portazos y dejado de hablar por dos días, jamás quebrando ninguna regla de educación, pero no tengo ninguna duda de que los dos amábamos esto y volvíamos fuertes por más.

Juan e Iraola, unidos en el primer fesfejo del proceso.

 

   —Después de dirigir TNA y Liga, más allá de ser tu trabajo, ¿qué te moviliza hoy a seguir al frente del básquet de El Nacional y que el equipo superior participe en la Segunda local?

   —No he perdido la ilusión y ahora pasa por tener grupos cada vez mejor formados; recuperamos una matrícula que hacía muchos años no teníamos y en la mutación que tienen los clubes, arrancamos con un club en Chiclana, a los cuatro años llegamos al predio y hace 20 que tenemos funcionando dos al mismo tiempo. Ahora somos un club formador de jugadores y lo que deseamos es que puedan quedarse todos los que quieran en nuestro equipo superior; en este contexto, la Segunda división nos queda muy cómoda y tenemos 11 de 13 jugadores nacidos en el club, por eso no lo tomamos como un retroceso.

   —Se están reconstruyendo.

   —Estamos haciendo una reparación, porque durante la participación a nivel profesional hubo un descuido en nuestro básquet local, ya que no pudimos atender los dos frentes. Perdimos la mejor matrícula, con cientos de chicos.

   —¿No seguir dirigiendo a nivel profesional fue una decisión personal?

   —Sí. El mismo año que me pidieron que volviera al básquetbol local, yo tenía para seguir dentro de la estructura que era El Nacional Monte Hermoso. Y a los dos años tuve un ofrecimiento de Obras. Me dejó pensando un rato, lo charlé con un amigo como Néstor Ortiz y llegamos a la conclusión que no aceptar era mejor.

Lo que intentó

   —¿Te gusta más entrenar o dirigir?

   —Sabés que es una pregunta que no me la sé contestar: capaz que un poco más entrenar, porque bastante de la adrenalina de los partidos no fluye tanto; el triunfo o la derrota lo tomo con naturalidad; me gusta más entrenar y ver los progresos.

   —¿Sos obsesivo de tu trabajo?

   —No sé si obsesivo. Me han dicho meticuloso, estructurado y otras cosas, no todas con cariño, je. Me reconozco puntilloso: hoy, a la práctica la llevo preparada, impresa, anotada... Me costó dormir la noche antes de empezar la temporada con el básquet menor, como me sucedió los otros 25 años. Le dedico muchas horas porque las tengo y por suerte las invierto en esto.

   —La mayoría de los entrenadores que trabajaron con vos destacan todo esto, ahora, ¿la parte negativa pasa por tu rigidez para imponer tus ideas?

   —En las ideas y los programas soy amplio; todos los años dejo abiertas las propuestas y les digo que tienen todo el tiempo para convencerme de que es de otra forma. A veces no soy muy considerado con algunas cosas o no encuentro el término justo; por ahí a una hormiga le tiro con una escopeta, y de esas debo tener muchas, pero lo que no me gusta es dar concesiones de cosas que dijimos que íbamos a hacer.

   —¿Cómo qué?

   —Si todos los meses íbamos a hacer 15 minutos de video en un vestuario con los jugadores propios; si dijimos que del 1 al 5 presentábamos la planilla de asistencia o del 1 al 10 las estadísticas, me cuesta creer por qué no están. Obviamente no todos los profes son profesionales, tienen otras actividades, pero cuando no se cumple lo hablado me encontrás un lado feo. Igual, todos siempre pudieron empezar y terminar la temporada con nosotros.

   —¿Con el jugador se puede “negociar”?

   —Ahora que soy un poco mejor negocio más, antes no me daba cuenta. Me molestaba, por ejemplo, que el jugador llegara tarde a la hora de la merienda y se lo hacía saber…

El colectivo encierra sus historias.

 

   —Recuerdo en los viajes que hasta que no se sentaba el último a la mesa no se comenzaba el desayuno. Hoy sería inviable.

   —Capaz que también lo era en ese momento. Se intentó. Teníamos una idea de la Liga Juvenil, de las selecciones bahienses de antes, de la idea de grupo. Algunas cosas no puedo creer que en su momento las haya tratado de imponer, porque hoy me suenan ridículas a mí.

   —Pero te diste el gusto de intentarlas.

   —Y muchas para bien. En algún momento hacíamos una organización interna durante los largos viajes.

   —¡Recuerdo! Refrescame detalles…

   —Por ejemplo, en el micro había horario de lectura, que no era obligatoria, pero durante ese momento no había video, televisión, juegos… Fue una experiencia, todos compraron libros y eso se comentó en la Liga, muchas veces con sorna: “Ahí te hacen leer”, decían. Pasados los años, un jugador nos escribió y puso pd: “Todavía sigo leyendo”.

   —¿Qué te recuerda el 8 de mayo de 2007?

   —En realidad el ascenso a la Liga Nacional (ante Olimpia, en Venado Tuerto) no fue nada distinto a lo anterior, el placer fueron los seis años de básquet profesional, porque vi que lográbamos enganchar una cantera prometedora, conformada con jugadores propios y de afuera de la ciudad, con lo cual estoy diciendo implícitamente que no sacábamos jugadores de los demás clubes, sino que le agregábamos a la competencia y a las selecciones de Bahía. En un momento el proceso deportivo superó al organizativo, y era lo que siempre había pregonado la dirigencia: no pongamos el carro delante de los caballos, que el devenir deportivo nos empuje a mejores competencias. Y fue así que pudimos entrar en ese estadío profesional, en el que ahora está Villa Mitre y que es una fuerza de emulación muy importante para la propia cantera, porque un Preinfantil, en un club que tiene básquet profesional se ilusiona con preparase mejor para, alguna vez, formar parte de su propio equipo. Mientras que ahora tenés que tratar de formar un chico para decirle que se trate de ir a otro club. Pasaron 26 años

El vestuario y toda la felicidad del ascenso a la A.

 

   —Después de 26 años, hacés y deshacés a gusto en El Nacional. ¿Qué los une para que perdure el vínculo?

   —Uno no hace y deshace a gusto, sino entiende que los dirigentes están llenos de trabajo y se juntan cuando pueden, por eso, mientras no sea ninguna decisión económica, porque la plata que se junta va a la tesorería, todo lo otro es consulta y sugerencia. Sí lo que he notado es que cualquier sugerencia mía tiene un impacto, es considerada, pero otras son negadas y hay que entenderlo. Acostumbro a decir que si en el club cada cual hiciera lo que tiene que hacer, el club no funcionaría, por eso hay que hacer mucho más de lo que a uno le corresponde.

  —¿En qué momento está el básquet de El Nacional?

   —Es un proceso nuevo. El club pasó a ser de centro a ser un club reclutador, que conseguía buenos jugadores a nivel país. Y ahora somos un club de barrio, con alguna injerencia desde el centro. Ningún jugador que juega bien en un club del centro y quiere cambiarse va a El Nacional, eso está clarísimo. Estamos en un lugar nuevo, en crecimiento y quizá estemos logrando un poco más de pertenencia.

 

Tite, el maestro

   —¿Te identificás con algún técnico local?

   —Con mi profe, (Carlos) Boismené. Siempre admiré cosas de él.

   —¿Qué admirabas de él, porque, al menos en personalidad era completamente diferente a vos?

   —Totalmente opuesto. En algunas cosas del humor, con mucho respeto, porque él era mucho mejor que yo. El año que fui su asistente fue el año que más disfruté el básquet. En un partido 80 a 80, se daba vuelta y tenía una salida que no se podía creer y yo no sabía si reírme o taparme con la capucha. Sentía mucha admiración por él. La vida me llevó a heredar mucho de su material deportivo, como videos, libros, su videocasetera... Fue el entrenador a quien seguí de chico.

   —En este contraste, ¿recordás que a vos te hayan cobrado una falta técnica?

   —Sí, a la vuelta de la Liga, en 2011, me cobró uno (Horacio) Sedán, que capaz algún día me lo explica, porque no estaba hablando con él. Había tres árbitros y uno de ellos era un chico, con poca experiencia. Ante un fallo, él había cobrado otra cosa, entonces le dije que hable con los otros y les diga lo que había cobrado. Le estaba hablando en buenos términos, Sedán cruzó la cancha y me cobró falta técnica. De todos modos, hace tiempo asumí que los árbitros son parte del juego y dejé de buscar excusas. Más que un propio fallo, me molesta la actitud de los jugadores quejosos de los árbitros y ni hablar de mis asistentes, que tienen prohibido protestar.

   —¿Los entrenadores, en general, son menos apasionados que antes?

   —No. Me parece que sigo la línea de León Najnudel, que dijo “cada vez los entrenadores van a ser mejores”. -Me refería a la pasión, no al conocimiento e información. -Lo que pasa que antes había cosas que se buscaban desesperadas. La revista Encestando, cuando salía bimestral, yo iba a buscarla seis o siete veces al kiosco hasta que llegaba. Y cuando la tenía me la devoraba en 45 minutos. Había cosas que te hacían estar más deseoso. Después me parece que están los cómodos, los deseosos de mejorar, los muy deseosos... Por ejemplo, Nico Casalánguida, con quien casi trabajamos juntos porque el año que le ofreció Comodoro le dije de venir conmigo, vendió su auto en 2007 para ir al Mundial Sub 19 en Serbia. Hoy los entrenadores son más capaces, porque aparecieron las escuelas y los cursos obligatorios, por los cuales rezongan, pero hay que hacerlos.

   Por al lado de Juan Andrés García pasaron cantidad de técnicos a quienes les transmitió sus enseñanzas. Y lo sigue haciendo, más allá que con los años se amigó mucho más con la soledad... Por vocación y elección.

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