Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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El ingeniero nuclear bahiense que, en Bélgica, encontró la fórmula para disfrutar más allá del trabajo

Matías Ardito trabaja en Bruselas. Se recibió en el Balseiro, tiene 32 años y juega en Royal UAAE Eterbeek.

Con la camiseta 4, Matías es uno de los integrantes del plantel que participa en la categoría P3.

 

Por Fernando Rodríguez

Twitter: @rodriguezefe

(Nota publicada en la edición impresa)

 

   Matías sonríe nervioso, dice que le da un poco de “cosa”, pero se anima a contar la experiencia que está viviendo muy lejos de Bahía, su ciudad, de donde se llevó algo sagrado como el básquetbol, el deporte, esa herramienta que siempre guarda en la valija, sabiendo que le permitirá sociabilizarse, generar contactos y conocer gente.

   Llegó a Bélgica en enero de 2020, acompañado de su mujer Anabella Rebollini, con el objetivo de desarrollar su carrera de Ingeniero Nuclear, recibido en 2013 en el prestigioso y exigente Instituto Balseiro.

   “La verdad que en ese momento no tenía la cabeza para jugar al básquet”, reconoce.

   Suena lógico. Su currículum no incluía “basquetbolista”. 

   De todos modos, algún apartado como “hobby” o “deporte preferido”, a los 32 años, bien puede llenarlo con la palabra “básquetbol”.

Matías y Anabella disfrutan de esta experiencia.

 

   La pandemia rápidamente lo obligó a guardarse, con la bendición de haber conseguido trabajo a días de instalarse en Bruselas.

   Desde lo laboral se fue acomodando, le faltaba lo otro, la pelota, los grupos, el intercambio, eso que descubrió a los 12 años, cuando comenzó a jugar en El Nacional.

   “No encontraba lugar para jugar, porque estaba prohibido todo lo que era en espacios cerrados. Recién lo habilitaron a mediados de 2021”, apunta a la distancia, ya nuevamente instalado tras descansar unos días entre sus afectos.

   Entonces, se contactó por Facebook con un grupo de básquet y lo invitaron a jugar. Compró un par de zapatillas y se mezcló en algunos picaditos. Le fue bien. Al punto que un rival le contó que estaban buscando jugadores. Y él aceptó el desafío, sin saber, claro, que era para representar a un club.

   “Empecé a entrenar con ellos y en un momento me dijeron que tenía que pagar la inscripción de Fiba. Ahí les aclaré que llevaba ¡10 años sin jugar federado!. Dije: ‘En El Nacional se van a cagar de risa cuando pidan el pase’, je”.

   Y así lo recuerda Juan Andrés García.

   “Estaba en charlas por cuestiones personales con el padre de Matías y habíamos hablado bastante de él. Y curiosamente, en esos días me llegó el mail de Fiba consultando si después de su paso por el club debía aranceles o ropa, entre otros puntos, lo cual me sorprendió para bien”, contó el responsable del básquetbol de El Nacional.

   Obviamente, la respuesta fue negativa. Y el trámite siguió su curso natural.

   “Matías era muy defensivo, aplicado, pensante, muy cumplidor en las prácticas, con mucha tenacidad y muy buen chico -definió el DT-; tenemos el mejor de los recuerdos de él”.

Juan García se llevó una sorpresa con el pedido del pase.

 

   Lo cierto es que sin trazarlo como objetivo de vida, el base-escolta hoy juega (con el número 4) en el club Royal UAAE Etterbeek de Bruselas.

   El apellido Ardito ya figuraba en los archivos de la ABB desde cuando Horacio, su papá, jugaba de pibe en Estudiantes.

   El nombre de Matías quedó grabado entre los jugadores del campeón de Sub 23 de El Nacional, en 2009, año que tuvo alguna fugaz participación en Primera, después de pasar por Alem y Estudiantes.

   “Teníamos un equipazo”, destaca.

   Y a la vez confiesa: ”La verdad que yo jugaba poco, je”.

   Lo disfrutó, sabiendo que tendría pocas oportunidades más.

   Ya metido en la carrera de Ingeniería Industrial, el estudio era prioridad. Y aún más cuando en su segundo año empezó a prepararse para ingresar al Balseiro.

   “Me copó la idea y me propuse hacer el intento. Se rendía un examen de ingreso a mitad de año. En principio, cuando salí de rendir la primera parte dudé en presentarme a la segunda, era demasiado exigente. Aunque aprobé, tal vez ayudado por el analítico del colegio y la universidad", aclara.

   Y en 2010 se fue a Bariloche.

   "Ahí arranqué Ingeniería Nuclear, que eran tres años más, para un total de 5 años de carrera”, apunta Mati, quien egresó del colegio Claret tuteándose más con la matemática que con la física, al punto que la desaprobó en su examen de ingreso a Ingeniería Industrial.

Matías, en su lugar de trabajo, junto a dos compañeros.

 

   Buenos Aires fue su siguiente destino. Allí vivía su novia y, paralelamente, se le abrían puertas laborales. Trabajó en la empresa NASA hasta 2018, se casaron en octubre de 2019 y emigraron a Barcelona.

   “No teníamos ningún plan, sólo algunos ahorros. Éramos optimistas en poder conseguir trabajo y así fue, a los días de llegar me contactaron de la empresa donde estoy trabajando (Tractebel) y nos vinimos a Bélgica. Actualmente estoy haciendo project management, en proyectos nucleares internacionales”, puntualizó.

   Este es, ni más ni menos, que el resultado del sacrificio.

   “Fueron duros los años de estudio. Se me hizo bastante difícil, por lo exigente y demandante, no se puede desaprobar dos veces una materia. Tuve que estudiar mucho, pasé encerrado demasiado tiempo. Terminé y no quería saber nada de quedarme haciendo alguna maestría o trabajando en el Centro Atómico. Me quedó una mala sensación de Bariloche, aunque tengo amigos y muchos son del básquet”, aclara.

   Y otra vez vuelve a la pelota, su aliada para descomprimir esa cabeza cargada de fórmulas matemáticas y físicas.

   “En Bariloche me sumé al grupo de básquet y empecé a jugar por el Instituto. Participábamos de torneos interinstitucionales representando al Centro Atómico, y como éramos jóvenes ganábamos fácil, así que nos invitaron a participar del torneo local de Bariloche, en el que ganamos varios partidos”, resalta.

   Más tarde, durante los años que vivió en Buenos Aires jugó el torneo de la ABA (Asociación de Básquet Amateur), su última experiencia antes de saltar al “plano internacional” y convertirse en el “Campazzo de Bélgica”.

   “Todos mis compañeros conocen algo del básquet de Argentina. Y como tienen muy fresco a Facu Campazzo me comparan con él, por lo petiso y escurridizo, no por lo habilidoso, ¿eh?, je, je”, bromeó.

   Con su metro setenta y dos, Matías es el base de un equipo con jugadores de varias banderas.

   “Tenemos cuatro griegos, un par de italianos y franceses, un dominicano, un venezolano, un rumano y un croata. Son pibes que han jugado, se nota, tienen fundamentos y entienden el juego”, aseguró.

   “Somos un equipo interesante”, resaltó.

   En este crisol de razas, Matías, si bien aclara que no le gusta chapear, en su carta de presentación no ocultó su origen: “Vengo de la Capital del Básquet”.

   La competencia en Bélgica tiene una estructura diferente a la Argentina.

   Se divide en tres categorías nacionales, dos regionales y tres provinciales, y cada una de ellas, a la vez, contiene tres divisiones.

   “Mi club tiene tres equipos: P1, P2 y nosotros, P3. Cada equipo tiene su independencia dentro del club y puede ir ascendiendo. De hecho, a nosotros nos queda bastante chica la actual categoría, porque arrancamos en la más baja”, explicó.

La cancha donde juega de local Royal UAAE Etterbeek.

 

   Si bien el básquetbol lejos está de ser popular, en un país donde no abundan las canchas ni los aros, la cantidad de extranjeros que estudian o trabajan ayudan a incrementar el nivel interno.

   “Cuando se juega, se toma muy en serio”, afirma.

   Y en muchos casos, asegura, brota la pasión.

   “Juego con un venezolano que tiene 41 años. Es fanático de los jugadores argentinos, conoce a todos. Últimamente estaba mal porque se había lesionado, justo cuando Scola, a quien tomaba como referente, anunció su retiro. Siempre decía: ‘Si él puede jugar, yo también’. Y como ahora estaba medio mal con su lesión, pensé en mandarle el video de Pepe Sánchez volviendo a jugar, con 44 años, para que pueda motivarse, je, je”.

   Justamente Matías creció viendo a Pepe, Manu Ginóbili,  Alejandro Montecchia, Juan Espil y Pancho Jasen, entre otros tantos contemporáneos.

   Eran modelos a seguir, espejos en quién mirarse y una motivación para cualquier chico que creció picando la pelota en esta ciudad, la misma de donde también surgen profesionales de élite, más anónimos, claro, como él.

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