Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Visita inesperada y cargada de emotividad en Alem: “¿Sos Cirilo García?”

El base de la época de Hernán Montenegro volvió después de 36 años. Pasó y no lo reconocían. Terminaron todos emocionados, en medio de recuerdos y anécdotas.

Un día diferente. Llegaron para saludar a Cirilo: Alberto "Pancho" Commegna, Verónica Zamponi, Víctor Donnet, Leonardo Gómez Talamoni, Diego Zamponi, Carlos Labrocca y Raúl Reviglio. Fotos: archivo-La Nueva y Jornada.

 

Por Fernando Rodríguez

Twitter: @rodriguezefe

Instagram: ferodriguez_

 

   La llovizna, en la fría mañana de sábado bahiense, hacía tiritar al visitante que se presentó en el club donde había sido local gran parte de su vida.

   Pasaron 36 años y, ya con 56, decidió volver. Al menos por un rato.

   “Entré por donde era el arroyo”, cuenta.

   En el quincho había un grupo de colaboradores armando empanadas. El gimnasio Lacunza estaba cerrado.

   El paso de los años, sumado a su gorrito de lana, barbijo y antejos cambiaron su fisonomía.

   Unos no lo reconocieron y otros, directamente, no sabían quién era.

Pasado y presente. Cirilo con el buzo y la camiseta de Alem.
 

   —¿Podré ver la cancha?

   —Está cerrada. Tal vez a la tarde abran o, más seguro, vuelva el lunes.

   —Claro, lo que pasa que yo me voy. No vivo en Bahía. Yo jugué acá...

   —¿Qué edad tenés?

   —Cincuenta y seis.

   —¿Cómo es tu nombre?

   —Cirilo.

   —¡¿Cirilo?!

   A los 10 minutos que Leonardo Andreotti se sorprendía gratamente con la inesperada visita, a Cirilo le sonó el teléfono pidiéndole que por favor volviera al mediodía.

   "Cuando llegué había un montón de gente que hacía muchos años no veía; inclusive, algunos tuvieron que recordarme su nombre. Fue una terrible emoción”, reconoce, ya pasados algunos días, aunque todavía cargado de felicidad.

   “No podía salir de mi asombro”, reafirma.

   "Alem es el club de barrio. ¡Nuestro club! Pasábamos un montón de horas ahí adentro, en la cortada, en el puente que ya no existe o en el arroyo, que para nosotros era Miami, je”, rememora.

En el salto, desafiando a un grande. Alem-Barracas, en el Lacunza.

 

   Su voz mezcla nostalgia. La visita removió sentimientos.

   “No es el mismo club en cuanto a infraestructura. ¡Yo sabía hasta dónde había goteras! Cuando me fui había solo dos aros, recién estaba colocado el parquet, un tablero electrónico chiquito en la entrada, en el fondo dos aritos y era todo cemento. Después construyeron el resto. Está bárbaro el club”, elogia.

   Jorge “Cirilo” García -apodado así por su parecido con el personaje de Jacinta Pichimahuida- fue uno de los muy buenos jugadores que surgieron de la cortada Azara.

   Rápido, habilidoso, pícaro, de esos jugadores que, sin llegar al metro setenta, trasladaba la calle a la cancha. Y así marcaba diferencias.

   —¿Tus características físicas y de juego puede ayudar a que hoy te recuerden más fácilmente?

   —Puede ser. También tiene que ver cómo era uno para los demás. El afecto que recibí de chico y hasta esta última visita, que no imaginaba, fue algo increíble.

   —Fue como volver a sentir lo mismo que de chico.

   —Exactamente. Me fui a los 17 años. El recuerdo que tienen era por cómo corría, la robaba o pasaba la pelota. No me interesaba nada enfrentar a uno de dos metros. Pero todo lo aprendí en el club, con Oscar Bruni, Paquito Alvarez, el Bomba Zamponi, Coco Ferrandi, Tite Boismené…

Atrás quedó el mismísimo Beto Cabrera (14) y Cirilo ya se desprendió de la pelota. El resto: Sergio Moreno, Darío Buzzo, Claudio Severini, Miguel Amodeo, Jorge Faggiano y Ariel Medina.

 

   —¿Cuánto favoreció a tu habilidad, pasar muchas horas con la pelota en las manos?

   —No hay secretos: hay que entrenarse y cuidarse. A los 15 o 16 años, por ahí salía alguna vez, pero hasta el domingo a la mañana si el club estaba cerrado me metía por los huecos que yo conocía para ir a tirar al aro. Y yo estaba obligado a buscar recursos, porque daba mucha ventaja por mi tamaño.

   —¿Tu ladero fue Hernán Montenegro o era una buena camada en general?

   —Teníamos un buen equipo con Hernán, Ariel Medina, Marcelo Clérici, Guillermo Torre, y si bien nunca fuimos campeones, siempre estábamos en la pelea. Era una ventaja tenerlo a Hernán, porque tenía mucho tamaño a corta edad y eso nos favorecía para tomar rebotes y correr la cancha. Con él jugué de los 13 a los 17 y, también, con selecciones de Bahía de Cadetes y Juveniles, y con Provincia, cuando fuimos campeones en Catamarca, junto con Flavio Serra, Pettorosso y yo, los cuatro de Bahía.

Juveniles de Bahía, 1983. Parados, Hernán Montenegro, Ariel Sarachaga, Mario Habib, Martín Ipucha, Fernando Lliteras y Sergio Pettorosso. Abajo: Rodolfo Tapia, Juan J. Poggi, Gabriel Barsky, Guillermo López, Cirilo y Flavio Serra.

 

   —¿Qué hubiese sido del Cirilo “atorrante” sin el club que lo contuviera?

   —Je, je, je… Yo vivía en la calle Darwin, a la vuelta del club. Y cuando tenía 13 años falleció mi mamá, por lo que anduve muy solo.

   —¿Tu papá estuvo ausente?

   —Sí, totalmente. Yo andaba en la calle jugando o en el club, por lo que podría haber disparado para cualquier lado. El club me cobijó y siempre tenía gente alrededor que me contenía. Iba a las 4 de la tarde y me quedaba hasta las 11 de la noche. Quería entrenar con todos, y había momentos que me echaban, porque me la pasaba todo el día picando la pelota. Cuando empecé en Primera tuve la suerte de estar al lado de jugadores como Ramón Priore, Velasque Ibalo, el Rata Llul y Ariel Medina, entre otros, quienes me apoyaban.

   Poco más de un año Cirilo jugó en Primera, hasta que llegó la oportunidad de Madryn y allá fue, en junio de 1985.

   —¿Fue sencillo alejarte de Alem?

   —Yo era muy del barrio, pero tenía necesidad de jugar otros torneos; fuimos participando en los certámenes locales, provinciales, regionales, Liga B, TNA… Lo mío era jugar.

Con la camiseta de Deportivo Madryn, frente a Peñarol. Atrás, Eddie Roberson (12), su compañero de mil batallas.

 

   En estos 36 años, además de consolidarse en Madryn y convertirse en referente de Deportivo, también jugó en Petrolero de Plaza Huincul, Guillermo Brown, Germinal, Independiente y Alumni, hasta que se retiró, a los 38 años, con la camiseta del Depo y cumpliendo el sueño de compartir cancha con su hijo mayor.

   Ya después se puso a dirigir.

   Hoy, con todo este recorrido, ya es más madrynense que bahiense.

   “Y… pasé más de la mitad de mi vida acá. Tengo mis hijos Gonzalo (33) y Rodrigo (30) y hasta soy abuelo, de Regina, que tiene poco más de un mes. Así es la vida, vamos creciendo, je”, asume.

   El menor de cinco hermanos de vez en cuando se hace un viajecito a Bahía, aunque lo vivido en esta última visita será motivo para regresos menos espaciados y así poder compartir más tiempo con la gente de Alem.

   “Me fui feliz y con una camiseta que me regaló Leo (Gómez Talamoni, el presidente). Me llevé el reconocimiento de la gente que fue a verme. Pronto volveremos a encontrarnos”, prometió.

   Volvió Cirilo y, entre recuerdos y anécdotas, este morochito que hacía magia con la pelota en sus manos, descubrió que no había desaparecido el cariño de la gente de su club: Leandro N. Alem.

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