Bahía Blanca | Miércoles, 01 de mayo

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La agricultura que no miramos: tratado sobre inundaciones y sequías

Una investigación de expertos asegura que “agriculturizar el paisaje” disminuye la capacidad de extraer agua en los períodos secos. ¿Qué hacemos con la información?

Producción agrícola en cercanías de Bahía Blanca. / Rodrigo García-La Nueva.

“No es el más fuerte de las especies el que sobrevive, tampoco el más inteligente (…). Es aquel que es más adaptable al cambio”. (Charles Darwin, El origen de las especies, 1859).

Interpretando —en una versión libre y absolutamente arbitraria— la frase que distingue al naturista británico, que claramente hizo mucho más que eso, una situación semejante asoma en este tiempo respecto del clima y, por ende, con el campo y con la producción del aspecto indispensable de la supervivencia humana: el alimento.

Una vuelta de tuerca al tema, más allá de la variabilidad climática de fenómenos extremos que cada vez más condicionan las producciones relacionadas a la tierra, surgió esta semana con la publicación —en la revista Science— de un trabajo desarrollado por un grupo de investigadores.

Puntualmente, se concluye que la expansión de la agricultura elevó el nivel de las napas de agua provocando una mayor propensión a las inundaciones. El planteo es aplicable a Sudamérica pero, en lo que nos ocupa, a las regiones más valiosas de la Argentina.

El relevamiento va un poco más allá: asegura que la acción de la agricultura tampoco beneficia en períodos de seca (tal como la que atraviesa nuestro país desde hace tres campañas consecutivas).

La responsabilidad recae en el Grupo de Estudios Ambientales (GEA), que funciona en el Instituto de Matemática Aplicada (Conicet) y en el Departamento de Geología de la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas y Naturales (FCFMyN), ambos de la Universidad Nacional de San Luis. También participaron expertos de la Universidad de Lancaster, en el noroeste de Inglaterra.

Javier Houspanossian, doctor en Ciencias Biológicas, licenciado en Tecnología Ambiental de la UNSL e integrante del GEA, así lo explica: “La principal conclusión es que, frente al cambio en el uso del suelo, en la llanura pampeana desde hace tiempo y más recientemente en la chaqueña, donde se deforesta para hacer agricultura, cuando hay eventos de exceso de agua se produce recarga en los acuíferos que, con el tiempo, generan ascensos freáticos, de napas de agua subterráneas y, luego, inundaciones”.

Dr. Javier Houspanossian. / Crédito: Lancaster University

El especialista asegura que el hecho de “agriculturizar el paisaje” disminuye la capacidad de extraer agua en los períodos secos. En otras palabras, no sólo vuelve el suelo más propenso a inundaciones, sino que dificulta la respuesta frente a la sequía por la escasa capacidad de extraer agua en profundidad (por las raíces poco profundas que se implanta desde la agricultura).

El trabajo de campo comenzó en el año 2003 y la búsqueda se centralizó en analizar cómo se alteraba el balance hídrico cuando se reemplazaba una cobertura de suelo (léase pastizales, pasturas o bosques) por agricultura.

La práctica agronómica se realiza desde hace más de 40 años, pero se advirtió un aceleramiento en las últimas dos décadas en coincidencia con el incremento de las producciones granarias, no sólo por la extensión geográfica de la agricultura sino por las tecnologías aplicadas.

El relevamiento comprobó que en el sur de Córdoba; en el nordeste de La Pampa y en Santiago del Estero, por ejemplo, antes el agua aparecía a unos 10 metros, pero hoy está luego del metro de perforación.

También que entre 2016 y 2019, que fueron años con humedad, comenzó a aparecer agua en regiones impensadas.

Con esta información, los expertos pasaron de las presunciones a las evidencias.

“Se muestra algo que se decía, desde hace bastante, que estaba pasando y realmente sucede: la región se volvió más propensa a inundarse y eso tiene consecuencias. Esto no solamente altera los períodos de lluvia, sino también los de sequía; es decir, durante este fenómeno, que en otro momento hubiese sido la oportunidad para utilizar el agua de las napas, no se llega a emplear por la incapacidad de las raíces”, sostiene el Dr. Houspanossian, en un artículo de Télam.

Frente a la problemática, se plantean eventuales soluciones.

La primera de ellas es, tal como sucede con la aparición de malezas en todas las etapas de desarrollo de los cultivos, aprender a convivir en forma armoniosa y equilibrada con el medio ambiente.

Otra cuestión derivada es el análisis de suelos que, en nuestro país, no tiene el desarrollo que debiera. No pocos trabajos —más allá del GEA— indican que sólo el 20 % de la tierra se estudia en profundidad antes de ser sembrada.

El propio Dr. Houspanossian lo admite cuando dice que es importante que el productor aprenda a medir la napa freática con la mayor precisión posible y, a partir de eso, desarrolle sus estrategias. Incluso, el GEA ha desarrollado sensores (de bajo costo; actualmente, en proceso de patentamiento) para lograr mediciones confiables.

También la propia naturaleza puede sumar desde la agricultura por ambientes, un desarrollo que adquiere cada vez más atención.

“Las soluciones verdes basadas en vegetación, como las pasturas, se utilizan para extraer agua porque tienen raíces más profundas. Así entonces, una de las soluciones de larga duración puede ser empezar a ambientar la agricultura y, en zonas específicas, implantar pasturas que consuman agua a más profundidad que los cultivos. O, por otro lado, implementar la reforestación de algunas zonas”, dice el investigador de la UNSL.

Más allá de esta investigación, la agricultura está —en el mundo— bajo una revisión permanente. En el mismo hilo, todas las lupas suman para cumplir los objetivos medioambientales y sostenibles que, hoy, exige la sociedad.

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