Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Ni felpudo ni presumido

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   Días atrás tuve gratas sorpresas. No viene al caso dar nombres, pero por ciertas cuestiones tuve que contactar para una entrevista a un economista, esos de gran trayectoria, laureado y reconocido mundialmente. El argentino radicado en Estados Unidos respondió en menos de 24 horas y accedió a la invitación.

   Luego, intenté dar con un especialista en una patología cardiológica, y en menos de 24 horas estaba agendada la cita. El argentino radicado en Londres y máximo exponente mundial en la temática no tuvo dudas en acceder a la consulta.

   Las sorpresas continuaron, pues también tuve que contactar profesionales que residen en Argentina que en comparación con los anteriores las trayectorias y reconocimientos distan bastante. Uno de ellos dijo que hasta pasadas las elecciones de octubre tenía agenda completa, el otro por medio de su asistente dijo “estar ocupado y por este año no podría”.

   No pierdo el asombro y surgen preguntas: ¿Es real la humildad de los grandes? ¿Qué mecanismo opera en un “4 de copas” para sentirse que está en un pedestal?

   La humildad es un factor clave para el bienestar mental,  sin embargo encontrar personas con estos rasgos, máxime si tienen una notable trayectoria, resulta llamativo. En una sociedad altamente competitiva la humildad -valga el juego de palabras- parece estar fuera de competencia.

   Es un concepto que puede ser mal interpretado. Según el diccionario de la Real Academia Española humildad es: “virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con ese conocimiento”, también es “sumisión y rendimiento”.

   La Psicología considera cierto error en el significado además sostiene que no puede ser asociada a la humillación, pues este concepto de humildad proviene de derrotas personales, de una autoimagen negativa, baja autoestima y sumisión, combinación ideal para no “levantar cabeza” y ser el “felpudo” en distintos ámbitos y relaciones.

   Según estudios cuando uno conoce en qué es bueno,  sabe de las habilidades y limitaciones que posee, cundo no se busca permanentemente la aprobación, la adulación, hoy cabría también los seguidores en redes sociales y no se rodea de aduladores, estamos ante la presencia de la humildad genuina y sana.

   El humilde sabe de sus éxitos pero no tiene necesidad de proclamarlos y la soberbia no es una cualidad desde la cual vincularse con los otros. 

   En el afán por educarnos en la humildad nos inculcaron mandatos tales como: ceder, agachar la cabeza, “tragarse el sapo”, sacrificar necesidades e intereses, evitar problemas y ser amable, callar y ocultar sentimientos, no en vano hay mucho conflicto no resuelto y también mucho excremento subido a un pedestal.

   ¿Cuál es el secreto? 

  Nunca presumir. Tratar de no impresionar a los otros sino escucharlos, transitar intentando no superar a los otros evitando “codazos” o zancadillas sino integrándolos. El humilde se conoce a sí mismo y sabe de lo que es capaz, la diferencia con el resto radica en que está convencido de no merecer un trato especial.