Bahía Blanca | Domingo, 21 de diciembre

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Pirotecnia y fiestas: cuando el ruido excluye y la empatía se vuelve urgente

Una especialista explicó cómo los ruidos intensos afectan a personas con hipersensibilidad sensorial, especialmente dentro del espectro autista.

Foto: Emmanuel Briane-La Nueva.
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Audionota: Natalia Marinelli

A pocos días de Navidad y Año Nuevo, la pirotecnia vuelve a ocupar un lugar incómodo pero necesario en la conversación pública. Para algunos es sinónimo de celebración; para otros, especialmente personas dentro del espectro autista y con hipersensibilidad sensorial, representa una experiencia profundamente angustiante que convierte lo festivo en una situación de alerta. No se trata de preferencias personales ni de exageraciones: se trata de accesibilidad, salud y derechos.

"La idea de que a todas las personas con autismo les molestan los ruidos fuertes no es correcta. Todo tiene que ver con el perfil individual de cada una", explicó Ariana Persichini, licenciada en Terapia Ocupacional e integrante del equipo técnico de la escuela especial APADEA, institución que brinda atención educativa a niños y jóvenes con diagnóstico de CEA y que este año cumple 20 años en la ciudad.

Dentro de ese perfil, el aspecto sensorial resulta clave para comprender el impacto de la pirotecnia. La integración sensorial —detalló— es el proceso neurológico que permite al cerebro recibir, organizar e interpretar la información que llega a través de los sentidos. Cuando ese procesamiento presenta dificultades, como ocurre en casos de hipersensibilidad auditiva, ciertos estímulos del entorno pueden volverse abrumadores e incluso inhabilitantes.

Los niveles de sonido permiten dimensionar el problema. Según la Organización Mundial de la Salud, el oído humano tolera hasta 65 decibeles, mientras que a partir de los 75 u 85 decibeles el sonido ya resulta perjudicial. "La pirotecnia puede superar los 120 o incluso 150 decibeles, muy por encima del umbral del dolor", advirtió Persichini.

Frente a un ruido intenso e inesperado, el sistema nervioso entra en un estado de alerta máxima: el cerebro debe procesar estímulos sonoros y visuales con una intensidad muy superior a la habitual, pierde la capacidad de autorregularse y se activan respuestas de lucha o huida. Esto puede manifestarse en ansiedad extrema, pánico, llanto, irritabilidad, desorientación y, en situaciones más severas, autolesiones.

El impacto no siempre termina cuando cesan los estruendos. "La desregulación puede durar horas o incluso días, dependiendo de la intensidad de la sobrecarga sensorial, el nivel de agotamiento y las posibilidades de descanso posterior", señaló la especialista, en diálogo con La Nueva. Muchas personas quedan exhaustas y con dolores corporales producto de la tensión sostenida a la que fue sometido el cuerpo.

En el ámbito familiar, estas situaciones se viven con especial intensidad durante las fiestas. Lo que debería ser un momento de encuentro y disfrute suele transformarse en preocupación y nerviosismo. "Es algo que excede el control de cada familia y obliga a apelar a la empatía y comprensión de los demás", describió Persichini. En no pocos casos, el festejo se interrumpe o finaliza antes de lo previsto para priorizar el bienestar de un hijo o familiar.

Es por esto que la profesional subrayó que hablar de pirotecnia cero no es una cuestión de gustos. "Estamos hablando de accesibilidad. Las barreras no siempre son visibles ni físicas; muchas veces son sensoriales. Cuando el ambiente se vuelve inhabilitante por los ruidos, no se permite la participación activa", sostuvo.

En ese sentido, se vulnera el espíritu de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, que promueve la participación plena y en igualdad de condiciones. Las fiestas —remarcó— son una fecha especial para todos y nadie debería quedar al margen por estímulos evitables.

Cuando no es posible evitar completamente el ruido, existen estrategias que pueden ayudar a transitar mejor estas fechas. La anticipación, mediante herramientas como las historias sociales, permite reducir el factor sorpresa. También es importante contar con un espacio tranquilo al que se pueda recurrir, utilizar canceladores de sonido u otros elementos sensoriales que ayudan a regular, y acompañar sin minimizar lo que la persona siente, brindando contención y seguridad.

La profesional subrayó además la importancia de consultar ante posibles señales de alarma en el desarrollo de niños y niñas. Entre ellas mencionó el escaso contacto visual, no responder al nombre, dificultades para conciliar el sueño, no estirar los brazos para pedir upa, ausencia del gesto de señalar para expresar deseos, juegos repetitivos, intereses restringidos, o el uso no convencional de objetos, como girar las ruedas de un auto en lugar de jugar con el auto en sí. También alertó sobre berrinches intensos y difíciles de calmar.

A su vez, recomendó prestar atención a posibles alteraciones en el procesamiento sensorial, tanto en forma de hipersensibilidad como de hiposensibilidad frente a estímulos como sonidos, luces, texturas u olores.

En personas adultas, estas dificultades pueden manifestarse cuando los estímulos sensoriales —ruidos, luces, olores u otros— interfieren de manera significativa en el desempeño cotidiano y generan un agotamiento notable tras la exposición.

En todos los casos, se recomienda realizar una consulta con profesionales especializados en integración sensorial para una evaluación adecuada.

El mensaje final es claro y necesario: "Tratemos de festejar con responsabilidad. Estas fechas nos invitan a pensar en el otro y a conectar más con quienes nos rodean. Ojalá podamos celebrar con más empatía y disfrutar cada uno a su manera, sin perjudicar a los demás".