Evaristo Meneses, el comisario de Cerri que se convirtió en personaje de historieta
Con fama de policía duro e incorruptible, marcó toda una época en la vida pública argentina de los años '50 y '60. Dos décadas después de su pase a retiro, el guionista Carlos Sampayo y el dibujante Francisco Solano López decidieron en 1984 inspirarse en su leyenda para construir un cómic de antología.
Periodista egresado de Taller Escuela Agencia (TEA) de Buenos Aires. Especializado en política nacional, historia, cultura y sociedad. Trabajó, entre otros medios, como redactor en First, Alfa Stile y EducaRed de Fundación Telefónica. Ganador la beca UCA-Clarín de la Fundación Roberto Noble. Fue secretario de redacción de Revista Competencia y jefe de redacción de la Revista Watt, ambas en la Ciudad de Buenos Aires. Se desempeñó como columnista político en Radio LU2. Actualmente es jefe de la sección "El País" de La Nueva. y editor en LaNueva.com.
Por Mariano Buren / [email protected]
Luego de hojear con displicencia algunas páginas de la historieta titulada con su nombre de pila, señaló que no era tan alto y corpulento como lo mostraban en las viñetas.
-Bueno, ¿qué quieren? -les preguntó, reticente.
-Hacerle una nota, presentar junto al personaje al hombre real -respondieron los escritores Juan Sasturain y Carlos Sampayo, ambos integrantes de Fierro, una revista de cómics para adultos que se convertiría en legendaria, pero que en ese momento recién había publicado su segundo número.
El diálogo -pausado, ligeramente tenso, como si estuvieran estudiándose- transcurría en una de las oficinas de la planta baja de un antiguo edificio en la avenida Córdoba 1332, en pleno centro porteño. El cartel instalado en la puerta no dejaba dudas a los visitantes sobre la actividad profesional que se ofrecía: “Evaristo Meneses. Investigaciones privadas”, anunciaba.
Era septiembre de 1984, y a pesar de que estaba retirado de la vida pública desde hacía más de 20 años, el hombre que estaba decidiendo si aceptaba, o no, la entrevista que le proponían todavía era una celebridad para muchos de los que habían conocido su trayectoria.
Algunos, incluso, lo consideraban una suerte de figura mitológica, casi irreal, como si se tratara más de uno de los personajes que se tiroteaban dentro de los relatos de Dashiell Hammett o Raymond Chandler que de un comisario retirado que se dedicaba a husmear deslealtades a pedido de sus clientes.
"Traje oscuro, cuerpo sólido, rostro achinado pero de ojos claros, el Pardo Meneses es un hombre entero, bien plantado y recio", describió Sasturain en una memorable crónica que lo retrataba intacto, con el mismo semblante endurecido e incorruptible de sus años como jefe de la sección Robos y Hurtos de la Policía Federal.
En ese momento Meneses tenía 76 años, era viudo, sin hijos y vivía solo en su casa del barrio de Flores. Disfrutaba de pequeños placeres, como leer cuentos de Agatha Christie y pintar cuadros con paisajes campestres que posiblemente evocaban algunas escenas vividas durante su infancia en General Daniel Cerri, adonde había nacido en octubre de 1907, cuando la localidad todavía se llamaba Cuatreros.
También le gustaba recordar detalles de sus mejores casos, cuando del otro lado de los disparos se agazapaban algunos de los más peligrosos delincuentes del país, como "El pibe" Villarino, "El loco" Prieto, "Lacho" Pardo, "El mono" Paz, "Pichón" Laginestra y "El pistolero" Hidalgo, por mencionar sólo algunas de las celebridades del hampa que logró enviar a prisión.
Entre las anécdotas no podía faltar, claro, el momento estelar de su carrera: el esclarecimiento del robo de 360 kilos de oro en el aeropuerto de Ezeiza, una investigación que le valió no sólo las felicitaciones del entonces presidente Arturo Frondizi sino también ser elegido en 1961 como "El hombre del año", tras un relevamiento del Instituto Nacional de la Opinión Pública.
Las crónicas de sus pesquisas -que incluyeron un récord de 1117 casos resueltos en menos de cinco años- aparecían diariamente en las tapas de todos los matutinos, casi a modo de un folletín de aventuras, y su nombre era aclamado por buena parte de la población, que presionaba para que el Gobierno lo nombrara como nuevo jefe de la Federal.
Sin embargo, parece que tanta repercusión mediática le trajo ciertas enemistades dentro de la fuerza y en 1964 lo pasaron a retiro sin mayores explicaciones, al menos públicas.
Dos décadas después, en una tarde primaveral, Meneses se encontraba sentado en uno de los sillones de su oficina de detective privado, escuchando con cierta perplejidad a esos dos jóvenes que le contaban acerca del homenaje más extraño que hubiera podido imaginar.
Luego de haber ganado más de 30 medallas en reconocimiento a su desempeño policial, y hasta un par de primeros premios en exposiciones de pintura, le estaban explicando que su vida era la fuente de inspiración para una historieta que estaba a punto de salir bajo el nombre Evaristo.
Seguramente le detallaron que los guiones estaban a cargo de Sampayo, que las ilustraciones eran de Francisco Solano López -el mismo que dibujó El Eternauta, y que el cómic estaba ambientado en una ciudad de Buenos Aires de comienzos de los años ‘60, con personajes alienados que recorrían una escenografía de calles oscuras, sombrías, casi siempre nocturnas, que transmitían a los lectores una sensación de peligro inminente.
Por el relato de Sasturain se desprende que Meneses aceptó el tributo, posiblemente a regañadientes pero con cordialidad. De hecho, antes de despedirse, le obsequió un texto de su autoría denominado El asalto al Ministerio de Salud Pública.
La historieta finalmente se desarrolló a lo largo de 13 episodios publicados entre 1984 y 1986 -con títulos como El célebre caso Lubitsch, Leyenda de un pistolero herido y La sangre de los viajantes de comercio, entre otros- en los cuales el personaje de Evaristo se enfrentó con asesinos, ladrones, estafadores, matones y corruptos, pero también debió lidiar con la soledad y la melancolía que parecían envolverlo todo a su paso.
Se trataba, en definitiva, de un héroe tan valiente como desamparado, mucho más vulnerable de lo que pretendía demostrar ante colegas y enemigos.
Considerada por muchos como una verdadera obra maestra de arte gráfico, Evaristo fue llevada al formato de libro en 1998, seis años después de la muerte del cerrense.
Nadie sabe si alguna vez la leyó.