Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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¿Madonna o prostituta?

Resulta increíble que en el siglo XXI pululen etiquetas y que muchos justifiquen sus infidelidades.

Hay temas que parecieran reservados, sin embargo, rondan en la cabeza de muchos, aunque no se los aborda. ¿Tabú? ¿Represión? ¿Inhibición? ¿Dicotomía? ¿Tal vez se habla de ellos en ámbitos específicos? Y nunca faltan personas conocidas, amigas, desconocidas, que sugieren que éste es también un “tema vital”.

Y si, el tema está presente en los bares, en los asados “de hombres”, en el gimnasio, en la peluquería, en el taller mecánico, allí donde haya hombres en algún momento el tema se aborda.

¿Las mujeres? en ciertas generaciones el tema continúa presente, aunque pareciera que las adolescentes y jóvenes lo sobrellevan livianamente.

Para quienes sugerían temas “más osados” acá está, yo lo escribo, usted mi querido lector lo asume. ¡No lo niegue!

Si es hombre, máxime en ronda de amigos, seguramente con liviandad y hasta vociferando, catalogó a una mujer por el tiempo que transcurrió entre conocerla y llevarla a una cama. Si es mujer, también en ronda de amigas, debatieron sobre si la primera cita, segunda, tercera o vaya a saber cuál, era el momento oportuno para tener intimidad y no recibir la etiqueta de “fácil, ligera, rápida o veloz”.

Michel Foucault lo afirmaba, yo se lo presento como interrogantes: “¿La sexualidad es cuidadosamente encerrada? ¿Se muda de lugar? ¿La familia conyugal la confisca y la absorbe por entero en la seriedad de la función reproductora? ¿En torno al sexo se establece el silencio? ¿La pareja, legítima y procreadora, impone su ley?”

¿El problema es de los hombres, las mujeres o ambos? ¿Virgen o prostituta?

Sigmund Freud utilizó por primera vez el concepto de Complejo de Madonna-Prostituta para describir la representación mental del hombre en la que crea una dicotomía entre dos tipos de mujeres. Por un lado, e incluye a la madre, hermana, tía, amiga, y obviamente esposa, se halla la imagen de mujer pura, a la que mira y admira sin pensarla desde su aspecto carnal; en las antípodas de la virginal se ubica la prostituta, comprendida desde el punto de vista sexual, sumamente atractiva que irrumpe fuertemente en sus fantasías, pues no es posible otro espacio de aparición.

¡Es cultural! Y también machista. El complejo se origina en una serie de pautas y convenios sociales; juicios de valor y estereotipos que determinan el rol de la mujer y el goce de su sexualidad. Resulta increíble que en pleno siglo XXI pululen etiquetas y lo que es peor aún muchos justifiquen sus infidelidades bajo el argumento “una es la señora de la casa y la otra es la pu…”.

¿Ser madre implica no poder disfrutar de la sexualidad? ¿Quién da rienda suelta a sus pasiones y afectos solo puede ser prostituta?

Reniego de ciertas reglas y no concibo que el largo de una pollera sea proporcional a la moral; el quiebre, la dicotomía y se quiere la actitud esquizoide de dividir entre “santas y p...s” es una construcción errada en la mente de algunos y un tabú en la psique de otras.

Mujeres se debaten entre satisfacer deseos sexuales o disimularlos bajo polleras largas y posturas socialmente aceptadas; los hombres siguen nutriendo el círculo fragmentando entre sus Vírgenes madres, hermanas, y “prostitutas” que no temen expresar su sexualidad de manera plena.

¡Ni Madonna ni Prostituta! La solución no radica en dividir cual colección de figuritas en estampitas virginales por un lado y “mujeres de almanaque” por otro, sino que desarmar patrones, deconstruir conductas y etiquetas implica tiempo y nuevas prácticas. Terminar con la dicotomía también seguirá siendo cuestión de debate en los bares y en las peluquerías. ¡Ayúdalos Freud!