Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Urgencias y odios sin fronteras

Se está eliminando la posibilidad diaria de dirigirse a otro como “abuelo”, y se termina bajándole el telón a  la necesidad de compartir que todos tenemos.

   Vivimos una sociedad de urgencia, de constantes cambios, de instantaneidad, de inmediatez, de velocidad, de reducción, de intensidad. En la misma linea, no se lee -o solo se detiene la atención en titulos de “bonsái literario”-. Camino inexorable a la jibarización del pensamiento. Nunca como ahora, “lo bueno, si breve, dos veces bueno” (Gracián). 

   Entre las lindeces de estos tiempos, está la carencia de abrigo para con nuestros viejos. Salvo para nuestra Autoridad Municipal, que “tolera” sin control alguno la existencia de más de 350 “depósitos de ancianos” y controla habilitados apenas unos 15. ¿Y el resto? Mutis por el foro. 

   Nimio de Anquin decía muy bien que se tolera aquello que está mal -como la prostitución- pero no se puede cambiar. Por eso los prostíbulos eran “casas de tolerancia”. Pero los “geriátricos” clandestinos o irregulares no  son pasibles de tolerancia alguna desde que bastaría con ponerlos en caja y listo. 

   Para ello alcanzaría una administración municipal que no fuera devota de la autosuficiencia que impide la entrega de una “atención saboreada” con dignidad por parte de personal idóneo, medicación justa, evacuación de residuos patogénicos hacia lugares especiales -que no vayan a basurales a cielo abierto como van actualmente- contaminando a otros viejitos y niños que revuelven inmisericordemente los desperdicios de la “ciudad desnuda” en la que luce solo como slogan lo de “nos ayudamos entre todos”. 

   En realidad se está eliminando la posibilidad diaria de dirigirse a otro como “abuelo”, y se termina bajándole el telón a  la necesidad de compartir que todos tenemos. Mejor sería transparentar y resignarlos a aceptar una soledad evidente, capaz de sacudir corazones, en lugar de esta hipócrita cercanía ilusoria de “atenciones sin control”, o sea desatendidos. Mejor ser testigos en serio de la existencia que declina, buscando una dignidad que nazca del ser mismo y no de sus logros, por mucho vértigo que nos suscite dejar atrás nuestra valorada productividad e independencia económica. Decía Romano Guardini (en “Las etapas de la vida”) que “los cuidados que se dispensan al débil protegen al fuerte mismo. Cuando este -desde el sillón de Bordeu o de un geriátrico irregular a cielo abierto- comprende la necesidad de ayuda al anciano y en atención a él modera su propia impaciencia vital, se ve protegido de muchas cosas que podrían hacerle caer”. 

   En efecto, la relevancia e interés del cuidado son recíprocos. Si sospechásemos mínimamente cómo puede ordenar la propia vida una presencia cercana que nos reclama, las medidas para con nuestros viejos serían bien distintas. Menos técnicas y más humanas. Menos “derechos humanos” tan declamados y más humanos a secas. Decía Castellani: “Nadie puede hablar en nombre del pueblo si primero no lo ama”. 

   Por eso Evita desde la Fundación ayudaba solidaria a su amiga Golda Meir del incipiente Estado de Israel. Más tarde vendrían los carroñeros que por mala fe -como aquellos que en 1951 gritaban“viva el cáncer”- 75 años después impidieron que el Canciller Timerman viajara a EE.UU. a curar el suyo. 

   Hay médicos y santos sin fronteras, pero también hay odio de fronterizos.