Bahía Blanca | Viernes, 26 de septiembre

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Inundación histórica: cómo respondió la juventud de Bahía Blanca ante la emergencia

Un relevamiento muestra que cuatro de cada diez jóvenes resultaron afectados y, aun así, la mayoría se movilizó para asistir a desconocidos, familiares y vecinos con acciones concretas de apoyo.

A pesar de la magnitud de la tragedia, los bahienses respondieron con un fuerte espíritu solidario. Foto: Emilia Maineri-La Nueva.

El 7 de marzo, Bahía Blanca enfrentó la peor inundación de su historia, que provocó pérdidas humanas y dejó profundas secuelas en la infraestructura, afectando de manera directa a toda la comunidad. Un análisis de Belfiore Consultora revela que cuatro de cada diez jóvenes se vieron impactados. Para algunos los daños fueron personales: el 21 % sufrió afectaciones en su hogar, el 5 % perdió parte de los ingresos familiares y el 8 % vio comprometidas las instalaciones de su trabajo. Otros reportaron familiares perjudicados, mientras que solo el 58 % de los jóvenes no sufrió consecuencias directas.

A pesar de la magnitud de la tragedia, los residentes respondieron con un fuerte espíritu solidario. La mayoría entregó ropa, alimentos o dinero; más de la mitad colaboró en limpieza y reconstrucción; casi cuatro de cada diez brindó apoyo emocional; y algunos ofrecieron refugio o se encargaron de organizar donaciones. Incluso entre quienes sufrieron pérdidas propias, nueve de cada diez realizaron acciones de ayuda hacia otros afectados. Solo uno de cada diez no pudo participar, lo que refleja la alta disposición a involucrarse y actuar en la comunidad.

Un dato particularmente relevante es que casi la mitad de quienes colaboraron lo hizo con personas desconocidas. En medio del caos, la desconfianza dio paso al cuidado mutuo y surgieron redes espontáneas que conectaron a vecinos, estudiantes, jóvenes independientes y organizaciones locales. 

Los canales de ayuda fueron variados: familiares y amistades, desconocidos, grupos de redes sociales, asociaciones barriales, organismos oficiales, instituciones educativas, iglesias y ONG. Los menores de 21 años participaron más a través de instituciones religiosas, mientras que las mujeres de entre 26 y 30 años se involucraron especialmente en ONG locales.

La crisis no sólo despertó la acción colectiva sino también una profunda sensibilidad afectiva. Los jóvenes valoraron tanto colaborar con quienes podían actuar como comprender a quienes no tuvieron la posibilidad de intervenir. Esta combinación de compromiso, empatía y responsabilidad demuestra que los valores de cooperación siguen muy presentes en la ciudad, especialmente entre la juventud.

Si se analiza junto con el perfil laboral de esta generación, se observa un patrón interesante. Buscan propósito, independencia y equilibrio en la vida cotidiana. La respuesta a la inundación refleja la misma lógica que los impulsa en su trabajo: prefieren implicarse en acciones con impacto positivo. La empatía y la solidaridad se convierten en una extensión de su manera de relacionarse con el mundo, más allá de los ingresos o de la formalidad profesional.

La emergencia también mostró cómo se generan conexiones espontáneas cuando las estructuras tradicionales no alcanzan. Casi cuatro de cada diez jóvenes ofreció ayuda a desconocidos, lo que evidencia que la confianza colectiva puede surgir de forma natural frente a la adversidad. 

Las redes sociales, asociaciones barriales, centros educativos e iglesias funcionaron como puntos de encuentro, pero gran parte de la colaboración surgió de manera autónoma, sin coordinación previa.

Esto refleja un rasgo central de la Generación Z: la capacidad de movilizarse, organizarse y actuar con rapidez cuando perciben un propósito claro.