Bahía Blanca | Miércoles, 08 de mayo

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Casas que se despiden

Cada día, cada semana, cada mes, decenas de viviendas se despiden del paisaje urbano para dar lugar a una nueva ciudad.

"Nostalgias de las cosas que han pasado,
Arena que la vida se llevó
Pesadumbre de barrios que han cambiado
Y amargura del sueño que murió".
Sur, Manzi-Troilo

No son viviendas inventariadas como bienes patrimoniales. Es decir que a la hora de conformar el registro de inmuebles relevantes de la ciudad por su valor artístico, cultural ó histórico, las mismas no fueron consideradas como tales.

Sin embargo, no es un hecho menor cuando se demuelen. Porque son parte de un paisaje que se despide, de un contenedor de historias que desaparece, algo que estuvo por décadas y que pronto pasará al olvido.

Por eso muchas ciudades hacen un relevamiento fotográfico de las obras que van a caer, como un reconocimiento que permita testimoniar su existencia, la fotografía como “el estar aquí de lo que ya no está”. También se da el caso de quienes se dedican a dibujar esas propiedades, como una manera de combatir su ausencia.

En este caso han sido intervenidas dos viviendas de calle Zelarrayán al 700. Una frente a la otra. La primera sirvió como sede de un jardín de infantes, la segunda mantuvo hasta el final se estética de frente destinado al comercio.

Zelarrayán al 700. Ya no está.

Unos días antes cayó el último ladrillo del pintoresco chalé de Alem y 19 de Mayo y en pocos días se sacudirán las paredes de una centenaria casona de calle San Martín al 300.

Av. Alem y 19 de Mayo. Ya no está.
San Martín al 300. Últimos días.

Es inevitable que la ciudad cambie. (Pareciera que) No hay forma de evitarlo. Hay viviendas que han quedado obsoletas, otras en mal estado o desocupadas, muchas de las cuales el valor del terreno es más elevado que la obra misma.

Tierra arrasada

En nuestra ciudad desde hace décadas se demuelen. Hubo épocas incluso en que cada intervención era percibida como un signo de progreso, al dar lugar, por caso, a edificios en altura. Basta apreciar la cantidad de torres erigidas en las décadas del 60 y 70 para tener una idea de la cantidad de inmuebles que se han ido. Un estudioso del urbanismo escribió que los centros de las ciudades “fueron arrasados por los constructores en todo el mundo. Los años sesenta probablemente pasarán a la historia como el decenio más nefasto del urbanismo humano”.

Lo cierto es que parece parte de un destino inevitable, al menos en nuestro continente, que la ciudad antigua vaya desapareciendo. Italo Calvino, en su maravilloso libro Las Ciudades Invisibles”, da cuenta de sus sensaciones encontradas. Por un lado, al insinuar que ese cambio es necesario, con el riesgo que implica no hacerlo. “Pero inútilmente he partido de viaje para visitar la ciudad: obligada a permanecer inmóvil e igual a sí misma para ser recordada mejor, Zora languideció, se deshizo y desapareció. La Tierra la ha olvidado”, escribe.

Por otro señala, a puro sentimiento, las consecuencias de esos cambios en el tiempo. “A veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí. En ocasiones hasta los nombres de los habitantes permanecen iguales, y el acento de las voces, e incluso las facciones; pero los dioses que habitan bajo esos nombres y en esos lugares se han ido sin decir nada y en su sitio han anidado dioses extranjeros. Es inútil preguntarse si estos son mejores o peores que los antiguos, dado que no existe entre ellos ninguna relación, así como las viejas postales no representan a Maurilia como era, sino a otra ciudad que por casualidad se llamaba Maurilia como ésta”.

Cada día, cada semana, cada mes, cada año, la ciudad que conocemos ya no está, es otra, distinta. Sin embargo, no todo se ha perdido. En muchas cuadras, en muchos barrios, quedan todavía las señales de otros tiempos. Casas chorizos con paredones al frente y árboles frutales, balaustradas recortando el cielo, mansiones con sus aires franceses, impecables frente italianos. Es posible todavía leer el paso del tiempo y con el lápiz que dibuja con ladrillos y mezcla. Las nuevas obras, por su parte, están contando una nueva historia, la que leerán las futuras generaciones. Será sano entonces que sepan que en esos lugares hubo antes otras formas, otros espacios habitados, otras voces.

En ese reconocimiento y en esa memoria, su negación al olvido, más allá de significar una perdida. "Los edificios antiguos son los diarios de una ciudad, y su demolición equivale a quemar las páginas de esa historia”, apuntó Daniel Libeskind.