Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Cómo atravesar sin una lágrima las 11 menos diez...

Rafael Emilio Santiago falleció ayer a los 78 años.

Por Walter Gullaci / wgullaci@lanueva.com

   Nadie como él dominaba la técnica narrativa sin necesidad de sentarse frente a un teclado.

   El micrófono le bastaba al Negro Santiago para desplegar su magia, esa andanada de frases ocurrentes. De pinturas que sólo él podía apreciar y contar, con ese magnetismo que lo caracterizaba.

   Cualquier tema, el que se le ocurriera desandar, terminaba siendo algo menor frente a su gracia.

   Este whitense grandote, de caminar cansino y gesto en ocasiones –muchas- adusto, marcó una época del periodismo. Nuestro periodismo. El que habitaba cada hogar bahiense y de la región, por ejemplo a las 11 menos diez de la mañana, con ese Equilibrio que nos desequilibraba de risa, perplejidad.

   Ácido como pocos, gruñón, a veces hostil, pero con un corazón de niño bondadoso frente a quien necesitara una mano, a Rafael lo llegué a conocer quizás tarde. Demasiado tarde…

   “No te apures, pensá bien lo que vas a hacer”, era un consejo que solía darme y que aún me retumba. Porque surtía efecto. De allí este ahogo de saber que ya no lo escucharé más…


***

   Fue a partir de Sudáfrica 2010 que se produjo el encuentro, tras varios desencuentros. Él como jefe de Deportes de LU2 y yo con igual cargo, pero en La Nueva Provincia. Fueron 35 días muy activos en tierra de Mandela, que dejarían una huella imborrable en quien suscribe.

   El Negro tenía eso. Si se brindaba entero, listo. Te dejaba su impronta de principios y enseñanzas. Una tras otra.

   Seguramente le debe haber sucedido a Juan Carlos Meschini, su más arraigado discípulo, sobre quien surgían palabras elogiosas y de afecto en cada charla, como la de aquel largo viaje de Pretoria a Ciudad del Cabo.

   Y lo mismo a aquel tipo entrañable que fue el Conde Coleffi, con quien formó una dupla demoledoramente –y permítanme el término- única e incomparable en materia de transmisiones de básquetbol.

   O al Negro Walter Portales, con quien compartió viajes y anécdotas desopilantes durante innumerables coberturas futboleras.

***

   Santiago escondía detrás de toda esa exuberancia física y de carácter también ciertas debilidades.

   Temía a horrores quedarse solo. Y solo era quedarse algún día sin Isabel, la mujer que lo acompañó hasta el final y que lo desafiaba a pura chanza. Daban risa cuando se ironizaban el uno al otro. O cuando ella apelaba a recordar su origen en el bulevar. Bien de Huracán, justo el rival acérrimo de Comercial, la divisa del Negro.

   También temía que la Petisa, como llamaba a su hija Marisa, dejara de mimarlo como sólo ella podía hacerlo. Como única hija. Porque Sebastián ocupaba el rol de hermano varón. Y la relación ahí, igual de puro sentimiento, ya era de hombre a hombre.

   El Negro temía y gozaba por sus nietos.

   Por fortuna pudo disfrutar a pleno ese regalo de la vida que le brindó en la última etapa de su vida el mayor de los cinco, Ramiro, aunque a lo lejos. Desde los Estados Unidos. Con un protagonismo importante en el básquetbol universitario. Nada menos. Y que lo tenía orgulloso frente a su “compu rebelde” cada noche en la que “el nene” desparramaba triples y talento.

   Pero además temía no recordar. Olvidar frente a un micrófono un nombre, una anécdota. Una simple estadística. Lo que finalmente no ocurriría jamás, en ninguno de los momentos en los que permaneció al aire.

   Al fin y al cabo, y por rara paradoja, el gran temor del Negro según sus propias palabras era la soledad.

   Y qué tan lejos estuvo de transitarla.

   Vivió hasta sus últimos días acompañado por hermosas postales de su época de marino, de tantas jornadas de pesca. Pero fundamentalmente por su gran familia, el enorme prestigio adquirido y una interminable columna de fieles oyentes.

   Esos que anhelábamos cada día perpetuarnos en las 11 menos diez.

   Sintonizar LU2 y abrazarnos al misterio de la radio. Pero en especial a la dialéctica de ese orador irrepetible.

   A partir de ahora, seguramente inolvidable.

   Te vamos a extrañar, Negro.