Bahía Blanca | Sabado, 23 de agosto

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Montoneros versión K

Es un lugar común de nuestro debate político atribuirle a este gobierno una decisiva y hegemónica influencia montonera. La política de derechos humanos, el tono setentista demodé, la dialéctica amigo-enemigo y el cultivo de cierta estética ramplona de lo "nacional y popular" contribuyen a fomentar la creencia de que los montoneros tomaron el poder.




 Es un lugar común de nuestro debate político atribuirle a este gobierno una decisiva y hegemónica influencia montonera. La política de derechos humanos, el tono setentista demodé, la dialéctica amigo-enemigo y el cultivo de cierta estética ramplona de lo "nacional y popular" contribuyen a fomentar la creencia de que los montoneros tomaron el poder.

El malentendido






 Sin embargo, detrás de las apariencias e imposturas el exceso de retórica esconde, por lo menos, una verdad a medias, cuando no una mentira lisa y llana.




 Para aportar a la confusión general, tanto los voceros del gobierno como sectores de la oposición y hasta formadores de opinión pública se intercambian etiquetas y atributos que unos asumen con orgullo arrogante, mientras otros los arrojan como insultos descalificadores. El uso faccioso de la historia montonera, una vez más, pone en evidencia la imposibilidad crónica de las élites dirigentes para procesar el pasado.




 Las lecciones gramscianas del profesor Grondona, las declaraciones del ex presidente Menem y las acusaciones del neo montonerismo parecen darles la razón a aquellos que desde el poder ejercitan un revival juvenilista autocelebratorio. Ambos retroalimentan el equívoco ofreciendo un simulacro anacrónico. Pero unos y otros omiten deliberadamente una parte sustancial de los hechos, solapando la verdad histórica.

La operación retórica






 La construcción democrática presupone el sustrato de un pasado común donde la memoria se constituye en amalgama de mínimos consensos compartidos, erigiéndose en la gran dispensadora de recuerdos y olvidos que permita renovar el contrato social básico. Olvidar es, también, una de las formas de la memoria.




 Pero los dirigentes argentinos prefieren transitar entre dos patologías de la memoria: la memoria ultra selectiva y la memoria total. La primera nos remite a un filme basado en un estudio del escritor psiquiatra Oliver Sacks llamado Memento (del latín, acuérdate), en el cual un individuo se hunde en el infierno y la confusión, víctima de la pérdida de la memoria inmediata: recuerda todo menos lo que le acaba de pasar, conoce todo menos la última parte. La segunda es la de Funes, el memorioso que por recordarlo todo sólo reconoce detalles. Porque, siguiendo a Borges, pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer.




 Cuando se afirma que este gobierno es neo montonero se oculta un dato esencial y es el que los montoneros orgánicos, es decir su conducción histórica y última formación política, apoyaron y contribuyeron a la candidatura de Carlos Menem y sus políticas de pacificación y reconciliación nacional, acompañando a las dos tandas de indultos. Hubo más montoneros con Menem que con Kirchner. Por lo tanto, la actual exhumación del pasado poco tiene de nuevo y más se parece a un ejercicio de arqueología paleo-montonera.




 Se intenta reivindicar un momento de la historia ligada a las movilizaciones masivas de la J.P., a las formaciones especiales, al camporismo y la Tendencia revolucionaria, pero se soslaya el pase a la clandestinidad, la resistencia armada a la dictadura, la contraofensiva, la estrategia de legalización durante la transición democrática, la conformación de la mesa Menem Presidente y la integración en masa de casi todos sus cuadros al nuevo gobierno.




 Como protagonista de la última etapa de la experiencia montonera, tuve el privilegio de ser testigo y actor de las reiteradas y públicas autocríticas y pedidos de perdón que contribuyesen a recuperar la memoria en el camino a la reconciliación y pacificación nacional con la íntima y profunda convicción de que, quizás, sea éste el único aporte que la sociedad aceptaría para cerrar un pasado de luchas fratricidas y sangrientas.




 Para no abundar en referencias, me remito a diarios de la época y al documentado libro de Viviana Gorbato, Montoneros: soldados de Menem. ¿Soldados de Duhalde?, dónde se detalla exhaustivamente la participación montonera en la administración Menem.




 Como se ve, en los discursos actuales se recorta la última parte de la película y sólo queda la versión light y políticamente correcta. Lectura interesadamente sesgada e incompleta.




 Asistimos a un clásica operación retórica: la sinécdoque de explicar la parte por el todo y el todo por las partes, patología de la memoria que no explica por qué son más peronistas los años setenta que los noventa ni por qué es más montonero Bonasso que Firmenich.

La metáfora teatral






 Cierto pensador alemán solía enseñarnos que la historia se daba dos veces, la primera como tragedia y la segunda como comedia o farsa. Sin duda, la tragedia argentina sigue acechándonos, pero los pasos de comedia se repiten sin cesar. Si se abusa del folclore pop, si se disuelven los partidos en una gaseosa transversalidad, si se legisla bajo presión y con oportunismo, si se socavan las instituciones con asambleísmos, puebladas y demagogia, la representación política deviene en representación teatral, donde ya no hay ciudadanos sino espectadores.




 Cuando la política renuncia a la acción y a la realidad, la actuación se transforma en la continuación de la retórica por otros medios; la impostura domina el guión y el escenario. Las sobreactuaciones y puestas en escena acerca del pasado lo único que hacen es escamotearlo, otorgándole a la parodia setentista, una versión kitsch de los montoneros.






 El licenciado Pablo Unamuno, ex dirigente de la Juventud Peronista.