Avenida Cerri: la calle de la estación, los hoteles y el café donde se sentó el Zorzal Criollo a mirar el paso de los mateos
Una avenida distinta, singular, plagada de pasado y de presente, el lugar que fue puerta de entrada a la ciudad.
Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.
La avenida General Cerri rinde homenaje a Francisco José Daniel Cerri (1841-1914), militar italiano que llegó a nuestra ciudad en 1859 para sumarse a la Legión Militar Italiana.
Aquí desempeñó una amplia labor, estableció un fuerte en el Paso de los Cuatreros en el Sauce Chico, fue uno de los fundadores de la biblioteca Rivadavia y dio los discursos oficiales cuando llegó el ferrocarril, en 1884, y se inauguró el hospital Municipal en 1889. Desde 1943 el pueblo que hasta entonces se llamaba Cuatreros tomó su nombre.
La avenida Cerri fue trazada a fines del siglo XIX junto con la avenida Parchappe, ambas llamadas avenidas de Circunvalación, ya que rodeaban al amplio espacio que hasta hoy ocupa la Estación ferroviaria.
Es parte de un área protegida por su valor histórico y patrimonial y hasta mediados del siglo XX acompañaba la llegada de decenas de trenes que cada día, a cada hora, llegaban a esa estación.
De allí su singular historia, de un pasado desbordante de personas, movimiento, mateos, hoteles, bares y restaurantes –consecuencia de ese flujo constante de viajeros—a un presente donde todo aquellos se ha perdido.
La calle tiene, al igual que la avenida Parchappe, un potencial indiscutible. Por ubicación, espacialidad e historia, componentes que sin embargo no han sido suficientes para su definitiva reconversión. Es un espacio distinto, quieto en cierto aspecto y que quizá necesita que nuevas normativas que ayuden a mejorar la mirada que se tiene sobre el lugar.
La estación, ese templo
Todo el recorrido de la avenida, entre Brandsen y San Luis, lo ocupa el ferrocarril. La estación de trenes inaugurada en 1911, con su fachada neoclásica, sus techos afrancesados, su magnífico reloj y la marquesina de hierro y vidrio que recorre su frente.
Es una estación de paso –ubicada paralela a las vías-- pero con la estética de una estación terminal, terminada con un estilo historicista que destaca la importancia del edificio.
Visitarla hoy causa tristeza. Vacía de todo, sin personal, vallada, silenciosa, tierra de nadie. Es notable que semejante edificio no encuentre rápidamente un nuevo uso y destino.
Su frente luce impecable, con su tono miel y sus pizarras recientemente repuestas. En la vereda se mantiene una casilla para la espera del ómnibus, que en realidad ya no para en ese lugar.
Esa casilla es distinta, atractiva, con una especie de paraguas invertido sostenido por una columna central. Muy cerca se conserva un viejo cartel de plástico, el que indicaba la parada de los taxis y que más allá de estar descolorido ha sabido resistir el paso del tiempo.
Dos por cuatro
En la esquina del predio que ocupa el ferrocarril se ubica la plaza del Tango, un espacio inaugurado en 2003 en el sitio donde a principios del siglo XX existía un trabajado jardín que era orgullo de Arturo Coleman, gerente del ferrocarril del sud, y que incluso supo tener canchas de tenis.
Desde hace un par de años el lugar lleva el nombre del poeta Mario Iaquinandi y ha sumado algunos murales en homenaje a los varios bahienses que se han destacado en nuestra música ciudadana, entre ellos Juan Carlos Cobián, Roberto Achával, Carlos Di Sarli y Juan Carlos Marambio Catán.
La plaza es atractiva, tiene su arboleda y bancos y el aire propio del lugar. La realidad es que se usa poco, el hecho de tener el portón de acceso semiabierto da la impresión de ser un lugar privado y quizá falte un poco de apoyo gastronómico o de espectáculos para darle vida. En el tiempo ha resignado el arco de chapa que marcaba el ingreso y donde estaba grabado el nombre del lugar.
La copa rota
Como remate de la calle aparece el histórico edificio que fuera la bodega Arizu, habilitada en 1946, donde se fraccionaba y envasaba ese vino procedente de cuyo. Obra ladrillera, se destaca su torre de 19 metros de alto que originalmente por donde corría el vino filtrado, se ubicaba el tanque de agua y se accedía a una terraza-mirador.
La firma dejó de funcionar en 1987, el lugar quedó desocupado, fue vandalizado, se robaron su estructura de cubierta y hasta se le quitó una parte para lograr la extensión de la avenida Cerri hasta calle Chiclana.
En lo que queda del edificio original se habilitó finalmente un salón de fiestas que mantiene el nombre de la empresa y sigue marcando su presencia con la emblemática torre.
El puente que pocos cruzan
Un clásico del lugar, el llamado puente negro construido en 1918. Obra de hierro y ladrillos, los materiales típicos de los ingleses en sus obras ferroviarias.
Fue clave para permitir y agilizar el cruce peatonal de las vías entre Cerri y Parchappe, cuando los paredones del ferrocarril impedían todo paso y la gran cantidad de formaciones impedía hacerlo con seguridad. Muchos recuerdan que muchas madres de las villas llevaban a sus hijos congestionados para aprovecha el vapor de las locomotoras como si fuese un gran nebulizador.
Cuando en 2009 se extendió la avenida, una de las obras que se hizo fue demoler el paredón que cerraba el lugar. Al no haber más trenes, hoy la gente cruza por la vereda construida en el suelo y el puente quedó sólo para algunos nostálgicos o curiosos que lo cruzan por diversión.
Momento de arquitectura
Todo el frente a la estación de trenes supo tener un movimiento y una vida de una dinámica única. La arquitectura también da cuenta de otros tiempos y momentos.
El arquitecto Bernardo Paesa diseñó esta vivienda que fue felizmente puesta en valor, respetado su color miel y conservado el contrapunto con los paños de ladrillo visto. La vivienda no mantiene simetría, tiene variedad de aberturas, un cornisa con tejas que recorre el frente y una guarda de azulejos rojizos. Da gusto mirarla.
Los kioscos barco
No falta (nunca) la propuesta art decó. Como en cada calle de la ciudad. En este caso con dos ejemplos muy particulares, en la variante náutica de ese estilo, la cual se inspira en la estética de los barcos y la aerodinámica, enfatizando líneas fluidas y curvas y aerodinámicas, formas redondeadas y superficies lisas que evocan la velocidad y el movimiento.
Una esquina que supiera funcionar como comercio y, en la vereda de la estación, un kiosco barco municipal, construido en 1940 juntos a otros similares que pueden verse en distintos puntos de la ciudad.
El olor de la madera
En 1947, en este edificio de líneas simples y estética equilibrada habilitó su fábrica de muebles la firma Taberner, una de las firmas más reconocidas del rubro.
Aquel año ya había inaugurado su nuevo edificio de calle San Martín 453, donde funcionaba la mueblería La Española. También tenía un local de tapicería en O’Higgins 36 y hasta había establecido una sucursal en pleno centro porteño, en la esquina de Cerrito y Arenales.
La firma se dedicó también al rubro inmobiliario. El edificio Taberner, de Brown y O’Hiigins, y el Pizá Roca de Drago y avenida Colón, son dos de sus obras emblemáticas.
Las casonas del barrio
"Guardo escondida una esperanza humilde/Que es toda la fortuna de mi corazón". Volver, Carlos Gardel
Muchas de ellas cerradas y abandonadas, las tradicionales casonas de las primeras décadas del siglo cuentas historias de restaurantes, hoteles y fondas. Algunas conservan una identificación, otras apenas dejan adivinar su pasado.
Balcones, balaustradas, ornamentos, puertas trabajadas. Pese al abandono cada una tiene algo que contar.
La planta alta en este caso da cuenta del paso del hotel Rivadavia. El lugar ideal para un establecimiento de este tipo. Del tren al cuarto y a realizar las labores. Un escudo guarda el nombre, una moldura-frontis y en el remate un toque posmoderno con un frontis interrumpido por un semicírculo.
El lugar
"Con un café con leche y una ensaimada/ Te pasas una noche de bacanal/ Y al volver a tu casa de madrugada/ Decís, yo soy un tipo, fenomenal". Garufa, Carlos Gardel.
Un clásico, que se mantiene y se reinventa. El Café Miravalles, centenario, concurrido, el encargado de darle vida a la cuadra. En una de las mesas, sobre el ventanal, se cuenta que tomó un café con leche el mismísimo Carlos Gardel, en alguna de sus varias visitas a la ciudad en el tren vía Lamadrid. En el frente aparecen los tradicionales filetes, algunas leyendas y homenajes tangueros.
No es la única propuesta gastronómica, sino que se han sumado otras que respetan y sacan provecho del espíritu del lugar.
Fue y será
En 1911 el intendente Valentín Vergara entendió que la avenida de Circunvalación Noroeste, como se la conocía entonces, no presentaba un aspecto acorde con su condición de ser la primera impresión de la ciudad que tenían todos los viajeros. Un año después se inició su pavimentación con adoquines traídos de Tandil, 10.600 metros cuadrados de 2,70 el metro. Vergara pagó la obra con bonos de pavimentación que los vecinos compraban porque les daba buenos dividendos en los bancos.
El segundo gran cambio estético data de 1940, cuando se decide construir una línea de canteros en el centro de la avenida, en todo su recorrido, como una manera de “embellecer la calle” y generar un espacio donde parar quienes debían cruzar la calle, por entonces de intenso tránsito.
Se construyeron nueve canteros de seos metros de ancho y largos variables, se trabajó con personal municipal y la cooperativa de desocupados tomó a su cargo la plantación de árboles.
La empresa de electricidad, por su parte, se encargó de retirar los rieles del tranvía que había dejado de circular un par de años antes. Los adoquines retirados para construir los canteros se llevaron a la avenida Pringles y con ellos se completó el pavimento entre Corrientes y el arroyo Napostá.
El último gran cambio data de 1967, cuando se quitaron esos canteros, se retiraron todos los árboles y se cambió adoquines por asfalto, generando una ancha avenida con aspecto semi desértico.
Final
La avenida Cerri es un espacio distinto, reconocido y de gran potencial. Sin dudas la estación de trenes debiera tomar protagonismo para inyectarle más vida y movimiento al lugar. Una propuesta como la del Paseo Soler podría extenderse hacia este sector y la municipalidad desarrollar estrategias para alentar el uso del lugar, sacar provecho de sus anchas veredas. Una calle que reúne historia, cultura y espacialidad casi en pleno centro. Sólo falta un pequeño empujón para que vuelva a caminar.
Bonus
Como toda calle, la mirada atenta, hacia arriba, hacia adentro permite descubrir edtalles, señales, signos. Cerri es así.