La mesa familiar de Año Nuevo en 2100
La inteligencia artificial abre posibilidades infinitas. Entre otras, compartir las fiestas del futuro con personas que físicamente ya no estén.
Jefe de Noticias de La Nueva. Analista político y conductor del programa de actualidad "Allica y Prieta a las 12" que se emite por La Nueva Play. Ha hecho coberturas políticas en el país y en el extranjero.
Incluso si nunca llegan a conocerme, mis nietos van a poder pasar conmigo el Año Nuevo.
Tengo 47 años y mis hijos son lo suficientemente chicos como para dudar si veré a la siguiente generación. Si el mayor repite mi historia, será padre a los 38, cuando yo tenga 76. ¿Llegaré? Si lo logro, tal vez no dure tanto como para que mi primer nieto tenga recuerdos relevantes. Mucho menos los que nazcan después.
De todos modos, si mis nietos quieren, a sus 47 años van a poder compartir la cena con el abuelo que ya no está, porque tendrán la posibilidad de reproducirme en una imagen casi real, sentado a la mesa, pidiéndoles que la copa de vino jamás esté vacía.
Tal vez suene morboso, pero estamos en la era de la inteligencia artificial donde la imagen de cualquier persona se puede reproducir de manera verosímil haciendo algo que nunca hizo. Por lo tanto, para que podamos compartir mesa con hologramas de humanos, en altísima calidad, no puede faltar demasiado.
Más aún: no hay por qué celebrar Año Nuevo con un familiar fallecido. Se lo podrá invitar al Messi del futuro, al Indio Solari, a Franco Colapinto o al presidente de turno en el 2068 (que quizás sea el propio Colapinto, completando el sueño frustrado de Reutemann). Los famosos hasta podrían monetizar sus reproducciones, en una versión mejorada de los saluditos de cumpleaños que vendían en la pandemia.
No soy de los que se inquietan por los cambios bruscos que impone la realidad virtual. De hecho me parece fascinante y, en definitiva, me preocupa un poco más la biotecnología, la posibilidad de clonar gente o de programarla celularmente antes de nacer para que tenga determinadas características físicas o que se incline por ciertas actividades desechando otras. Esa sí es una amenaza al libre albedrío, mucho más grave que el avance de las máquinas suplantando trabajo humano.
Pero para ser sincero tampoco me angustia tanto todo eso, más bien me genera curiosidad. Por ejemplo: ¿cómo será la infancia de mis nietos? Me resulta inimaginable, partiendo de la idea de que mi propia infancia se pareció más a la de mi abuelo que a la de mis hijos.
Yo jugaba a la pelota en la calle, andaba en bici, me subía a los árboles, jugaba a la escondida en la vereda. Varias generaciones hicieron lo mismo. Las nuevas camadas de niños se comunican con amigos mediante aparatos, aunque estén sentados uno al lado del otro.
No éramos mejores, no estoy diciendo eso. Por tomar un tema findeañero, cuando la pirotecnia era libre no había bandita de pibes que no se dedicara a fastidiar a todo el barrio. Me acuerdo que, a mis 11 o 12 años, en la vereda del Club Argentino sobre Vicente López había pichoncitos de murciélagos que se caían de los balcones de ese edificio y se amontonaban contra la pared buscando la sombra que los protegiera del día.
Con mi amigo Javier comprábamos unos rompeportones bestiales que se conseguían en aquella época, armábamos montañitas de mini murciélagos, les poníamos la mecha abajo y los hacíamos volar a petardazos, despertando, de paso, a todos los que querían dormir la siesta. Nos prestaban el encendedor los taxistas de la cuadra de la Biblioteca Rivadavia, que se reían de nuestras "travesuras". También les tirábamos bombuchas a las chicas que iban bien vestidas por la calle.
La verdad, éramos unos pendejos bastante de mierda. No malos, en el fondo, pero la diversión era molestar.
En cambio mis hijos y sus primos y sus amigos, en una era de la sociedad bastante distinta, no parecen tan indeseables. Hoy existe otra valoración de la empatía. A mis nietos, claro, no tengo la menor idea qué estadío de la sociedad les va a tocar.
El otro día hice esta cuenta. Si mi hijo mayor es padre a los 38, como yo, su primer hijo va a nacer en 2053. Por lo tanto, mi primer nieto va a cumplir mi edad actual, 47, en el 2100. Si tuviera que elegir, preferiría que no celebre ese Año Nuevo y la llegada del siglo XXII con el abuelo que ya no está, en versión holograma.
Sé que es raro el planteo, pero también era inaceptable hace 50 años suponer que un pequeño dispositivo llamado teléfono celular iba a tener semejante dominio sobre las personas. Que en tan poco años de desarrollo se convertiría en una hiper sofisticada maquinaria de control.
Sin embargo, eso es. Sobre ustedes, sobre mí. Hoy, ahora.