Esconder el Napostá

Mario Minervino

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Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.

Hace 65 años, en noviembre de 1959, se hicieron las primeras manifestaciones vecinales con la idea de entubar el arroyo Napostá, como solución al mal aspecto que el curso de agua al atravesar la ciudad.

Dos estéticas distintas tenía el arroyo en aquella época. Por un lado, la que comenzaba en las sierras y mantenía “todos los atributos para conmover el espíritu del poeta y que en inspirado momento con vuelo lírico cantara loas a sus aguas cristalinas y a las riberas pobladas de follaje”.

Pero así como ese tramo era “un curso cantarín”, todo cambiaba al ingresar en la ciudad, al tomar contacto con la civilización. “A poco de entrar en la zona urbana todos esos encantos desaparecen pues se desliza entre yuyales y contaminan su pureza natural los desperdicios y aguas servidas que se arrojan en su curso, a falta de un vaciadero mejor”.

Porque además la fuerza de su corriente era suficiente para trasladar esos agregados hasta el mar, con lo cual se convertía “por arte de la mano del hombre” en un foco nauseabundo e infecto que hería no solo el olfato y la vista sino también la salud de todos los habitantes.

Solucionado en 1948 el hecho del arroyo convertido en un látigo cuando la lluvia lo convertía en una corriente arrasadora “sembrando destrucción, víctimas y desamparo”, quedaba entonces el tema de la putrefacción propia de los residuos que se arrojaban en su cauce. Se replanteaba entonces la idea del entubarlo, el proyecto de cubrirlo con una capa de cemento, generando una avenida asfaltada uniendo los parques de Mayo e Independencia.

“Previendo para el futuro es conveniente efectuar el examen que merezca la obra por su interés social y estético”, se expresó.

La idea de esconder el arroyo en un conducto de hormigón comenzó ser realidad en 1978, obra que lo borró del paisaje  entre calles Casanova y Estados Unidos.