La revolución de la limpieza
A medida que los electrodomésticos se iban perfeccionado se hacían accesibles a toda la gente.
Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.
Hace 67 años, en octubre de 1957, los comercios locales ampliaban su oferta de electrodomésticos con la llegada del lavarropas, desalojando a la tradicional tabla de lavar y el fuentón.
Arias Hermanos, de avenida Colón 424, presentó el lavarropas a turbina, con certificado INTI, capacidad para 4 kilos de ropa, garantía de cinco años, completamente enlozado y con colores combinados, al ventajoso precio de $ 2.850, en cuotas de $ 205.
Industria Hogareña, con casa central en Soler 575, ofrecía la marca Pimpinella, con un singular diseño circular similar a un termo, también para 4 kilos, varios tonos y un poco más barato, $ 2.400 en 15 cuotas de $ 184. Los interesados podían consultar detalles llamando al 3460, teléfono de línea.
Casa Iuale, de Chiclana y Las Heras, ofrecía el Kacemaster Bendix, un aparato de líneas modernas y carga superior. El precio trepaba a $ 5.990 y se ofrecían planes de pago desde 10 hasta 20 cuotas.
Por último, Byrd refrigeración, de Donado 247, teléfono fijo 446, ofrecía el Byrd, totalmente metálico, con tambor inoxidable, lujosamente terminado, turbina metálica, rodillos de gran dimensión, cómodamente transportable con sus 4 ruedas, con capacidad de 3,5 kilos y centrifugado.
El bazar Bignoli, de O’Higgins y Saavedra, tenía la marca Cometa, centrífugo, modelos de lujo y especial en cuotas de $ 350, sin anticipo.
Lo cierto es que este maravilloso electrodoméstico tuvo su origen en 1901, una lavadora con un motor que hacía girar un tambor metálico y un precio casi inaccesible.
Muchos aseguran que el lavarropas automático fue más revolucionario que Internet, al cambiar radicalmente la vida en el hogar y, sobre todo, la de la mujer, que pudo dejar de refregar la ropa contra la superficie con relieves o corrugaciones de la hoy archivada tabla de lavar.