Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Cansados, con hambre y con miedo, cerca del final...

Charlas con el sobreviviente Nilo Navas.

Foto: Archivo.

Por Walter Gullaci

   “La espuma del mar rompía la proa y directamente inundaba la cubierta. Eso ponía de manifiesto la fuerza del oleaje en el que estábamos navegando. Toda la noche de vigilia, de expectativa. Absoluto silencio en el buque. Cualquier ruido podía escucharse desde las profundidades. Trabajamos así hasta las cinco o seis de la mañana, cuando se dio la orden de cambiar rumbo. El plan se había abortado”.

   “Recordemos que estaba planificado un ataque en pinza, el portaviones 25 de Mayo iría por el Norte de San Carlos, el crucero General Belgrano por el sur. Nosotros, con ambos grupos de tareas, debíamos realizar un ataque a la isla Soledad y el desembarco de los soldados que teníamos a bordo junto con ataques de la Aviación Naval del 25 de Mayo”.

   “Como consecuencia de la falta de viento norte, el portaviones 25 de Mayo vio dificultada la posibilidad de hacer decolar sus aviones, ya que se  necesitaba un viento relativo para poder levantar vuelo. Estos aviones, que iban muy pesados, con bombas, empezaron a dejarlas para poder decolar. En un punto determinado, se advirtió que iban a poder salir con una sola bomba, lo que implicaba prácticamente una tarea suicida. Es ahí donde decidieron abortar, el portaviones cambió de rumbo y a nosotros se nos dio la orden de virar rumbo al sudeste de la Isla de los Estados”.

   “Nosotros no lo sabíamos, pero indudablemente el submarino venía observando nuestros movimientos, se encontraba detrás. Estaba en la estela de la popa del Belgrano, confundido con el ruido de las hélices, para que los destructores no lo pudieran detectar. El submarino se alejaba y se acercaba, observando nuestra situación. Tenía armas listas, torpedos preparados para disparar que, entre paréntesis, fueron distintos a los que usaron en el momento del ataque. Eran torpedos propios para esa situación de temporal y para esas aguas en las que estábamos navegando”.

   “Entre las 5 y 6 de la mañana, el submarino observó que todo el grupo de tareas viró y comenzó a navegar hacia el sudeste. Así que se sumergió, pasó por debajo nuestro, dio toda una vuelta, volvió a posicionarse atrás y continuó con el seguimiento. Es ahí cuando informó a Londres que el Belgrano cambió su rumbo”.

   “Recordemos que en ese momento se estaban realizando intensas negociaciones. El presidente de Perú, Belaúnde Terry, estaba intentado ultimar detalles para una última negociación que podría haber llegado a ser definitiva. Esta información estaba siendo evaluada por el canciller argentino, el canciller británico y Alexander Haig, secretario de Estado norteamericano. Mientras tanto, Margaret Thatcher se encontraba, ese domingo, en su residencia de campo reunida con sus ministros, recibiendo toda esta información y tomando decisiones respecto del Belgrano”.

   “En ese momento yo estaba cubriendo las guardias que iban desde las 12 del mediodía hasta las 4 de la tarde, y la de 12 de la noche hasta las 4 de la mañana. Cuando es puesto de combate, todo el personal está cubriendo guardias, pero en esos momentos estábamos cubriendo crucero de guerra, o sea un tercio de la tripulación estaba tomando la guardia,  otro tercio la estaba dejando y el tercio restante estaba descansando. Lamentablemente fueron ellos quienes murieron”.

   “Yo, puntualmente estaba entregando la guardia cuando se produjo el primer impacto a las 4 de la tarde. El primer torpedo nos pegó en la popa, en la parte de atrás del barco, que es donde se estima que murieron aproximadamente 200 soldados, porque entró por el camarote. Inmediatamente, sin tiempo a recuperarnos, porque cuando nos impactó nos caímos todos, se cortó la luz y el barco se frenó de golpe. Cuando estábamos tratando de recuperarnos y pensar en algo, vino el segundo impacto que cortó la proa directamente 20 metros, como si una tijera cortara un papel”.

   "Alguien en el CIC (Central de Informaciones de Combate), dijo 'torpedo, ataque de submarino'.  En este segundo impacto se calculó que murieron aún más soldados. La mayoría de estas muertes se produjeron por las explosiones, casi en el acto. Luego, en las balsas, murieron 23 soldados más, por el frío y las heridas de las explosiones”.

    “Creo que me salvé por muy poco, segundos quizás. Veníamos muy cansados, sin dormir desde el día anterior, con mucha hambre, sin almorzar, sin cenar, sin merendar, porque cubríamos puestos de combate desde las 4 o 5 de la tarde del día anterior. El almuerzo del sábado había sido la última comida. Estábamos agotados,  estresados, con muchos nervios y, por qué no decirlo, con miedo”.