Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Alberto, cada vez más obligado a ser un equilibrista

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

   “No se puede quedar bien con Dios y con el diablo”. La frase la despachó uno de los dirigentes de la Mesa de Enlace del campo que el jueves se reunieron en Córdoba con los  cuatro diputados nacionales de Hacemos por Córdoba, el PJ cordobés que lidera el gobernador Juan Schiaretti. Se refería esa advertencia, casi una amenaza en el actual contexto que rodea la probable expropiación de la cerealera santafesina Vicentín, a la espada de Damocles que hoy pende sobre la cabeza del mandatario mediterráneo. 

   Si rechaza la ley se le cierran todos los grifos nacionales por los que fluye la ayuda económica de la Casa Rosada. La última, todo un gesto sin disimulos, de un crédito por $ 4.800 millones que ayudará a pagar algunas obligaciones, no todas. Si apoya la expropiación, Schiaretti traicionará a los hombres del campo a los que les prometió que los llevaría “como bandera” para defender sus derechos ante un presunto avasallamiento estatizador del kirchnerismo.

   El dato viene muy a cuento de la escena nacional que se juega por estas horas. No sólo porque el presidente está al tanto de esa encrucijada en la que se encuentra “el Gringo”, como llama familiarmente al gobernador de Córdoba. Sabe igual que todos que los cuatro diputados cordobeses serán claves a la hora de alcanzar el quórum cuando llegue el proyecto de expropiación con la descontada media sanción del Senado.

   Viene a cuento en modo especial porque el propio presidente se ha visto en los últimos días forzado a perfeccionar sus dotes de equilibrista de las que hizo gala en dos etapas: desde el mismo momento que llegó a la Casa Rosada y empezaron las chicanas sobre el tema del doble comando entre él y el Instituto Patria. Y luego cuando la pandemia se abatió sobre nosotros con sus secuelas cada vez más crecientes de  crisis de salud mezclada con tremenda caída de la situación de la economía. 

   En esa zancadilla bíblica empezaron a tropezar las empresas y sus dramas para subsistir. La intervención con eventual posterior expropiación de Vicentín se convirtió en la gota que rebalsó el vaso. Aunque sea pertinente convenir que los problemas de la cerealera ya existían en buena medida antes del coronavirus.

   Entre idas y vueltas de estos días que pueden encontrarse en los archivos periodísticos, el presidente de algún modo buscó “quedar bien con Dios y con el diablo”. Avaló el proyecto de expropiación de Vicentín, apalancado básicamente por La Cámpora y los sectores duros del cristinismo. Un paso extremo que constancias que se recogen en despachos del gobierno sostienen que nunca terminó de digerir. Ni en el fondo ni en las formas. 

   Tal vez por eso acto seguido dejó abierta la puerta para algún tipo de negociación. Por ejemplo, cuando se reunió con los directivos de la empresa y luego envió al gobernador Omar Perotti como vocero autorizado a aclarar que en realidad estaba “abierto a una propuesta superadora”. A quienes por estas horas aseguraban que el gobernador santafesino expresaba un fuerte malhumor, no les faltaría razón: Perotti fue desautorizado 24 horas después por una muestra de apoyo de Alberto al proyecto oficial, pegado a un duro comunicado de La Cámpora que profundizó el proyecto.

    El presidente ha vuelto una vez más sobre sus pasos para calmar las negras premociones de los grupos empresarios e insiste en que estaría abierto a escuchar propuestas. Otro dato duro que    probaría que el presidente es nomás un fino equilibrista allá en las alturas: ahora mismo tiene en su escritorio de Olivos varios borradores de proyecto sobre el caso Vicentín, ninguno vinculado a una expropiación, que le acercaron Sergio Massa, Roberto Lavagna, Schiaretti, cooperativistas del interior del país y hasta un hombre de la otra trinchera en la guerra de 2008 y hoy aliado del kirchnerismo como Eduardo Buzzi. 

   También Perotti, más calmo tras aquel ninguneo, le habló del proyecto del diputado Luis Contigiani. Ninguno, va de suyo, tiene empatía con el proyecto de expropiación chavista que enarbolan los seguidores de Cristina y Máximo Kirchner.

   En el caso del cierre de Latam, que se convirtió en la peor noticia de la semana por lo que presagia hacia el futuro incierto, el gobierno salió a fundirlo con el contexto internacional, aunque también culpó al gobierno de Macri por los padecimientos de la aérea chilena. 

   Hubo silencio ante los gritos de guerra del sindicalista de Aerolíneas Pablo Biró, que reclamó poco menos el secuestro de los aviones de Latam y habló de un intento de “extorsión” al presidente. El jueves, Alberto y en consonancia el ministro de Transporte, Mario Meoni, salieron a calmar las aguas y dijeron que buscarán la manera de que la aerolínea siga operando en la Argentina. “Es muy prematuro, ni hablar de otro salvataje”, se atajó un secretario con despacho en la Casa Rosada.

   El alarmante crecimiento de contagios de coronavirus lo coloca al presidente frente a otro de los grandes desafíos para mostrarse coherente entre lo que dice y hace, tal vez mimetizado con aquel viejo latiguillo de Néstor Kirchner (“No miren lo que digo, miren lo que hago”), en quien tanto se referencia. 

   Las urgencias de Kicillof para buscar responsables fuera del conurbano y más precisamente en los “runners” porteños por la disparada de contagios en el GBA, y su propia necesidad de no romper lazos con Rodríguez Larreta porque lo tira hacia abajo en las encuestas, le reclaman aquel mismo equilibrio.

   El súmmum de los equilibrios a los que está obligado el presidente se puede encontrar en las “ideas locas” de las que reniega en privado pero a las que no tiene más remedio que defender en público. Vicentín es un buen botón de muestra.