Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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De mis vacaciones, a una película llamada COVID-19

Una periodista de La Nueva. cuenta su experiencia como argentina varada en el exterior. "Vine a España por 20 días y ahora no sé cuándo vuelvo a casa". 

Por Brenda Ghiberti / bghiberti@lanueva.com

 

   Usted se ha contactado con el Consulado Argentino en Barcelona, espere y será atendido.

   —Habla Alejandro, ¿en qué puedo ayudarte?

   —Buenas tardes, mi nombre es Brenda. Estoy en Barcelona. Vine de vacaciones a principios de mes y mi vuelo de regreso a Buenos Aires era el 30 de marzo, pero Iberia lo canceló tras la medida que tomó el Gobierno argentino de suspender los viajes internacionales provenientes de los países de riesgo —le largué como si fuera una máquina. 

   Del otro lado, silencio.

   —¿Qué hago? —pregunté, como si ese pibe tuviese en sus manos la vacuna contra el coronavirus. 

   Lo que sigue fue un rompecabezas autodidacta que fui armando con información que encontré en Google.

   Llamé a Iberia e hice mi reclamo. Llené el formulario que pedía Cancillería para los argentinos varados en el exterior. Chateé con Aerolíneas. Hablé con el seguro al viajero que contraté. Hasta intenté conseguir un pasaje con otras empresas. Más la charla de cada día con otros Alejandros del Consulado.

   Llamé, llamé, llamé y me volví una sommelier de la música en espera. 

   Cada día una respuesta distinta. 

   No los culpo. Este virus nos desencajó a todos. Pero esa volatilidad me rompió el cosito de la organización. 

   Vine por 20 días y ahora no sé cuándo vuelvo a Bahía. 

***

   En Barcelona empezaban mis vacaciones, que seguían por Sevilla, Madrid y Toledo. 

   No sabía que el viaje iba a tener un giro narrativo tal, que iba a terminar en una película de ciencia ficción. 

   Turistas por todos lados, pero reglas claras: evitar espacios masivos, no tocarse la cara, lavarse las manos o que te acompañe el alcohol en gel.

   Hasta ese momento nada hacía creer (o eso queríamos creer) de que la cosa iba tan mal. 

   Caminé las callecitas antiguas, me perdí, compré imanes para la heladera. 

   Pasaron los días, el plan de seguir en modo turista se pinchó. La cosa iba mal. 

   Con más de 6.000 casos de contagio y casi 200 muertos, el sábado 14 de marzo el gobierno español decretó “Estado de alarma” ante la crisis sanitaria por la COVID-19. 

   Lo subestimaron. Lo subestimé. Lo subestimamos. Ahora, en confinamiento.

   El calendario que había armado del viaje por España y que tenía guardado en mi Google Drive también quedó en cuarentena. 

   Por acá, los balcones se convirtieron en el único lugar al aire libre donde es seguro estar.

   Leer, cocinar, hablar, hacer algo de ejercicio (si hay ganas), mirar series o el techo y así, en distinto orden todos los días. 

   Que tuve suerte. Mucha. En Barcelona vive mi amiga F con su marido N y ellos me hicieron parte de su hogar, en tiempos de cuarentena. 

***

   Agarro el celular apenas me despierto, en automático, busco si hay un email del milagro donde diga “Brenda, tenés un vuelo de vuelta a casa”, cual premio en un programa de televisión. 

   “Usted se ha contactado con el Consulado Argentino en Barcelona espere y será atendido” y ya perdí la cuenta la cantidad de veces que escuché esto. 

   Insistí cada día, varias veces, a ver si conseguía una respuesta pero giraba mucha desinformación.

   A los 11 días de confinamiento, me compré otro pasaje.

   Una semana después recibí un email: “Importante. Tu vuelo ha sido cancelado”. 

   Paradoja: tengo dos pasajes de regreso y no puedo usar ninguno para volver a casa.   

***

   Hunters, Elite, 1917, Hogar, Los dos papas, The good doctor, La Casa de Papel, Poco Ortodoxa y la lista sigue. 

   Con 5 horas de diferencia y el sueño un poco desordenado, me armé una rutina. 

   Volví a trabajar a la distancia. 

   Subo la persiana, desde la ventana de mi habitación miro las montañas, tomo mate aunque lo de madrugar no se me da y prendo la notebook. 

   Con F y N nos turnamos para ir al supermercado. Es la salida de la semana. Es mi dosis de vitamina D con distancia social. 

   A la noche llegan las videollamadas y me pongo más perfume. 

   Sigo esperando para volver a casa. 

***

   El lunes le mandé un texto de 312 palabras al Consulado, por WhatsApp. Dejé atrás las llamadas. Avance tecnológico.  

   Me contestó Gimena con un audio de cinco minutos: paciencia y empatía. Sin novedades. 

   Llevo 27 días de cuarentena en España, país de alto riesgo: 157.022 contagios y 15.843 víctimas fatales. Números que lo vuelven frío.   

   Quizás es una forma incómoda de pensarlo, pero entiendo que la suspensión temporal de vuelos internacionales a Argentina es una medida necesaria y que los varados en el exterior tenemos que esperar. 

   Por un bien común. Para controlar este virus surrealista. Sin romantizar la espera. 

   Lo que desborda es la incertidumbre. No tener una fecha de regreso. 

   Y aún más a los que no pueden pagar un alojamiento o alimentos. A los que se les terminaron sus medicamentos. A los que duermen en el aeropuerto. A los que se endeudaron para comprar otro vuelo. A los que están en riesgo. 

***

   Mi teoría es que del año 2020 surgieron dos tiempos, AC / DC: antes de la COVID-19 y después de la COVID-19. 

   No sé cómo vamos a ser después de esto. 

   Una amiga dijo: "Ahora hay que aprender a vivir a destiempo de lo adquirido”.

***

   Van 27 días de confinamiento y sigo esperando que llegue un email que anuncie mi regreso. 

   Mientras tanto, sigo mi rutina.

   Llega la salida de la semana, agarro un papel y anoto lo que falta comprar. 

   En la lista del supermercado también escribo lo que quiero hacer cuando consiga volar los 11.030 kilómetros que me separan de casa.