"La corazonada de padre es que está viva en algún lado"
Dos sospechosos, ningún detenido, persistente misterio y una causa virtualmente estancada. Así, como hace un año, se advierte la investigación por la desaparición, en Comodoro Rivadavia, de Sonia Ester Toro, la vendedora de cosméticos bahiense de paradero aún incierto.
Esa también es la impresión que tiene su padre Juan (67), quien, durante un diálogo mantenido ayer con "La Nueva Provincia", aseguró que no baja los brazos.
"La esperanza es lo último que se pierde y la corazonada de padre es que está viva en algún lado. Si está en algún lado, sabrá por qué, quizás vio algo que no tenía que ver, porque es una zona j..., hay mucha droga y todas esas cosas y, a lo mejor, la apretaron para que haga lo que hizo, si lo hizo ella, o sino, se lo hicieron", sostuvo Toro.
En ese sentido, admitió que la localización con vida, días atrás, del martillero José María Ferrari, buscado desde noviembre último, "me renovó la expectativa".
"De ella no tuvimos señales de vida, pero, al no encontrar nada de nada, la posibilidad es que puede estar viva", afirmó.
Sonia, con 34 años de edad, desapareció entre las 9.30 y las 10 del 17 de mayo del año pasado, después de dejar a sus dos hijas en el colegio y dirigirse a una panadería donde había encargado una torta, para festejarle el cumpleaños a una de ellas.
Poco después de las 13 de ese día, el Ford Galaxy que conducía apareció incendiado en una cantera y, durante la madrugada siguiente, corrió la misma suerte la casilla rodante en la cual vivía, en una zona forestal de la periferia de aquella ciudad chubutense.
Nelson Haag, marido de Sonia --se separaron poco antes del hecho y la mujer lo había denunciado por amenazas-- y Augusto Nowaseski, quien tuvo una relación sentimental con ella luego de que esta se distanciara del primero, figuran como sospechosos.
"Hasta que no haya nada en contrario, las dudas están, aunque ellos aseguran que no tienen nada que ver. Mis dos nietas (de 14 y 9 años), con quienes hablo todas las semanas, siguen viviendo allá con su padre", indicó.
La hipótesis del pozo
Con el correr de los días, los investigadores, y hasta los mismos familiares de la víctima, no descartaron que Sonia haya sido arrojada en un profundo pozo petrolero de la zona, hipótesis que aún sostiene como válida su padre.
"Es la posibilidad más fija que hay, porque a 1.500 o 2.000 metros de profundidad no van a encontrar nada; si tirás a una persona, entra justo y se va sola para abajo", admitió.
Recién pasados más de 50 días de la denuncia, se ordenó remover la casilla incinerada, en procura de buscar otros indicios.
En el coche, en tanto, aparecieron el reloj, papeles, cabellos y vello púbico, botones y trozos de ropa quemados y extrañas manchas en la rueda de auxilio.
Cerca de la vivienda de Nowaseski, en tanto, hallaron un bidón de nafta, combustible empleado --según peritos-- para comenzar el siniestro.
De todas maneras, Toro enfatizó en la víspera: "Hasta ahora no hemos tenido ninguna novedad".
Tampoco descartó que su hija haya sido parte de una cadena de personas misteriosamente desaparecidas en Comodoro Rivadavia, sin un móvil aparente, en los últimos años.
"Me dijo mi yerno que la semana pasada hubo otras dos desapariciones, uno el sábado y el otro el domingo, y uno de ellos cerca del lugar donde desapareció mi hija. Ya van algo de cuarenta y pico desaparecidos, es tremendo este problema en Comodoro", señaló.
Los mazazos de la vida
Debe calificarse de increíble el temple espiritual de Juan Toro, a poco de que se repase su particular historia familiar, constantemente golpeada por la tragedia.
La desaparición de Sonia es sólo un eslabón de fatalidades que lo marcaron a fuego y que "le enseñaron a sufrir", según reconoció.
Toro perdió a otros tres de sus diez hijos, en distintas circunstancias, todas accidentales.
En 1969, Bruno José, su primer descendiente, falleció a poco de nacer, cuando cayó al piso en medio de un traslado, dentro del ex hospital Policlínico.
La muerte volvió a sacudirlo en 1987, cuando Marcos, de sólo dos años y medio, se ahogó en la pileta de lona que se encontraba en el patio de la vivienda que actualmente sigue ocupando en Villa Libre.
A los 25 años de edad, otro de sus hijos, el policía Luis Daniel Toro, falleció al recibir un disparo accidental de un compañero, en medio de la persecución de un sospechoso en proximidades de Villa Rosario. Fue a principios de mayo de 2000.
Y el mes pasado, mientras la incertidumbre de no saber dónde está Sonia seguía latente, Toro volvió a penar. Esta vez por Juan José (27), quien fue víctima de un grave choque, la noche del 18 de abril, en Matheu y Balboa.
El damnificado resultó con traumatismo encefalocraneano grave, fracturas de la base del cráneo y de parietal y un hematoma subaracnoideo. Después de varios días de terapia intensiva, fue dado de alta, aunque sigue bajo control.
En noviembre de 2003, el mismo joven había protagonizado otro accidente --por el reventón de un neumático, volcó el auto que conducía y chocó contra una columna, en la avenida Alberto Pedro Cabrera al 4000--, aunque en ese caso no había sufrido consecuencias.
Lejos de cualquier ironía, parece casi irrelevante el cáncer que sufre Inés, su mujer, del cual "se está recuperando", admitió, con notable entereza.
"Un dicho afirma que hay personas que aprenden a sufrir y nosotros hemos aprendido a sufrir en familia, aunque mantenemos la fe en Dios", aseguró, con ojos vidriosos.
De todas maneras, después de semejantes designios del destino, confesó que cada mañana que sale a la calle "estoy esperando que me pase algo a mi".
Homónima. Meses atrás, la familia Toro había logrado hallar, a través de un buscador en Internet, el nombre de Sonia Ester Toro, como el de una mujer que alquilaba un departamento en Europa. Personal de la DDI local colaboró con la pesquisa, aunque finalmente descubrió que se trataba de una homónima de origen cubano.