Bahía Blanca | Domingo, 28 de abril

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La mente asedia al cuerpo que compite

Cuerpo y mente conforman una unidad. Hay una interacción permanente entre la vida anímica y lo que acontece en el físico, y lo que pasa en el cuerpo repercute en la vida anímica. Las llamadas enfermedades psicosomáticas --entre las que se cuentan la úlcera gastroduodenal, la hipertensión arterial o el asma-- son las que aparecen cuando se rompe esa armonía o, como dicen los especialistas, cuando se manifiesta una disociación psicosomática.


 Cuerpo y mente conforman una unidad. Hay una interacción permanente entre la vida anímica y lo que acontece en el físico, y lo que pasa en el cuerpo repercute en la vida anímica.


 Las llamadas enfermedades psicosomáticas --entre las que se cuentan la úlcera gastroduodenal, la hipertensión arterial o el asma-- son las que aparecen cuando se rompe esa armonía o, como dicen los especialistas, cuando se manifiesta una disociación psicosomática.


 La persona, entonces, suele tener dificultad para expresar sus afectos, y si a eso se sumaría cierta facilitación orgánica constitucional, ese desborde se manifiesta a través del cuerpo.


 El caso es que en los deportistas, con el grado de exigencia que ponen en el trabajo corporal, también las lesiones pueden ser una expresión de tensiones psíquicas internas que no han tenido lugar para expresarse de otra forma.


 "Para los deportistas, el sistema musculoesquelético es aquél que utilizan como herramienta de trabajo: será, por lo tanto, el que tenga mayor nivel de exposición y desgaste y sobre el que influirán también los estados emocionales por los que atraviesan a lo largo de su carrera", señala el doctor Ricardo Rubinstein, médico psiquiatra y psicoanalista miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).


 Para Rubinstein, los movimientos que se ejecutan al realizar un deporte requieren una tensión muscular óptima, que se logra con una preparación tanto física como psicológica.


 "Las circunstancias propias de la competición y las vivencias concomitantes del jugador van a incidir en este estado", asegura.


 Consciente o inconscientemente, los temores, la ansiedad, la frustración y la significación social (del rival al que enfrentar, de un campeonato o de un partido, por ejemplo) pueden hacer variar el tono muscular del atleta, produciendo hipotonías o hipertonías "asincrónicas", es decir, que no se corresponden con lo que el jugador necesita realizar en ese momento, innecesarias y disfuncionales.


 "Así, la patada, el golpe, el pase, y las pisadas, giros u otros movimientos que realice, resultarán en áreas de mayor fragilidad o disposición a la lesión, siendo ello más notorio aún en los deportes donde hay fricción con el adversario. De prevalecer con intensidad los mecanismos disociativos, el jugador no sentirá tanto, pero sufrirá trastornos funcionales --tales como calambres-- o lesiones de mayor gravedad", señala.

Cada vez más exigencias




 La alta competencia, especialmente cuando se interviene en ella de modo profesional, implica niveles de exigencia cada vez más elevados. Por eso son frecuentes los sentimientos ambivalentes que pueden traicionar al deportista.


 "A lo largo de su carrera los jugadores realizan una preparación atlética minuciosa para poder afrontar la exigencia, horas de trabajo físico, gimnasio y dieta bajo la supervisión de deportólogos, preparadores físicos, kinesiólogos y nutricionistas", sostiene el especialista, quien asegura que todo ello aporta el 50 por ciento de su rendimiento, pero el otro 50 le corresponde al aspecto mental o psicológico.


 La motivación y sus vaivenes dentro de un mismo partido, según explica, reflejan una cantidad de vivencias en las que se incluyen la sensación de confianza en las propias aptitudes, la estimación de la performance del rival, la tolerancia a la frustración, la capacidad de espera, la influencia de terceros como los propios compañeros, el director técnico o el público, así como cierta pertinacia en la consecución de sus objetivos.

Ideales voraces




 Rubinstein destaca el papel de los ideales, los cuales "proveen las metas a alcanzar y a la vez regulan la autoestima de acuerdo con el cumplimiento, la cercanía o la lejanía de ellos".


 En ocasiones, llegan a ser "voraces, exigentes", y promueven "un monto de sufrimiento muy intenso si el sujeto no es capaz de articular lo que puede con lo que quiere, o si los tiempos internos y externos lo apremian".


 Además, los jugadores deben cargar muchas veces no sólo con sus propios ideales sino con los de su familia, que deposita en ellos sus expectativas y se cuelga de sus logros deportivos y económicos. Y cuando a eso se suma la presión de una mayor parte de la sociedad, o hasta de un país entero, el problema puede llegar a multiplicarse.


 "Algunos jugadores podrán enfrentar estas coyunturas más armónicamente, pero muchos requieren una preparación y elaboración psicológica que les permita tramitar estas exigencias y conflictos sin que ello sea lesivo para su persona o su desempeño deportivo", completa.

Los que no piensan, ¿son los más aptos?




 Para el psicoanalista, las lesiones son una vía de expresión de todos esos conflictos cuando no encuentran otro modo de canalizarse.


 "Es la forma obligada de parar, de decir basta, y por otro lado, es un modo socialmente más aceptado que la debilidad psíquica, entendida como necesidad de ayuda, de colaboración para resolver conflictos que abruman. La mayoría de las veces estos conflictos no son reconocidos, pero sí padecidos.


 "Es frecuente observar en los deportistas --indica-- una sobreadaptación a la realidad ambiental, un alto nivel de sometimiento a las exigencias e ideales de su medio, favorecido en gran medida por las importantes gratificaciones narcisísticas y materiales que obtienen."


 Pero, como contrapartida de ello, cree que queda poco lugar para el juego en sí.


 "El hiperrealismo y resultadismo, que hoy tanto observamos, miden las cosas en términos de eficacia, casi de máquinas de producir resultados exitosos. Son más aptos aquellos que más se disocian, no sienten ni piensan demasiado. Creo --afirma finalmente Rubinstein-- que todo ello se da a costa de una mayor vulnerabilidad somática."