Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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“Soy de Rosario, pero me quieren más en Sporting y Villa Mitre”

Fermín Ponte se convirtió en el jugador más longevo de la Liga del Sur en disputar un partido oficial de Primera división. Y a los 48 años aclara: “Estoy para seguir jugando”.

Fotos: Jano Rueda y Archivo La Nueva.

Por Sergio Daniel Peyssé / speysse@lanueva.com

   “Estoy pleno y siento que hoy podría estar atajando en cualquier equipo de la Liga del Sur”.

   A los 48 años, Fermín Ponte se convirtió en una leyenda viviente de nuestro fútbol, al conseguir el récord que jamás imaginó que podía alcanzar: ser el jugador más longevo, o de mayor edad, en disputar un partido oficial de Primera división.

   Lo logró hace 9 días atajando para Sporting, en el 2-2 frente a Bella Vista, superando en los registros a tres jugadores que habían visto acción hasta los 46: Juan Cassataro (Bella Vista, en 1974), Juan Carlos Rullan (Pacífico, Promocional de 1987) y Adrián Echeverría (Liniers, 2012).

   Ser parte de la historia liguista es un logro más en la fructífera carrera del golero puntaltense, que arrancó en 1990 defendiendo el arco de Rosario Puerto Belgrano.

   “Esta posibilidad de ir por el récord surgió en 2016, cuando por accidente llego a ocupar la valla de Sporting, donde estaba -y sigue en la actualidad- trabajando como entrenador de arqueros. En una semana tuvimos la mala suerte de sufrir la baja del golero titular (Ignacio Torres) por la fractura de una mano y la del suplente (Marcos Zárate), que tuvo que viajar de urgencia a Buenos Aires por la muerte de su padre. Había que apelar al tercer arquero, un chico con apenas dos partidos en Reserva que no se animaba a debutar en Primera”, comenzó contando Fermín.

   “Como había que tomar una resolución rápida, 'Pocho' Ortiz (entrenador rojinegro) vino a hablar conmigo y me dijo: 'Si el domingo nos hacen cinco goles, prefiero que te los hagan a vos y no a un pibe que sólo tiene experiencia en categorías menores'. Por esa cuestión del destino, tres años antes yo había hecho el pase en la Liga, porque en mi cabeza estaba latente el hecho de retirarme en Sporting. Cuando los periodistas se enteraron que iba a volver a atajar a nivel local, después de casi 10 años, me empezaron a consultar y a ponerme en tema sobre el récord. Y ahí me entusiasmé por completo”, recordó quien pasó por Rosario, Sporting, Huracán de Guatraché, Villa Mitre, Ferroviario de Coronel Dorrego, Buena Parada de Río Colorado y Atlético Macachín de La Pampa.

   “Como en ese año no me daba la edad para lograr el récord, todo se enfrió, pasó el tiempo y yo me olvidé, hasta que 'Fito' Cuello, su cuerpo técnico y Sporting me hicieron el regalo tan ansiado. Si Sporting jugaba por algo, yo no iba a atajar, pero era el último partido de la fase clasificatoria y me dieron la chance. Eran diez chicos del club y yo. Los miraba desde el arco y pensaba: 'Podría ser el padre de varios de ellos'. Una locura muy linda que valoro y que me encanta, que va a cobrar más valor cuando pase más el tiempo”, sostuvo.

   —¿Cómo fue ese día del regreso, pensar en un partido tan especial, armar el bolso después de tanto tiempo...?

   —Fue la sensación de un debutante que no me puedo sacar de encima. Ahora estoy hablando con vos y me transpiran las manos. El día anterior al partido trabajé con los arqueros, me fui a mi casa y nadie me dijo nada. A la noche me llamó 'Pelusa' (Horacio Pérez, ayudante de campo de Cuello) para comunicarme que iba a atajar. La sorpresa fue grandísima, aunque a partir de ese momento lo empecé a disfrutar.

   “Me costó dormir, me desperté varias veces y me estuve dando máquina hasta que se hizo de día. La noche anterior a cada encuentro siempre fui de analizar a los rivales, de estudiar ciertas características, pero esta vez no quise pensar en nada y me relajé para vivir de la mejor manera algo que creía que merecía. Así y todo me traicionaron los nervios, porque en pleno juego me contracturé los músculos posteriores de ambas piernas y duré en cancha 45 minutos. Fue una lesión psicológica; no aguanté tanta tensión y adrenalina. Muchos me dijeron: 'Y tenés 48 años, cómo no te va a pasar'. Pero yo estoy bárbaro, entreno, voy al gimnasio y atajo. 10 días antes había corrido 22 kilómetros”.

   “En la previa me invadieron las emociones. Como fue todo muy de golpe, tuve que ver qué tenía a a mano, y solo encontré las canilleras, vendas y unos guantes viejos y resecos. Me fui al club, me probé un montón de pares de botines de los jugadores de Primera y los que mejor me calzaron fueron los de Marcelo Castellano, a quien se los saqué sin permiso. Los guantes los tuve que meter en una palangana con agua para ablandarlos...(risas)”.

   —Más allá de la edad, ¿considerás que podrías estar atajando hoy en la Liga?

   —Modestamente creo que sí. Tengo 48, aunque como arquero no me siento grande, no sé si se entiende... Estoy pleno, sin lesiones, me gusta estar en forma y no paré nunca de entrenar. Hoy por hoy, con la técnica, algo que transmito todos los días, atajás. Antes era arquero el que iba al arco; ahora existe una posición ideal en cada situación de juego, y es algo que tengo totalmente incorporado. Sé como atajar, y a eso agrégale el conocimiento, la experiencia...

  “Me siento capacitado, pero soy consciente de que le tengo que dejar lugar a los pibes. Tenés un montón de contras por ser un arquero con 48 años, más allá de ser un fenómeno y rendir como un pibe de 20”, afirmó.

   —Te retiraste en 2008 en Villa Mitre y volviste a Sporting en 2016. ¿Qué pasó en el medio?

   —Tras el retiro me alejé del fútbol durante dos años, aunque siempre me siguió picando el bichito de volver a la actividad. En 2010 me llamó 'Tato' Zapata para ir a darle una mano con los arqueros de Villa Mitre. Le dije que sí sin dudar, aunque al pararme frente a Cabral, Julio Arias y Castillo, los tres goleros del plantel profesional, no supe qué hacer. '¿Y Profe, con qué arrancamos?', me preguntaron. Me empezaron a temblar las piernas, y eso que había atajado por más de 20 años y sentía que tenía toda la experiencia del mundo.

   “A partir de ese día empecé a formarme, a capacitarme, a viajar a Buenos Aires para mirar entrenamientos, a pedir videos. Hoy puedo decir con orgullo que participé en 9 congresos internacionales y que esa formación me está dando la seguridad para transmitir los conocimientos”.

   “En ese lapso jugué en Ferroviario de Coronel Dorrego y en Buena Parada, es decir que me había retirado en la cancha, pero nunca mentalmente. Pasaban los años y sentía que estaba traicionando lo que sentía. Quería jugar y ser preparador de arqueros; por eso en 2012 largué los trabajos que tenía y me puse de lleno con lo que sabía que me iba a hacer feliz”.

   “Gracias a Dios empecé a tener mucha demanda. No me gusta improvisar ni vender humo, por eso me sigo capacitando con tal de brindarle todo lo mejor al arquero que estoy preparando. Al fin puedo decir que vivo de algo que me apasiona”.

   “Durante 7 años tuve escuelas de arqueros en Bahía, y mi primer equipo profesional fue Patronato de Paraná en 2015 (B Nacional), junto a Marcelo Fuentes (DT) y Diego Fernández (ayudante). Después, cuando volví, me dediqué pura y exclusivamente al entrenamiento de arqueros”.

   “En verano me iba a ver las pretemporadas de los equipos profesionales a Mar del Plata o Tandil, pedía permiso, filmaba y después editaba los trabajos. Eso me terminó de convencer. De 2015 en adelante puedo decir que me convertí en un profesional de mi trabajo”, contó.

   —Pasaste por Rosario, Sporting y Villa Mitre en la Liga, ¿de quién sos o con cuál te identificás?

   —Soy de Rosario, debuté ahí y jugué 10 años seguidos en Primera. No hice menores, llegué al club con edad de Reserva. Lo mío era el básquet, en Comandante Espora. Cuando cumplí 17, el “Ratón” Cenzual, que era arquero, me llevó a Rosario y me gustó. Yo siempre decía que era arquero, aunque nunca me había puesto los guantes en serio. Jugué un año en Reserva y al otro año, en 1990, debuté en Primera. Me cambió todo.

   “Ese año justo había pasado de Espora a Estudiantes, pintaba buen futuro con la naranja. Un día, en el vestuario de Rosario, el 'Sombra' González, el DT, me dijo: 'No podés jugar el sábado al básquet y el domingo al fútbol, te puede pasar algo. Te tenés que decidir'. Me costó mucho, pero elegí el fútbol, tal vez porque en ese momento ya estaba ganando unos pesos, algo que en el básquet veía muy lejano”.

   —Algo me queda claro: sos de Rosario.

   —Ja,ja... Ahí empecé, pero el amor por Sporting nunca lo sentí en Rosario. Lo mismo me pasó con Villa Mitre. Soy claro: en Rosario nunca tuve el reconocimiento de la gente como si me lo dieron en Sporting y Villa Mitre. Hoy en la cancha de Rosario me putean; no me dan ganas de ir.

   “No quiero que se malinterprete, pero mi amor es más grande por Sporting y Villa Mitre que por Rosario, que me dio la posibilidad de jugar y de convertirme en lo que soy hoy. Aunque no se porqué, nunca tuve el reconocimiento que merecía, ni cuando jugaba ni después cuando me fui”.

   “Cada vez que voy a la cancha me insultan, me hacen sentir mal, y no lo merezco porque no les hice nada ni soy un tipo jodido. Está bien que de Rosario me fui a Sporting y eso muchos no me lo perdonarán jamás, pero en ese momento pensé en mi carrera, en mi futuro, en crecer. Es difícil de explicar, pero hoy por hoy Sporting me da sentido de pertenencia, me hace sentir Fermín Ponte. Y de Villa Mitre podríamos estar hablando hasta mañana porque en esa institución conseguí los logros más importantes de mi carrera. Además, en el tricolor tengo amistades y recuerdos que voy a tener para toda la vida”.

   “Te doy un ejemplo: en la final del torneo pasado, entre Sporting y Villa Mitre en cancha de Tiro, cuando entré con Nacho Torres para hacer la entrada en calor, toda la tribuna villamitrense me aplaudió. Me emocioné, fue un reconocimiento hermoso, lo que en definitiva hace feliz al jugador”.

 

Funebrero y mucho por contar

 

   “Antes de elegir al fútbol, como medio de vida laboral, trabajé 16 años como funebrero en Punta Alta, en la Cooperativa Eléctrica, donde me jugaron una mala pasada y nunca reconocieron lo que hice. Antes, entre los 14 y los 18 años, fui comisionista entre Bahía y Punta junto a mi papá (Luis Ángel). Tenía 2 o 3 camionetas y yo manejaba una”, describió Fermín.

   —Suena tan interesante como misterioso lo de funebrero, o sepulturero. ¿Qué tipo de trabajo hacías en la cochería?

   —De todo. Desde buscar un óbito a domicilio u hospital, a cambiarlo, prepararlo, ubicarlo en el cajón, llevarlo al velatorio, después al cementerio y darle sepultura. Era responsable de la parte vehicular del sepelio y me encargaba de todo lo que tenía que ver con la triste ceremonia de un velatorio.

   —Hace poco, en la ciudad de Chacabuco, una señora que creyeron muerta se despertó en pleno velatorio. ¿Nunca te pasó algo parecido?

   —Jamás. Aunque para eso están los velatorios. Antes no existían, los muertos iban en cajón directo al cementerio, pero empezaron a aparecer cajones rasjuñados y ahí empezó la historia de los velorios.

   —Seguramente tendrás miles de anécdotas. ¿Se puede contar alguna?

   —Una vez se me desfondó un cajón al bajarlo del coche fúnebre. Puede sonar irrisorio, pero fue un momento muy tenso. El cuerpo cayó desparramado en el piso y, pese a que no era culpa mía, recibí insultos de la familia y me la tuve que comer como encargado del cortejo.

   “Juntamos el cuerpo como podíamos, un familiar directo me acompañó hasta el sepelio, cambiamos de cajón y volvimos. Imaginate la situación, todos los allegados al fallecido estaban ahí esperando muy enojados”.

   “El fallecido era de Punta Alta y conocía a la familia, aunque igual tuve que buscar una solución rápida, más allá de que me insultaron más que en una cancha de fútbol. Era totalmente entendible. Eso sí, la Cooperativa le empezó a comprar cajones más reforzados a otra empresa”.

 

Querido y... ¿odiado?

 

   —Tu pase de Rosario a Sporting fue tenso, traumático, ¿por qué?

   —Es que me decidí irme al año posterior a las tres finales seguidas (las de 2002) que perdimos ante Sporting en nuestra cancha. Para el hincha de Rosario eso fue doloroso, aunque a muchos les molestó más que yo me vaya al clásico rival después de haber estado 10 años en el club donde debuté y me abrieron las puertas a los 17 “pirulos”. Sé que no me lo van a perdonar nunca.

   “Los que me trataron de traicionero no saben que yo no me quería ir de Rosario. En ese momento asumió como presidente Jorge Caldentey, quien como primera medida decidió bajarle los sueldos a los jugadores de Primera división. Yo cobraba poco, 400 pesos, y me dijo que me iba a empezar a pagar 250 por mes. Le pedí que me siga respetando lo que venía percibiendo de salario, yo tenía el pase en mi poder y había recibido mejores ofertas de equipos de la Liga y también de otros lados del país. Pero no, a los gritos nos aclaró: 'Van a cobrar lo que el club les dé, le guste a quien le guste'. Al menos a mi me molestó con la soberbia que me trató, porque yo tenía buen diálogo con todos y no me metía en la vida de nadie”.

   —¿Y qué decisión tomaste?

   —Traté de pedirle explicaciones, pero este señor se enojó aún más y me recriminó: “ ¿En qué hablo, en inglés o en francés? Lo que te digo hoy te lo voy a decir mañana; es eso o nada”. Le di la mano y me fui rápido del lugar.

   “Me senté a hablar con los dirigentes de Sporting, que me empezó pagando 800 pesos por mes, que me venían muy bien porque recién me había casado y no tenía ningún dinero ahorrado. La decisión de irme al clásico rival fue dura, para mí y para los hinchas, pero yo quería crecer como arquero y pasar a Sporting fue dar un paso hacia adelante. No me arrepiento porque el tiempo demostró que no me equivoqué”.

   —¿Te acordás de tu primer título, con Rosario en 2001?

   —Fue hermoso y fuerte a la vez salir campeón con el club que amaba y donde empecé con este sueño de ser futbolista. Me acuerdo que la tribuna grande del Coloso estaba repleta y que los hinchas nos pedían que querían dar la vuelta sí o sí. Teníamos un equipazo: Marcos Junis, Cardozo, el “Cuqui” Wentland, y muchos chicos del club con unos cojones impresionantes. Fue el mejor equipo de Rosario que integré.

   —¿El mejor arquero que viste en la Liga?

   —Mi ídolo, el que siempre me vislumbró, fue “Pachi” Larroque, que no era de nuestro medio pero la rompió en Villa Mitre. Y de chico siempre miraba los movimientos y la capacidad de Leo Andragnez, gran arquero de Huracán. Me gustaba porque hacía fácil lo difícil.

   —¿El mejor de la actualidad?

   —Nombrar a uno sería bastante egoísta, pero si tengo que elegir me quedo con “Nacho” Torres, el más completo de los arqueros modernos. Tiene la particularidad de adaptarse a las distintas funciones con las que debe cumplir un arquero además de atajar bajo los tres palos. Hernán Herrera, el otro golero de Sporting, tiene una proyección terrible.

   —¿Por qué jugaste en tantos lados, de ciertos equipo te fuiste y volviste unas cuantas veces?

   —Cuando estaba en Rosario, los torneos Regionales se disputaban en verano, entonces me iba a préstamo hasta la final de esa competencia y volvía. Así hice varias veces. Los clubes no te hacían tanta historia para cederte y a vos te servía porque seguías activo y con regularidad.

   —¿Por qué en el ambiente futbolístico de la Liga todos hablan bien de vos? ¿Nunca hiciste nada malo?

   —Preguntale a los de Rosario... (risas). Tal vez mi personalidad, el perfil bajo y ser humilde me llevó a que la gente me aprecie o, al menos, no diga: “Este es un hijo de p...”. No me gusta mentir, no oculto lo que siento, soy sincero y transparente. Nunca aparenté, algo que en el fútbol es muy habitual, y creo en el trabajo entregando lo máximo todos los días.

 

Aquel “Tucumanazo” inolvidable

   

   Fermín Ponte consiguió dos ascensos con Villa Mitre a la B Nacional. El primero, el 31 de julio de 1999, siendo el arquero suplente de Carlos López, y el segundo teniendo una participación determinante en el partido revancha de la final, frente a San Martín de Tucumán en aquella provincia.

   Fermín atajó dos penales en la definición (empataron 2-2 en Bahía y 1-1 allá) para que el tricolor suba al segundo escalón del fútbol argentino en una cancha con casi 40.000 almas alentando al “Ciruja”, que tenía la fiesta preparada, dentro y fuera del estadio.

   “Ese logro fue especial, por eso cobró tanta trascendencia. Te juro que ese día Dios jugó para Villa Mitre. Ya pasaron 13 años y te cuesta creer semejante hazaña, con más de 30.000 personas que se te venían encima y con todo en contra”, indicó el “héroe” de aquella consagración “villera”.

   —¿Por qué decís que la fiesta estaba preparada?

   —Cuando llegamos al estadio, nos hicieron estacionar al lado de un micro descapotable ploteado con los colores de San Martín y con la leyenda: “Gracias jugadores por el ascenso 2006-2007”. Al lado de la zona de vestuarios estaba todo preparado para la suelta de globos y de palomas, y no paraban de entrar banderas con frases alusivas a lo que ellos creían que ya estaba “cocinado” antes de jugarse el partido.

   “En un momento nos preguntamos: ¿A qué vinimos? Porque el clima era de partido liquidado. La fiesta, ver a los tucumanos tan felices, el circo que se había generado, todo eso nos fortaleció el alma y nos motivó más de lo que estábamos. Porque, la verdad, no habíamos llegado a Tucumán muy convencidos de que podíamos dar el batacazo. Por trayectoria, jerarquía, capacidad individual y presupuesto, nos sacaban ventajas siderales. Lo veíamos difícil, pero no imposible, por eso la hazaña tuvo tanto eco; David había vencido a Goliat. Para nosotros y para todo Villa Mitre, ese ascenso fue, es y será inolvidable”.

   —¿Cómo se convencieron a ustedes mismos sabiendo que tenían todo en contra?

   —Nosotros éramos desconocidos para ellos, aunque lo que ellos no sabían es que teníamos un hambre de gloria impresionante. “Tato” Zapata fue un visionario, un virtuoso que aprovechó el momento justo de cada jugador para hacerlo rendir dentro de la cancha. El técnico elegía al que mejor veía sin importarle los nombres, y eso fue lo que nos hizo triunfar. Siempre lo grupal estuvo sobre lo individual, y eso fue fundamental.

   “Jugar ante casi 40.000 hinchas que alentaban sin parar fue un regalo que nos hizo el fútbol. Lo disfrutamos, pero cada uno de nosotros entregó el 150 por ciento para conseguir lo que pocos imaginaban”.

   —Termina el partido y van a penales. Me cuesta imaginar lo que sentías en ese momento.

   —Primero pensé que la definición iba a ser igual en cualquier arco, porque había gente de ellos por todos lados. Yo había cumplido un buen partido; en los últimos minutos había descolgado como 20 centros y eso me había dado confianza. En el segundo tiempo la pasamos mal, nos costó muchísimo pasar la mitad de la cancha, pero sabía que si llegábamos a los penales, teníamos muchas chances de ganar.

   “Tras el pitazo final fui a abrazar a mis compañeros porque el primer objetivo estaba cumplido, al menos habíamos empatado dos veces contra un rival que nos doblegaba en todo. En los penales íbamos a estar en igualdad de condiciones: para los dos era mitad virtud y mitad suerte”.

   —¿Estudiaste a los ejecutantes del rival?

   —La noche anterior al partido “Tato” Zapata se apareció en nuestra habitación (que compartía con Roberto Galant, el otro arquero) con una videocasetera y 3 VHS para que estudiemos los penales de ellos. Miré le primer caset, que duró como dos horas, y me fui a dormir. Le dije a Roberto, mirálos vos tranquilo, que si vamos a penales, me decís qué hacer en cada ejecución. Los vio todos y quedamos en que me levantaba la mano derecha o la izquierda según la punta que podía elegir el pateador.

   “Roberto me aclaró: 'Yo te hago la seña, después vos decidís'. Le pedí por favor que me indique porque no me acordaba de nada. Le hice caso en todos y estuve a punto de manotear alguno, hasta que llegó el último penal, el de Lavallén, el arquero de ellos, el único que sabía que podía hacer. Había ejecutado 5 penales en su carrera y todos de la misma manera: esquinado, a la izquierda y a media altura. Entonces pensé: 'Doy un paso corto y vuelo para ese lado, con alguna parte del cuerpo la voy a sacar'. Pero cuando Lavallén llegó a la pelota, hice todo lo que contrario”.

   —¿En serio?

   —Sí, me tire para el otro lado y tapé el disparo. Fue el instinto, porque en menos de un segundo había pensado: ¿Y si cambia y lo cruza a la derecha para romperme el arco? Galant me había levantado la mano correcta, pero yo elegí el otro palo y atajé el segundo penal de la tanda, para ser los verdugos de una fiesta que para ellos iba a ser monstruosa. Así es el fútbol, ¿o no?.

   —¿Es cierto que las apuestas eran 10 a 1, por supuesto a favor de San Martín?

   —En las agencias oficiales de lotería, en el centro tucumano, los carteles indicaban: 10 a 1 a favor de San Martín. Con un grupito, cuando vimos eso, dijimos: “¿Apostamos por nosotros?”. Tratamos de hacer una "vaquita", pero no nos animamos. Mirá como se dio todo, nos hubiésemos hecho una buena moneda. El subconsciente nos decía que era casi imposible ganar, pero en el fondo la fe nos movilizaba. Si jugábamos 10 partidos más, no le íbamos a empatar otra vez; eso seguro.

   “Por eso la gente de Villa Mitre valora la hazaña, lo importante que fue ese ascenso para el club. Nos aplauden ahora y nos aplaudirán eternamente. Rompimos la lógica, el pronóstico; fue un título increíble. Tuve logros muy importantes en mi carrera, pero como este ninguno.

   —¿Con qué recuerdo te quedaste de ese encuentro?

   —Solo con el buzo; lo demás lo regalé todo. Ese buzo es parte de una historia que me marcó para siempre.

 

El día que se tiró del balcón

   “Ese día estoy tratando de borrarlo de mi mente. Fue hace cinco años, cuando viajé a Buenos Aires a terminar con una relación tumultuosa con una ex pareja que prefiero no nombrar. Pensé que con el diálogo íbamos a llegar a buen término, pero no. Llegó un momento que ella reaccionó mal y me quiso matar, y a mi no me quedó otra que saltar por el balcón sabiendo que estaba en un segundo piso. La idea era agarrarme de la copa de un árbol que estaba a la vista, pero el plan no funcionó, caí al vacío y de espaldas en la vereda”.

   “Era saltar o trenzarme a golpes con una mujer, algo que jamás hubiese hecho por más que sentí que mi vida estuvo en peligro. Elegí la primera aún sabiendo que me podría haber muerto o podría haber quedado postrado. ¿Las consecuencias? Fractura de húmero izquierdo, desviamiento de algunas vértebras y dos meses en sillas de ruedas”.

   “Volví a nacer. Me dijeron que no iba a recuperar el movimiento total del brazo izquierdo y que era muy difícil que vuelva a correr, pero acá estoy, atajando, exigiendo al hombro y preparándome para participar de un 42k. La fuerza de voluntad y las ganas pudieron más que los pronósticos médicos. Después de dejar la silla de rueda me quedaba un mes en cama, pero un día de locura me levanté y me fui a participar de la Carrera de Reyes. Lo que sí debo aclarar es que no me quedaron secuelas de la caída, solo la cicatriz en el hombro. Me vivo superando, la edad no es límite y no hay barreras que te impidan soñar”.

 

Como te llevas con...

 

El amor. “Bien. Hoy puedo decir que aprendí lo que es el amor. No estoy en pareja, pero estoy pasando por un gran momento de mi vida. Estoy enamorado de mis hijos (Pedro, de 18 años, y Camilo, de 20), a los que les estoy dedicando el tiempo que, tal vez, no les dedicaba”.

 

La mujer. “Me encanta compartir momentos con la mujer, aunque no pienso en la convivencia. Siempre tuve relaciones constantes, salía de una y me metía en otra, y hoy aprendí a estar solo. No es fácil estar solo y sentirse bien, pero lo he podido lograr”.

 

La política. “Cero. No me interesa, la veo sucia y prefiero ser un ignorante en ese tema. Soy apolítico”.

 

El básquet. “Me encanta; es el deporte que me formó como persona. Mis mejores amigos los hice en el club Espora. Me gustaba jugar más al básquet que al fútbol, pero vi que mi futuro podía tener mayor trascendencia como arquero”.

 

La amistad. “Creo mucho en la amistad. Digo que tengo muchos amigos, aunque cuando me pongo a pensar seriamente me doy cuenta que los verdaderos los cuento con una sola mano. Sí me rodeo de gente que me conoce mucho y me aprecia, y eso lo valoro mucho también”.

 

La muerte. “No le tengo miedo. Después de haber trabajado más de 16 años como funebrero, de haber visto de todo, de entrar y salir de hospitales, valoro más que nunca la salud. Si estás sano le podés hacer frente a cualquier adversidad; te lo digo por experiencia”.

 

El dinero. “Estoy corriendo atrás de él constantemente; ojalá algún día lo pueda alcanzar. Siempre me costó ganar el mango”.

 

La felicidad. “La veo en ver bien a los demás, a los que están conmigo y a los que quieren que me vaya bien. Tengo salud, trabajo, hago lo que me gusta, ¿qué me falta para levantarme todos los días con una sonrisa?”.

 

La locura. “Dicen que un arquero es loco o marmota, y yo tengo de las dos. Hacer lo impensado, lo que tenés ganas sin que te importe lo que digan los demás, a eso le llaman locura. Hago y digo lo que pienso, por eso creo que debo estar muy loco”.

 

El sueño pendiente. “Poder llegar a trabajar en algún club de Primera división de AFA, formar una familia y que nada me impida seguir haciendo lo que me gusta y me apasiona”.

 

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   Presencias. Sumó Fermín entre Rosario, Sporting y Villa Mitre, contando Liga del Sur, Regional, Argentino A y B y también B Nacional (6 cotejos con VM en 2007).