Bahía Blanca | Viernes, 05 de diciembre

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El adiós al técnico de todos

Batalló hasta el final, sin dejar que la enfermedad tomara más protagonismo.

Miguel Ángel Russo falleció trabajando, haciendo lo que más disfrutaba –dirigir fútbol—y lo hizo hasta que la salud le hizo imposible seguir en carrera.

Las circunstancias de la vida hicieron que el final lo encontrara ocupando el banco del club Boca Juniors, una vidriera como pocas, en continua exposición.

Russo sufría el embate del cáncer, “esa cruel enfermedad”, como se la suele mencionar, que él decidió ignorar, no darle entidad ni protagonismo en su día a día.

Esa decisión fue dura y valiente. Porque a vista de todos estaba su afectación, sus dificultades físicas, la pérdida de peso, las limitaciones para caminar y para hablar.

Pero no dejó de concurrir a los entrenamientos, al partido, al vestuario. Sólo renunció cuando su estado tuvo picos de empeoramiento, pero siempre con la idea de volver apenas se sintiera mejor.

Sus últimos partidos hicieron recordar en parte a los últimos meses de vida de Diego Armando Maradona, cuando siendo técnico de Gimnasia y Esgrima de La Plata recorrió todos los estadios y no hubo un lugar donde no le manifestaran cariño.

Russo recibió aplausos y ovaciones, en Rosario, en La Plata, en canchas del gran Buenos Aires. Por su trayectoria y por su entereza, por su terquedad, por su decisión de curarse de esa manera, con trabajo y, como dijo, recibiendo amor.

Seguramente muchas personas enfrentan circunstancias de este tipo con valentía e hidalguía. Russo estaba en un lugar que lo hacía visible, semana a semana.

Fue velado en el estadio de Boca Juniors. Podría haber sido despedido en otros. A su despedida se acercaron hinchas de todos los clubes, jugadores, técnicos, amigos, familiares. Se hubiera sentido incómodo por generar tanta tristeza.