Entre girasoles y rosas: la vivienda donde comenzó el saneamiento urbano
Con su fachada de líneas barrocas profusamente decorada, la casa guarda una particular historia.
Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.
La vivienda tiene más de un siglo. De acuerdo a datos catastrales fue construida en 1919, con lo cual su frente de 20 metros en calle Castelli 139 ha sido de los primeros en conformar ese paisaje urbano.
Tres ventanas con postigones metálicos, algunas de cuyas tablillas son movibles para permitir espiar la calle, se alinean a la calle.
Cada una con su reja artística forma un apretado balcón con el alfeizar. En el zócalo las rejillas que ventilan el espacio debajo de los pisos de pinotea.
Sobre cada dintel una cargada ornamentación, barroca, que se repite también sobre la puerta doble de entrada, en uno de los extremos del frente.
Una moldura curva remata ese conjunto, con sus extremos inspirados en las volutas jónicas, los rodetes de las mujeres de Jonia. Debajo un escudo, hojas de acanto que trepan y girasoles y rosas a punto de abrir. Los motivos vegetales y florales se relacionan con el art nouveau, aunque es difícil asumir que ese estilo es el que define este frente.
En el remate, una balaustrada corrida “repartiéndose el cielo”, según supo describirlas Jorge Luis Borges.
La terminación es un revoque símil piedra, alejado del tono beige habitual, tirando al gris. Una mano de obra excelente, artesanal, que no admite ondulaciones y que mantiene la mezcla firme en su sitio.
Más allá de este hecho artístico, de esta descripción estética, a esta vivienda le corresponde un hito en la historia sanitaria local, que no por modesto deja de ser trascendente: fue la primera en haberse conectado su instalación a la red cloacal, hecho no menor en su época, al punto que ese día el baño de la casa quedó chico para recibir a técnicos, vecinos, periodistas y curiosos que fueron testigos de a primera tirada de cadena que condujo el agua al mar.
Servicios sanitarios
“Es el de hoy para Bahía Blanca uno de los días más auspiciosos de su vida de ciudad laboriosa y creyente fervorosa en un porvenir Brillante”. La Nueva Provincia, 26 de agosto de 1923
No es casual el uso de la palabra “sanitaria” para definir toda instalación destinada a evacuar efluentes cloacales y volcarlos lejos de toda población. Porque se trata de una acción destinada principalmente al cuidado de la salud, a prevenir enfermedades. Los líquidos cloacales son generadores de enfermedades como el cólera, la disentería, la hepatitis A, la fiebre tifoidea y la poliomielitis, por lo cual su tratamiento es esencial.
Desde principios del siglo XX hubo en Bahía Blanca una preocupación por dotar a la ciudad de un sistema que reemplazara al uso de pozos, el volcado cloacal a las calles o a zanjas construidas al efecto.
En 1911, el intendente municipal Valentín Vergara firmó un convenio con la firma Secretan y Cía, con sede en Londres, para realizar la obra. Habló entonces de la necesidad de resolver “un problema de vida o muerte”. Aquella primera gestión no prosperó pero fue el propio Vergara, siendo diputado provincial, quien en 1919 logró se aprobara el proyecto de ley para dotar a la ciudad de una red cloacal. Las gestiones fueron avanzando, estableciendo en 1922 un acuerdo entre la provincia y Obras Sanitarias de la Nación que derivó en la licitación de una obra que permitiría “el drenaje de las inmundicias líquidas”.
El 26 de agosto de 1923 se dio inicio oficial a la construcción, llamada a “transformar todo el aspecto urbano de la ciudad”. Hubo un concurrido acto en calle Alsina, frente al Palacio Municipal, con la presencia del gobernador Luis Cantilo. Como testimonio del hecho se colocó una tapa de hierro en medio de la calle, bajo el pavimento, con la leyenda “Inauguración de los trabajos e Obras Sanitarias de la Nación” y se entregaron medallas conmemorativas.
El primero
El sistema cloacal fue diseñado para funcionar por gravedad, sacando provecho de estar la ciudad 25 metros sobre el nivel del mar.
Mientras se realizaba el tendido de cañerías en el centro y se trabajaba en la colocación del gran caño maestro que llevaría los desagües cloacales al mar –con volcado en proximidades de la desembocadura del arroyo Maldonado— los interesados en contar con el servicio debían hacerse cargo de realizar la instalación domiciliaria y dejarlas preparadas para su conexión a la red. Para eso podían recurrir a constructores locales, los cuales eran asesorados por los profesionales de la delegación de Obras Sanitarias de la Nación.
Entusiasmados por esa posibilidad, varios vecinos contrataron de inmediato esa tarea, con lo cual dejaban fuera de servicio la modalidad de evacuación que tenían hasta entonces. El problema fue que todo estaba pensado para una obra terminada a fines de 1925, las cuales se fueron demorando por distintas circunstancias, de modo que muchas casas tenían su instalación terminada pero sin salida, lo cual obligaba a sus ocupantes a realizar una limpieza manual diaria.
Pero como no hay mal que dure cien años (ni corazón que lo resista), el 31 de diciembre de 1926 la empresa procedió a realizar la primera conexión, precisamente, y acá se encuentran nuestras historias, en la vivienda de Castelli 139, la de muy ornamentada fachada de rosas y girasoles.
Acorde con el nombre
Higinio Álvarez, destacado comerciante local, hombre de campo, nativo de León, España, y uno de los primeros habitantes de Tornquist, fue el beneficiado con la conexión Nº 1. Su nombre, Higinio, era particularmente adecuado para el hecho ya que significa “de buena salud” o “en estado saludable”.
La instalación sanitaria había sido contratada con Manuel Ritacco, probada en varias oportunidades sin presentar observaciones, conectada a los dos baños de la vivienda.
A primera hora de aquel último día de 1926 se hizo presente en el domicilio de Higinio el ingeniero Raúl San Román, titular local de Obras Sanitarias de la Nación, y junto a Ritacco verificó los últimos detalles. Lo acompañaban Néstor Casanova, ingeniero de la compañía, Victor Bertorini, jefe administrativo, y Pablo Pereyra Ibarra, jefe de inspectores llegado desde La Plata.
A las 9 de la mañana, Higinio se paró delante del inodoro del baño principal y accionó el mecanismo de descarga, no presentando ningún problema de funcionamiento, acompañado el momento con el aplauso de los presentes y algunos de sus 12 hijos.
Pero la cuestión no quedó ahí. A las 18 del mismo día, los protagonistas de la mañana regresaron a la casa. No porque hubiese algún inconveniente problema sino en respuesta a la invitación de su dueño de celebrar el acontecimiento compartiendo una copa de champagne.
A los profesionales mencionados se sumaron vecinos y allegados, entre ellos Atilio Olivieri, Pedro Casou, Rómulo Selvat y Enrique Julio, quienes adhirieron además a la iniciativa de enviar un telegrama al gobernador Valentín Vergara, haciéndolo partícipe de ese “primer enlace”.
A fines de 1927 ya eran 1.270 las fincas conectadas, hecho que convirtió a Bahía Blanca en una de las primeras ciudades del país en disponer de una red cloacal de importancia y modificar así de manera sustancial su situación de sanidad.