El conventillo de las 14 provincias: las ruinas de un lugar histórico de Bahía
La singular construcción que supiera contener varias piezas para alquiler en Líbano al 200 apenas se mantiene en pie. Aquí algo de su singular trayectoria.

Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.
Audionota: Natalia Marinelli
“Un patio de conventillo /bajo la parra fulera/ y una viola dominguera/ que esgunfia con su estribillo”, reza la letra la letra del tango Triste Paica, de Homero Manzi.
“Nada más que tristeza y quietud”, menciona, por su parte, la letra de “Nada”, el tango del uruguayo Horacio Sanguinetti.
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Esa es en parte la sensación de quien, un poco por curiosidad otro poco por nostalgia, se acerca al edificio donde funcionara uno de los inquilinatos más populares de la ciudad, popularmente conocido como “conventillo”, que llevara el colorido nombre de “Las 14 Provincias”.
Es que de esa singular construcción que supiera contener varias piezas para alquiler apenas mantiene en pie parte del muro ciego que da a la calle, en Líbano al 200, y que fuera una de sus paredes laterales.
Luego se advierte parte de la pared que dividía el edificio, en una particular organización que generaba dos tiras de habitaciones, orientadas de manera contrapuestas y apareadas a partir de ese muro.
Del resto se pueden deducir algunos componentes teniendo en mano alguna fotografía de época, cuando el lugar estaba en condiciones adecuadas y ocupadas sus dependencias.
Vecinos del lugar señalan que hace algunos años el lugar quedó desocupado y poco a poco fue vandalizado. Se fueron robando sus partes, cayendo otras por la acción del viento y de algún temporal, hasta quedar reducido a ruinas.
Esta construcción fue una de las primeras del barrio Noroeste, cuando apenas nacía el siglo XX, ubicada estratégicamente –a pesar de estar en medio de un gran descampado, en los suburbios y más allá--, por su cercanía a las instalaciones del ferrocarril Bahía Blanca al Noroeste inaugurado en 1891, cuyos talleres recostados sobre calle Malvinas, entre Rondeau y Juan Molina, ocupaban a centenares de obreros.
La única compañía edilicia del conventillo era la iglesia y el colegio Nuestra Señora de La Piedad, en calle Gorriti 1200, obra solventada por el empresario Luis D’Abreu y habilitada en 1894, en un acto que contó con la presencia del Presidente de la Nación, Luis Sáenz Peña.
El conventillo
“Yo me meto en el barrio, corazón adentro, y te pregunto: ¿Está el conventillo? ¡Y no, no está! Yo no quería encontrarlo más. Toda aquella miseria fue barrida por otra organización. ¡La del amor!... El suburbio de antes era lindo para leerlo, pero no para vivirlo...”. (Enrique Santos Discépolo)
El término “conventillo” define a un tipo de vivienda compuesta por varias habitaciones, las que se alquilaban de manera individual, alojando a varias personas y familias.
La palabra es un diminutivo del término “convento”, al comparar la organización que estos edificios tenían, ubicadas sus habitaciones alrededor de un patio o galería.
Fue mayoritariamente vivienda de inmigrantes aunque en el caso de las ciudades del interior –por caso Bahía Blanca-- fue un lugar adecuado para quienes llegaban buscando trabajo.
La fama de estos lugares era muy mala, sobre todo por el hacinamiento que se generaba y la falta de una instalación sanitaria adecuada. Por su organización espacial, las piezas no tenían otra ventilación que la puerta por donde se entraba. En cada una las familias se acomodaban y organizaban su vida doméstica como podían, en un ambiente único para dormir, comer y realizar labores, con un sector del patio para cocinar y un baño en el patio trasero.
Ceferino de la Calle, su novela Palomas y gavilanes de 1886, menciona a estas casas como contenedoras “un cuadro animado”, confundidas las edades, las nacionalidades y los sexos.
El nombre
El nombre de “Las 14 Provincias” de la vivienda de calle Líbano fue tomado del conventillo homónimo existente en el porteño barrio de Monserrat, un complejo de 150 habitaciones que llegó a tener 500 inquilinos y que fue uno de los más famosos de la época.
Catorce eran las provincias que por entonces había en el país –cabe recordar que entre 1951 y 1991 se sumaron otras nueve al reconvertirse los territorios nacionales— y la designación daba cuenta de la diversidad de origen de sus inquilinos.
El diseño de esta gran casona era por demás particular, una suerte de dos casas chorizo apareadas, con cinco habitaciones en cada frente y en uno de sus extremos un piso en altos, que sumaba un par de piezas más.
Todas las habitaciones daban al pasillo, cubierto por un techo de chapa cuyo perímetro lo definía una madera calada, el mismo recurso que usaban los ingleses para diseñar las cubiertas de las estaciones ferroviarias sobre los andenes.
No hubo otra construcción similar en la ciudad. De hecho el otro gran conventillo es el que hoy se conoce como “Casa Sanguinetti”, en Brown al 400, el cual presenta una fachada muy trabajada y ornamentada, un edificio de tres niveles y un frente de 30 metros con siete puertas de acceso.
Final
En 1934 el conventillo de las 14 Provincias fue noticia y su foto publicada en algunos diarios locales: uno de sus habitantes había dado las pistas que permitieron a la policía resolver un crimen. No hay muchas más referencias locales de su existencia.
Cuando en 1907 estalló en Buenos Aires una huelga de inquilinos de este tipo de viviendas reclamando por los precios abusivos del alquiler, en nuestra ciudad hubo algunas reuniones pero el tema no pasó a mayores.
Ese año este diario hizo una descripción de la situación de este tipo de viviendas colectivas: “Los conventillos y casas de inquilinato de Bahía Blanca, si es cierto que no son numerosas, son carísimas y detestables, sucias, estrechas, antihigiénicas”.
Por eso la certeza de esa reflexión de Discépolo sobre los conventillos: “pintorescos para leerlos, no para vivirlos”.