Bahía Blanca | Sabado, 05 de julio

Bahía Blanca | Sabado, 05 de julio

Bahía Blanca | Sabado, 05 de julio

“Argentina debería analizar el modelo económico coreano”

Dante Choi, exitoso empresario radicado en nuestro país desde que tenía 12 años, es artífice de una historia donde la pelea ante la adversidad lo marcó a fuego. Pasó por la UIBB y el Dow Center.  

“Argentina debería analizar el modelo económico coreano” “Argentina debería analizar el modelo económico coreano”
Dante Choi, dueño de Peabody, al centro. (Fotos: Emmanuel Briane - La Nueva.)

El coreano Do Sun Choi rememora a su padre. Y emociona en el relato.

“El me puso ese nombre. Do significa camino y Sun, bondad. ¿Cómo podía expresar ese sentimiento habiendo sufrido tanta maldad? De no creer fervientemente en la existencia de la bondad no me hubiera llamado así. Sin dudas, fue una de sus grandes enseñanzas”.

Rebautizado a la argentina como Dante, Choi deja por un momento su rol de empresario exitoso. Es entonces cuando deja entrever una historia de enorme resiliencia, aquellos días de extrema pobreza e incertidumbres en su infancia en Fuerte Apache.

Pero el hombre se toma su tiempo ante la requisitoria periodística. Su espacio. Por un momento sólo se centra en reposar la mirada en la belleza arquitectónica de ese edificio que es sede de la Unión Industrial de Bahía Blanca en Brown 460, donde fue agasajado por las autoridades de la entidad y por el intendente municipal Federico Susbielles.

Este protagonista, de paso por Bahía, seguramente no pasará desapercibido.

De hecho hoy es parte vital de una charla en el Dow Center. Y amerita escucharlo. Por ser cultor de un mensaje tras otro, de esos que dejan huella. Que provocan admiración. Al cabo, su vida. Llena de sinsabores. De contratiempos. De lucha. Pero también de logros sonoros.

Dante Choi primero lanzó su firma Goldmund que importaba insumos chinos y coreanos para hipermercados. Luego adquirió Peabody, por entonces perteneciente al grupo Newsan que previo la había comprado como Philco, haciendo que sus productos se destacaran por su diseño.

Hoy Goldmund factura 4.000 millones de pesos por productos de calefacción, ventiladores y aires acondicionados, pequeños electrodomésticos y línea blanca. Dispone de una planta de Hurlingham que el propio Choi, en bote, tuvo que ingresar a rescatar lo que pudo durante una inundación que le dejó casi en bancarrota.

En breve, este coreano de enorme visión empresarial proyecta abrir una segunda fábrica en Ezeiza con la incorporación de 330 trabajadores.

Dante exporta a Chile, Uruguay, Bolivia y Paraguay y piensa que Peabody llegue al mercado estadounidense mediante su e-termo de alta gama que compite nada menos que con Stanley y funciona, a la vez, como pava eléctrica.

Una historia de resiliencia

--Dante, a tus 11 años, supongo que no resultaba nada sencillo elegir para emigrar a aquella Argentina convulsionada por el golpe militar del 76.

--Sí, claro. No resultaba un país del todo benévolo en varias cuestiones. Obviamente llegué acá de la mano de mis padres. Yo ya tenía 12 años en el año 77. Una época muy difícil. Recuerdo un día en Corea. Mi papá estaba leyendo el diario y me dice: ‘a este país vamos a ir a vivir’. Me mostró una foto de Isabel Perón que era llevada por la policía. Argentina era noticia por el golpe militar. Ahora me pongo a pensar: ¿Por qué mi papá iba a traer a su familia a vivir a un país donde se había producido un hecho de esa magnitud? En aquel entonces, el imaginario coreano entendía a la Argentina como a un país muy rico. Próspero. Muy próspero. También en lo cultural, en lo educativo. Resultaba una oportunidad maravillosa para los inmigrantes. Pero lamentablemente aquella imagen se fue deteriorando con el paso del tiempo.

--¿O sea, aparte del desarraigo, la ilegalidad?

--Lo difícil de la inserción. Eramos ilegales y tener esa condición en la Argentina significaba que uno no podía estudiar, trabajar. No podía hacer nada. Vivíamos con mis padres y mi hermano menor en Fuerte Apache, donde éramos víctimas de una razia permanente. A las 4 de la mañana venían los militares, rodeaban los monoblocks del Fonavi y entraban a requisar casa por casa. Cuando nada es estable, como ir al colegio, trabajar, tener amigos, uno siente que puede perder absolutamente todo de un día para el otro. Era imposible proyectarse.

“Por aquel entonces, la Dirección de Inmigración emitía decretos de exclusión de la familia, por lo que ese miedo de perder absolutamente todo y sin saber qué iba a pasar, era permanente. Así vivimos desde el año 77 hasta el ‘83. Fueron 6 años realmente muy duros. Todo aquello me marcó”.

--¿Aquellos miedos aún perduran más allá de habitar hoy otro escenario?

--El miedo está. Porque Argentina te obligar a no descansar nunca. Su contexto es difícil e incierto. Progresar implica transitar un proceso, evitar atajos.

--¿Cómo fue insertarse en el estudio para aquel chico con tanta avidez y barreras al mismo tiempo?

--Pude entrar a la primaria pero resultó imposible hacerlo en la secundaria. Logré ingresar al Colegio Urquiza de Flores y luego del primer trimestre me echaron por falta de documentos. A partir de allí deambulé de colegio en colegio como oyente. Quise estudiar filosofía, cursé tres años. Me enganché, pero no terminé.

--Alguna vez hiciste una fuerte referencia a Raúl Alfonsín como alguien que le dejó una fuerte marca a tu familia.

--Yo tenía 19 años cuando Argentina recuperó la democracia. Al asumir Alfonsín pudimos lograr, al fin, la radicación. Y yo pude ingresar a la facultad a estudiar, luego al mundo del trabajo. Definitivamente sentirme que estaba pisando suelo firme. Si la dictadura militar duraba en Argentina hasta 1989 como ocurrió en Corea o se alargó en Chile, por ejemplo, mi vida hubiera sido un caos. Hubiera seguido divagando por colegios a ver si alguno me aceptaba. No hubiera aparecido Daewoo, no hubiera aparecido nada.

--Bueno, pero como buen cabeza dura, no había que aflojar…

--La anécdota es que el día después que Alfonsín asumió me llegué hasta la Casa Rosada con una carta. Había una cola larguísima de gente entregando peticiones. ‘Acá pierdo’, pensé. ¿Pero qué iba a hacer? Había hasta gente que iba a reclamar por familiares desaparecidos. Y yo sentía que era el único extranjero. El tema es que me atendieron. Les dije: ‘traigo esta carta para el presidente´. ‘¿La leerá?’, pregunté. ‘Sí, cómo no la va a leer’, me contestaron. Y a los tres días me respondieron. Al fin pudimos obtener un documento que nos respaldara.

--¿Y qué te sugiere después de todo aquello esta Argentina de hoy? ¿Con una figura tan disruptiva, para ponerle un calificativo, como Javier Milei?

--Bueno, lamentablemente la Argentina desde la época de Alfonsín ha tenido varios gobiernos que fueron transitando de fracaso en fracaso. No es casual que irrumpa una figura como Milei. El se autodefine como un anarco capitalista. También se autodefine como un topo que quiere destruir el Estado.

--¿Y cuál es tu pensamiento con relación a la injerencia que debe tener el Estado? ¿Un Estado papá, uno ausente, uno que intervenga sólo en cuestiones puntuales?

--Yo creo en el modelo coreano. Porque es el único que conozco que ha sacado a un país, a una sociedad de la pobreza, y ha podido construir un futuro próspero y desarrollado como el que tenemos ahora. Y el Estado allí tuvo mucho que ver.

“En las décadas del 60, 70 y hasta el 89, Corea estaba bajo gobiernos militares. Había restricciones de libertad individual, un montón de anomalías. Luego encontramos la democracia y el secreto de poder crecer. Hay varias improntas a tener en cuenta. Sin la competencia política feroz existente acá”.

--Volvamos a vos. Un día apareció Daewoo en tu vida. ¿Fue un punto de partida?

--Sí, claramente. Yo entré a trabajar en el año 83, cuando tenía 19 años. Me contrataron por dos meses y me quedé 15 años. Ahí dejé toda mi juventud.

--¿Pero aquello sería el basamento para lo que vendría?

--¡Más vale! Porque todo lo que sé lo aprendí ahí. Era una empresa muy importante, con 54 firmas subsidiarias. En la Argentina hicimos lanzamiento de autos. Estuvimos con negocios de electrónica. Éramos proveedores a fábricas radicadas en Tierra del Fuego. Me fui de la compañía en el 98. Desarrollé negocios de exportación. Puse una fábrica de computadoras. Al principio me iba muy bien hasta que llegó el 2001, que fue terrible. La recesión de los últimos años de la convertibilidad fue lapidaria.

“La magnitud de la caída de lo que se dio en la crisis de entonces, sobre todo en la industria electrodoméstica, fue tremenda. Yo era proveedor de lo que se fabricaba en Tierra del Fuego y en el año 2001 se habían vendido 1.250.000 televisores.

“Y para el 2002 estimábamos que se iban a vender 1.500.000 porque se venía el Mundial de Corea-Japón. ¡Nada que ver! Para colmo, la Selección Argentina de Marcelo Bielsa no pasó la primera fase. Un desastre. Todo mal. Todo mal… Bueno, el asunto es que de pensar en vender un millón y medio de televisores apenas de vendieron 250 mil. Creo que se necesitó llegar a 2008 para recuperar el consumo. Fue un recorrido tortuoso”.

“Mucho peor ser pobre culturalmente”

--Sos un hombre muy sensible a las cuestiones culturales. ¿Cómo se compatibiliza ello a una veta tan diferente, la de los números de un empresario?

--Cuando llegamos a la Argentina económicamente éramos muy pobres. Pero con el tiempo me di cuenta que ser culturalmente pobre era mucho peor aún. Porque no conocer el idioma, la cultura, el uso de costumbres de un lugar, es terrible. Uno no puede adquirir dignidad como persona.

“Hoy me pongo a pensar lo que era Argentina en la década del ’80 y culturalmente lo que es ahora. Me entristece terriblemente. Duele. Me produce un dolor realmente insoportable.

“Siempre recuerdo a un ex presidente coreano, Kim Dae Jung (Premio Nobel de la Paz en 2000). El soñaba con algo que me llamó mucho la atención. Que Corea tuviera un gran desarrollo cultural más que económico y militar. Yo me preguntaba: ¿Por qué no? Creo que el desarrollo cultural es lo más importante.

“Hoy tengo una fundación que lleva el nombre de mi padre. Esa fundación tiene básicamente dos trabajos. El primero, contribuir al crecimiento cultural del país. Sobretodo a partir de la música. El año pasado firmamos un acuerdo con el gobierno de la ciudad. Somos sponsor del anfiteatro que está en el Parque Centenario. Tiene 1.600 butacas. Y este año hicimos más de 19 conciertos en el ciclo Peabody. El año pasado llevamos a cabo conciertos en el Teatro Colón y se vienen otros seis más. Y este año en el CCK. Pero mi gran objetivo con la fundación es contribuir a un intercambio cultural entre la Argentina y Corea. Y también en lo concerniente a lo empresarial".

--¿Dar a conocer cómo hizo Corea para crecer y salir de la pobreza, por ejemplo?

--¡Claro! Creo firmemente que Argentina tiene mucho para aprender de Corea. Debería analizar el modelo económico coreano. Se cree que Corea es un país que resolvió todo con una sola fórmula de crecimiento y no fue así. Uno habla con los economistas de izquierda y te dicen: ‘Corea tuvo que proteger el mercado, porque el Estado erigió la economía, hubo una intervención fuerte estatal, etc.’. Después hablo con los economistas de derecha y me dicen: ‘el crecimiento de Corea se debe a la apertura del mercado, a la libre competencia’. Tienen visiones diferentes.

--¿Cómo hizo Corea para crecer entonces? ¿Cuál fue la receta?

--A partir de un plan Quinquenal obtuvo un crecimiento sostenido de su industria. Está bueno analizar cómo de una economía tan cerrada pudo abrir, integrarse al mundo y salir a competir. Todo eso me parece muy importante. Y también cómo salió de una fuerte crisis financiera. En el año 2000 la per capita de Corea representaba un tercio de la de Japón y en este momento la supera. En los últimos 20 o 25 años los coreanos crecieron muchísimo, superando incluso a Japón. Mientras los japoneses protegían su industria y después para poder competir contra China mudaron su centro de producción al Sudeste Asiático y empezaron a devaluar su moneda, Corea hizo lo contrario. Se asoció con los chinos. Durante los últimos 20, 25 años, el 25 por ciento de la población de Corea iba a China. Los coreanos exportaban bienes intermedios industriales que los chinos necesitaban para poder ellos luego exportar. Y esa fue la fortaleza que tuvo Corea para crecer durante el último lustro.

“¿Sabés cuál era el producto de mayor volumen de exportación en los 60 en Corea? Pelucas. ¿Sabés por qué? Porque no había pelucas sintéticas en el mundo. Entonces las mujeres se cortaban el pelo y lo vendían. Se exportaban pelos. Ese fue el comienzo del boom de exportación que hoy tiene Corea.

“Ya en el 2013 el principal producto de exportación de Corea fue el derivado electrónico. El país tiene tecnología, refinería. Hoy en día la industria petroquímica es muy fuerte. Y lo propio sucede con la naval, automotriz, etcétera”.

--¿Te preocupan los resabios que, de pronto, pueden surgir en el ámbito militar entre las dos Coreas?

--La verdad es que sí. Mucho. Primero porque el país se partió en dos. Mi padre es del norte y la pasó muy mal. Es una situación muy dolorosa. Si se unificaran los dos países, yo creo que emergería una potencia aún mucho mayor. Un país impresionante.

60 años en la Argentina

“También soy presidente de la Asociación Civil de los Coreanos en la Argentina. El año que viene es muy importante para nosotros porque se cumple el 60 aniversario de la primera inmigración coreana que llegó al país y que se asentó en Río Negro. Estamos armando una serie de eventos que me tienen muy entusiasmado”.

“Lo verdadero, lo bello, lo bueno”

“Suelo recalar en una foto que tomé de la Opera de Frankfurt. Un edificio destruido durante la Segunda Guerra Mundial. Adentro está la fabulosa sala de conciertos y la sede de la Orquesta Sinfónica. En el frontis se puede leer: ‘Lo verdadero, lo bello, lo bueno’. Son ideas platónicas que me conmueven. Al cabo, los valores que quiero para mi empresa”.