El día que Abel Pintos volvió a donde todo empezó: "Cantar no es solo cantar, es contar cosas"
Entre mates, recuerdos y una guitarra, el músico regresó a la Biblioteca Rivadavia, el lugar donde grabó su primer cassette, hace 30 años. "Hoy tengo la oportunidad de cumplir y concretar cosas que tienen que ver con mi corazón bahiense, no con mi realidad artística", mencionó.
Periodista, próxima a licenciarse en Comunicación. Forma parte del equipo de redacción de La Nueva desde 2022, donde cubre eventos locales, regionales y nacionales, generando contenido para las ediciones impresa y digital.
El regreso de Abel Pintos a Bahía Blanca no fue uno más en la agenda de un artista consolidado: fue un retorno íntimo, casi doméstico.
Anoche, en el escenario del teatro Don Bosco, la emoción lo desbordó hasta las lágrimas. Y hoy, en la misma sala donde hace tres décadas presentó su primer cassette, volvió a hablar como si entrara al living de su infancia, sin máscaras, sin escudos, con la serenidad de quien sabe que ahí nadie le exige nada.
Afuera el sol brillaba sin timidez; adentro, en el auditorio Luis Caronti de la Biblioteca Rivadavia, la penumbra suave, una guitarra apoyada contra la silla y los mates que Sergio Buyanovsky —periodista y moderador ocasional— le cebaba marcaban el pulso del encuentro. Frente a él, un público heterogéneo. Todos en silencio, como si escucharan a un amigo que vuelve al barrio después de mucho tiempo.
Abel respiró hondo antes de arrancar. Había algo latiendo fuerte ahí adentro. Y eligió empezar por donde todo empieza: "Después de 30 años, una de las cosas que puedo asegurar es que crecí con la música, y que la música es mi forma de vida".
La sala, intacta en su memoria, parecía devolverlo a ese chico de 11 años que grabó su primer cassette y cantó por primera vez en ese mismo lugar. "Hacía mucho tiempo que no entraba acá", dijo, recorriendo el espacio con la mirada, como si buscara a su versión pequeña entre las filas. "Es muy conmovedor".
Hablar del origen, para él, no es un trámite. Es una zona sagrada. "Cuando estoy en otras ciudades tengo que contarle a todo el mundo de dónde vengo, contarles del Abel de Bahía Blanca. Pero acá siento que es al revés… Siento que vengo a contarle a la gente de mi origen lo que me sucede en otros lugares".
También volvió a su familia, al sostén de aquellos años, y a su mamá —Susana— que estaba en la sala. "Ellos (sus padres) nunca me impresionaron… me mantuvieron lo más alejado posible de las responsabilidades durante toda mi infancia y parte de mi adolescencia. (…) Fue divertido, divertido".
Después avanzó hacia otro territorio: el de la música como profesión, no sólo como refugio emocional.
"A los 20 años me di cuenta de que con esto iba a ganarme la vida, básicamente cuando la música empezó a pagar las facturas". Confesó que durante años no supo cuánto cobraba por un concierto y que conoce músicos tan apasionados como él que no pudieron convertir ese amor en un modo de vida. Él, dijo, se sabe un privilegiado.
La charla, compartida con un centenar de personas, tocaba fibras sensibles. Varias se emocionaron hasta las lágrimas. Una mujer que había viajado desde Tres Arroyos solo para escucharlo tuvo que retirarse antes de tiempo; se acercó, lloró y le agradeció por acompañarla "en momentos difíciles".
Más adelante habló de la voz, pero no de la técnica: de su sentido más profundo. "El canto es el ejercicio de darle la oportunidad y la relevancia nada más y nada menos que a nuestra propia voz… El alma necesita expresión. Cantar no es solo cantar, es contar cosas, y para poder contar algo tenés que tener claro lo que querés transmitir".
También habló de identidad, de cambios, de errores y de crecimiento. "A mí no se me cae ningún anillo al decir que hoy reconozco no haber sido siempre exactamente la misma persona".
Y no esquivó el tema del cambio: "Muchas veces, con buena intención, me dicen 'no cambies nunca', y es el peor deseo que me pueden dar. (…) Si me lo decís en un momento en el que no soy mi mejor versión, nos estamos mandando una cagada".
Para él, hacer y equivocarse forman parte del mismo verbo: vivir. "Yo no tengo otra manera de ser que haciendo. Y cuando sos, hacés; y cuando hacés, errás; y cuando errás, aceptás".
El relato avanzó hacia su presente, ese Abel de 41 años que todavía dialoga con el de 11. "Me cuesta mucho… necesito un espejo para decirme: 'Soy un tipo de 40 años, no tengo 11, no estoy en 1995'".
Y en esa tensión aparece Bahía, inevitable. La ciudad como brújula emocional, como kilómetro cero. "Para un músico bahiense, los escenarios como el Don Bosco, el Municipal o la cancha de Liniers son nuestros coliseos".
Por eso anoche, en el Don Bosco, la emoción se le vino encima. "Lo que yo veo cuando subo al escenario del Don Bosco es: '¡Llené el Don Bosco!'. Para unos y para otros, llegar a llenar el Don Bosco es consagratorio".
Ese es el verdadero peso de este regreso, más allá de lo profesional: "Hoy tengo la oportunidad de cumplir y concretar cosas que tienen que ver con mi corazón bahiense, no con mi realidad artística".
Lo dijo con la honestidad de quien vuelve a un lugar que lo formó. Sin gestos grandilocuentes. Sin marketing emocional. Como quien vuelve a casa y encuentra que todo —lo esencial— sigue ahí.
"Yo sueño con volver a tocar en la plaza. Porque toqué en la plaza allá por el 95 y el 96… y nunca volví".
La charla cerró como debía: con una guitarra en la mano. Cantó "El cosechero" y "Motivos" mientras la gente acompañaba el estribillo. La luz seguía tenue. Buyanovsky seguía con los mates. Y Abel se quedó un rato más firmando recuerdos: una guitarra, un cassette que una mujer guardó durante años, dibujos, banderas, discos.
Bahía lo escuchaba.
Y él, esta vez, pudo contárselo todo.