Bahía Blanca | Jueves, 02 de mayo

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Bahía Blanca | Jueves, 02 de mayo

Leocadia Cambacérès, la condesa que ayudó a fundar Nueva Roma

En 1856 llegó a Bahía Blanca la Legión Italiana, un grupo de 500 hombres y mujeres a las órdenes del Coronel Silvino Olivieri, con el objetivo de establecer una nueva población en cercanías del fuerte.

El 3 de febrero de 1856, el precario muelle de madera ubicado en la desembocadura del arroyo Napostá sirvió para el desembarco de una nutrida y singular tripulación.

A bordo de los buques San José, Río Bamba, Antoñito y Paulista llegaba al fuerte de Bahía Blanca el primer contingente de la denominada Legión Italiana, un grupo de 300 hombres y mujeres que habían aceptado instalarse en estas áridas, desoladas y peligrosas tierras con la idea de fundar una nueva ciudad.

Al mando de la Legión estaba el coronel Silvino Olivieri, un muchacho de 26 años, nacido en Caramanico, Pescara, que había heredado de su padre, Raffaele, el título de conde. Su madre, Pulcheria Crognali, era también parte de la nobleza, marquesa.

Coronel Silvino Olivieri (1828-1856)

Para el fuerte ese arribo fue un impacto enorme. La mitad de la población pasó a ser italiana, con el valor agregado de que se trataba de gente que venía a forjar un futuro, con entusiasmo y ansias de progreso. Significó la llegada de familias que serían clave en la evolución de la ciudad, por caso las de Pronsato, Penna, Caronti, Parodi, Cerri, Vitalini y Caviglia.

A pesar de su juventud, Olivieri era un veterano de cien batallas. Con apenas 28 años, ya había luchado en contra del rey Fernando II, combatiendo en Milán y en Venecia, donde su coraje le valió ganar el grado de teniente.  Luego de algunas derrotas se refugió en Francia e Inglaterra, hasta que finalmente, en 1852, se embarcó hacia Buenos Aires. A poco de llegar creó una suerte de Legión Extranjera, formada por soldados italianos, con la cual participó de la batalla de Caseros, bajo las órdenes de Justo Urquiza. Esa contienda lo convirtió en poco menos que un héroe y le valió ascender a coronel.

Al año siguiente regresó a su país, para ponerse a las órdenes de Giuseppe Mazzini, que luchaba por la unión de Italia, pero poco después terminó acusado de traición y condenado a muerte. Pero en Buenos Aires no lo olvidaban y, conocida su situación, el gobierno hizo gestiones hasta conseguir su libertad. La única condición impuesta al liberarlo fue que Olivieri abandonara Italia. En 1855 estaba de regreso en nuestro país, recibido con todos los honores por el mismísimo general Bartolomé Mitre, por entonces  ministro de guerra.

Al poco tiempo de estar entre nosotros, Olivieri recibió la propuesta de fundar una colonia en la zona de Bahía Blanca. El militar aceptó el desafío y se convirtió en jefe de la  Legión Italia, que era agrícola y también militar, convocada para fundar un nuevo pueblo donde vivir de la tierra.

La flor más bella

Una única situación complicaba la decisión del coronel: estaba enamorado de una jovencita de la elite porteña, con lo cual instalarse en el sur bonaerense era poco menos que renunciar a ese sentimiento. Por eso dio un paso decisivo.

Leocadia Cambacérès, de 20 años de edad, era la mujer en cuestión. Hija de Joseph Antoine Louis Cambacérès, un hombre de fortuna, nacido en Francia y educado en las mejores escuelas de París. sus padres estaban gestionando su compromiso matrimonial con un hombre de la familia Martínez de Hoz cuando apareció en escena Olivieri,  quien, sin que nadie lo esperara, vestido con su colorido traje de legionario y acompañado de su título de conde, solicitó su mano.

Condesa Leocadia Cambaceres

El 22 de diciembre de 1855, en la Catedral metropolitana, la veinteañera y el militar contrajeron enlace. No hubo Luna de Miel ni demasiado tiempo para disfrutar: ese mismo mes comenzaron los preparativos para instalarse en Bahía Blanca. Leocadia, conocida en la sociedad porteña por su belleza y su cultura, sabía de antemano que ese era el destino de su flamante marido y no puso el menor reparo en acompañarlo.

Así llegó entonces al desolado poblado del sur bonaerense, al medio de la nada, entre italianos, con la constante amenaza indígena, sin siquiera tener un lugar donde vivir.

Lejos de amedrentarse, asumió sin dramas su papel. Dormía con Silvino a cielo abierto, recorría las calles de la aldea, lavaba la ropa a mano, remendaba uniformes y auxiliaba a los heridos.

Pasado el invierno, acompañó a su marido en la búsqueda  de un lugar conveniente para fundar la nueva colonia. La travesía duró diez días, llegando hasta Sierra de la Ventana. Finalmente se eligió un paraje a 40 kilómetros de Bahía Blanca, al  que se consideró apropiado, tanto desde el punto de vista defensivo  como agrícola. Tenía agua, tierras de pastoreo y leña.

El primero de julio de 1856 se colocó la piedra fundamental del pueblo, al que Olivieri bautizó “Nueva Roma”. De inmediato los legionarios pusieron manos a la obra. “Se trabaja con los pies y con las manos, pero contentos. Lo hacemos para nosotros, para convertirnos en fundadores de una ciudad que se llame Roma”, escribió un legionario.

“Pobre Leocadia…”

En medio de esa cruzada fundacional, Olivieri tenía un motivo más para estar entusiasmado: Leocadia estaba embarazada, en un lugar donde no era posible recibir una adecuada atención médica. Por eso estaba atento en caso de tener que trasladarla a Buenos Aires. Mientras tanto, la joven trabajaba a la par de todos.

Si bien se trata de un tema controvertido y con varias versiones de los hechos, Olivieri comenzó a tener diferencias con algunos de sus oficiales y legionarios. Cuestiones de disciplina, de cansancio, de fastidio, de sufrir el clima y el duro trabajo. Para mantener el orden, aplicó castigos severos, desde destinar a los quejosos a la cárcel del fuerte hasta encerrarlos en unos pozos que se estaba construyendo en Nueva Roma buscando agua.

Su amigo Niccolo Cuneo, radicado en Buenos Aires y al tanto de estos problemas, le estaba a punto de enviar una carta con algunos consejos. El 10 de octubre de 1856 escribía: “Ten cuidado querido Silvino, y recuerda que si tiras demasiado fuerte la cuerda se romperá. Para aquellos que luchan desde la tarde hasta la mañana y se afanan incansablemente en el surco, suelen resultar molestos”. Cuando iba a despachar su carta recibió la peor noticia.

Era tal el descontento generado entre su gente, que todo terminó de la peor manera. Pasada la medianoche del 29 de septiembre de 1856, varios soldados y oficiales se amotinaron, ingresaron a su rancho y con dos certeros disparos pusieron fin a su vida. De esa manera, injusta e ingrata, murió este soldado que soñaba construir una nueva ciudad eterna. De acuerdo a uno de sus biógrafos las últimas palabras de Silvino fueron para su mujer: “Pobre Leocadia…”

Si bien algunos autores mencionan que Leocadia había partido a Buenos Aires unos días antes del asesinato, otra versión sugiere que estaba junto a su marido en ese momento. Eso se desprende de una carta escrita por el legionario Felipe Caronti, dando un panorama de la situación. “La esposa del coronel está en el buque rio Bamba, tan alterada que no tengo valor para ir a verla”, señaló.

Lo cierto es que a los pocos días, Leocadia llegaba a casa de sus padres acompañada por Michele Olivieri, hermano menor de Silvino. Dos meses después, el 2 de noviembre de 1856, nacía Silvina Ernestina del Sagrado Corazón de Jesús Olivieri.

De Nueva Roma a la Recoleta

La muerte de Olivieri fue devastadora para la Legión. Los agresores huyeron y el resto de los integrantes decidieron regresar al fuerte. Sólo se tomaron el tiempo necesario para enterrar a su jefe en Nueva Roma y colocar sobre su tumba una modesta cruz de madera.

Un par de meses después, Felipe Caronti se ocupó de recuperar esos restos y subirlos a un barco con destino a Buenos Aires. En abril de 1858 su cuerpo fue llevado al Cementerio del Norte, actual cementerio de la Recoleta, y colocado en el mausoleo de la familia Cambacérès, donde permanece hasta hoy, sin ninguna placa ni referencia que dé cuenta de esa presencia.

Bóveda de la familia Cambaceres en la Recoleta

Una multitud fue parte de aquella ceremonia. Allí estaba Leocadia, que tenía en sus brazos a Silvina, su hija de cinco meses que no llegó a conocer a su padre. Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento despidieron sus restos. “Descansa en paz en esta tierra de tu adopción, valiente y malogrado Coronel. La patria que te adoptó te abrigará cariñosamente con su manto en la mansión helada del sepulcro y te contará entre sus valientes soldados”, dijo Mitre.

Leocadia y Michele, amor a la italiana

Después de esa despedida final, la vida continuó para todos y también para Leocadia, que le dio un nuevo rumbo a la suya. Unos meses después volvió a tomar una fuerte decisión: se casó con Michele Olivieri, su cuñado, hermano menor de Silvino. Pero además volvió a seguir los pasos de su marido, esta vez con destino a Italia, donde se estableció en Chieti, provincia de Abruzzo, una bellísima ciudad de 20 mil habitantes, en el valle del Pescara.

Silvina Olivieri

En la residencia de los Olivieri se respiraba aire a cultura y distinción. Era una familia muy querida en el pueblo y se los veía con gran admiración. Leocadia era considerada una mujer ideal: bella, agradable, simpática, inteligente, fuerte, rica y cortés, una gran dama.

En ese lugar creció Silvina. Leocadia fue nuevamente mamá a sus 39 años, con el nacimiento de Delfina, en 1874, hermana de Silvina, por parte de la madre, prima por parte del padre.

El pueblo de Abruzzo donde vivían Leocadia y Michele

Herida de muerte

En 1881, con 24 años de edad, Silvina Olivieri se casó con el marqués Gesualdo De Felici, hombre de fortuna que la convirtió en marquesa. El 18 de julio de 1884 en Pianella, nació Luigi De Felici, nieto de Silvino Olivieri.

Sin embargo, a la familia Olivieri le quedaba atravesar un nuevo y penoso drama. El 1 de mayo de 1897, de manera inesperada, falleció Delfina, de tan solo 23 años de edad.

“Como una violeta fragante y suave desaparece Delfina Olivieri, secuestrada del amor de sus queridos padres, del cariño de tu virtuosa hermana y de tus familiares. La Naturaleza, que os había creado tan distinta, amable, dulce y os había enriquecido con sus dones, se puso celosa de su obra; y en la flor más bella de tus años, deshizo el hermoso cuerpo que vestía tu alma cándida. Sacúdete Delfina del frío abrazo de la muerte y acoge el saludo de aquellos que tuvieron la fortuna de conocerte y admirarte. Y tú, dulce niña, desde el Cielo, que te quería consigo, dales valor y que las lágrimas derramadas sobre tu bendita tumba sean para ellos un consuelo”, publico el diario de Abruzzo.

La muerte de Defilna fue devastadora para Leocadia. Su salud se quebrantó y falleció poco después, el 4 de agosto de 1902, siendo inhumada en el cementerio de Lucera. Tenía 66 años, hacía casi 50 que había dejado Nueva Roma.

“Esta mujer de los más altos sentidos ya estaba herida de muerte ya que, hace cuatro años, perdió a su querida hija Delfina, de su segundo matrimonio con el Cav. Michele Olivieri”, se dijo.

También la crónica fúnebre dio cuenta de su personalidad. “Leocadia era descendiente del famoso Cambacèrès, cónsul con Bonaparte. Se casó con el valiente coronel Silvino Olivieri, que tan bárbaramente le fue arrebatado. En esa unión de sangre francesa, americana e italiana, armonizaba la Mujer ideal, de formas agradables y fuertes, de cultura muy amplia, de modales corteses y ​ espíritu patriótico. Después de la muerte de Delfina, de Leocadia sólo quedó una sombra. Nos queda a nosotros, viejos y fieles amigos, enviar un saludo al viudo y a su virtuosa hija Silvina, Marchesa Defelici”.

Un año después, el 22 de febrero de 1903, murió Michele Olivieri, “caballero en el sentido más correcto de la palabra, nacido en Chieti y que pasó muchos años de su vida en América, donde ocupó la Legión Italiana de la que era Coronel su hermano Silvino. Fue enterrado en Chieti, junto a su querida compañera”.

Silvina, por su parte, rompió el molde de cualquier mujer de la época. Junto a su hijo Luigi se enroló  en la Cruz Roja durante la Primera Guerra Mundial y transformó su palacio en un lazareto, donde hospitalizaba a heridos y enfermos. Por su conducta fue premiada con la Cruz de Guerra y Estrella de la Ciudad del Río.

Silvina Olivieri y su hijo, Luigi de Felici

Silvina Olivieri, concebida en Bahía Blanca, falleció el 4 agosto de 1935, a los 76 años de edad. Descansa en la bóveda familiar del cementerio de Lucera, Junto a su madre y a su tío Michele.

Un reciente homenaje a la familia Olivieri en Italia

Rufina y Rufino, dos nombres para esta historia

Leocadia Cambaceres tuvo dos hermanos, Antonino y Eugenio. Antonino fue estanciero, diputado y senador nacional. Fue el primer presidente de la Unión Industrial y director del Ferrocarril del Oeste. Antonino fue papá de Susana Eduarda, quien contrajo matrimonio con Rufino Luro, hijo del estanciero Pedro Luro. De esa unión nació Rufino Luro Cambaceres, destacado vecino de Bahía Blanca, piloto de aviación y director de la ruta Patagonia de la Aeroposta Argentina.

Rufino Luro Cambaceres, sobrino nieto de Leocadia

Eugenio fue abogado y publicó varios libros. Su nombre está asociado a una de las leyendas urbanas más difundidas de nuestro país. Su única hija, Rufina, falleció en 1902, a los 19 años de edad. Inhumada en el cementerio de la Recoleta, se detectó a los pocos días que el féretro tenía la tapa removida y arañazos en su interior: Rufina habría sido enterrada viva. Su tumba es hoy una de las más visitadas de la Recoleta.

La tumba de Rufina Cambaceres, sobrina de Leocadia