Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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La cuarentena y “los terrores” de Alberto

La columna semanal de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

   El presidente Alberto Fernández ya tendría tomada la decisión de extender la cuarentena social obligatoria hasta el 10 de mayo, dividida en dos etapas, aunque antes de avanzar en semejante medida consulta cada paso con su equipo de infectólogos y epidemiólogos con los que se reúne invariablemente cada mañana.

   El jefe de Estado, dicen quienes siguen sus movimientos a diario, tiene “no uno sino varios terrores” con los que trata de convivir a medida que se acerca la fecha de comunicar la nueva prórroga del encierro domiciliario de millones de argentinos. “No acepta que por un mínimo error que podamos cometer por flexibilizar el aislamiento se tire abajo todo lo bueno hecho hasta ahora”, dicen esos voceros.

   La versión más escuchada en las últimas horas en la Casa Rosada y la quinta de Olivos -donde Alberto cumple su propio aislamiento- sostiene que la cuarentena obligatoria que vence este domingo a la medianoche será prorrogada al menos en una primera etapa hasta el domingo 3 de mayo. Pero no son pocos los que escuchan al mandatario asegurar que “falta muchísimo” para pensar en una mediana vuelta a la normalidad. Y que de hecho muy probablemente habrá después una siguiente prórroga que sería “de mínima” hasta el domingo 10 de mayo.

   Ya se había dejado trascender en el Gobierno que el ministro de Salud, Ginés González García, y el equipo que lo asesora, en algún momento de las incontables reuniones a nivel científico que se realizan en Olivos dijo que la cuarentena tal como se aplica desde hace un mes, salvo contadísimas excepciones, debería extenderse hasta fines del mes que viene.

   Como se sabe, las presiones de todo tipo, desde empresarios, cámaras comerciales y sindicalistas, hasta desde el propio Estado a través de funcionarios nacionales, provinciales y municipales, obligaron al presidente y a su ministro de Salud a comenzar a permitir excepcionalidades según territorios y niveles de contagio, con las que en el fondo no estaban de acuerdo. Muchas de las cuales comenzaron a regir este lunes, aunque en cuentagotas.

   “No puedo fallar a esta altura”, dicen confidentes que le han escuchado decir al presidente. Es el primer convencido en el gobierno que un mínimo desliz, un aflojamiento de la disciplina para mantener a los argentinos encerrados en sus domicilios, puede provocar un derrumbe de la buena letra hecha hasta ahora.

   El presidente suele denostar en privado con gruesos calificativos a quienes le endilgan “haberse enamorado de la cuarentena”. Esa percepción de analistas y columnistas proviene de los muy altos niveles de popularidad que Alberto retiene en todas las encuestas, entre 60 y 80 por ciento de aprobación ciudadana según el promedio de las mediciones de opinión pública.

   Nadie lo va a reconocer en público pero uno de los “terrores” del presidente justamente sería el de no perder esa elevada imagen positiva si acaso cede a la tentación de aflojar justo ahora, cuando la curva de contagios que le dibuja su equipo de científicos estaría prevista recién para mediados de junio.

   El otro “terror” de Alberto se focaliza en las medidas de apertura de la cuarentena en provincias y municipios donde la circulación del coronavirus es menor, o pueblos del interior donde no se registran contagios. Por eso reclamó muy seriamente que aquellos que piden excepcionalidades (gobernadores e intendentes) prevean el tema del ingreso de personas que no conviven con esas comunidades, algo difícil de cumplir cuando se trata del tránsito de proveedores de mercaderías o alimentos.

   En sus diálogos y en reuniones con el gabinete económico que comanda Santiago Cafiero, Fernández se ha mostrado complacido con el aplanamiento de la curva de contagios de coronavirus, aunque sea el primero en reconocer que la otra cara de la película, fea, sea el agravamiento a niveles impensados de la actividad económica. “Va a seguir privilegiando la vida”, lo justifican sus voceros.