Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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El presidente y la oportunidad ante la crisis

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

   Es un dato recurrente recordar, y nunca como en estas horas que vive el país viene al caso, que detrás de toda gran crisis se esconde una gran oportunidad. El presidente Alberto Fernández ha dejado la impresión de que es el primero en saberlo. Y que no piensa desaprovechar esta vuelta del destino en la que lo encuentra parado la peor pandemia sanitaria que se recuerde en muchísimos años.

   No es un dato menor que la oposición antes que el propio oficialismo, siempre atado a sus mezquindades subterráneas, lo haya erigido como el comandante en jefe de esta guerra desigual que la Argentina ha comenzado a librar contra la pandemia del coronavirus. 

   Se lo dijo un referente preponderante de ese lado del arco político como el diputado Mario Negri. “Usted es el comandante de esta batalla porque allí lo ha puesto el pueblo que lo votó”, lo endulzó. 

   Esa misma comandancia le fue conferida sin dobleces en Olivos por el resto de los actores como los gobernadores provinciales, aun aquellos con los que hasta no hace mucho hasta se retaceaban un llamada telefónica como el cordobés Juan Schiaretti.

   Fernández ya ha dado muestras en sus 100 días de gobierno de ser un fino equilibrista. Hacia adentro y hacia afuera de la coalición que le toca gobernar. 

   Ese gesto se vio reflejado en la foto del viernes por la noche, que dice bastante más que lo que mostró. Fernández colocó detrás suyo, y no precisamente al azar, a un peronista moderado como el santafecino Omar Perotti, un macrista de la primera hora como Horacio Rodríguez Larreta, un cristinista a ultranza como Axel Kicillof, y el jujeño Gerardo Morales, tal vez el dirigente del radicalismo al que más respeta y pondera.

   El presidente supo bastante antes que el viernes que debía tomar las decisiones que tomó, aún en medio de advertencias de sus equipos de abogados que le recomendaban mensurar muy cuidadosamente en dónde, o hasta dónde, las medidas plasmadas en el Decreto de Necesidad y Urgencia  que impuso la cuarentena obligatoria rozaban algunas violaciones constitucionales a la libertad de circular que consagra la Constitución.

   La figura del estado de sitio, tan controversial y de tan malos recuerdos para los argentinos, ya había sobrevolado los análisis de la mesa chica del presidente y su equipo de juristas. Y volvió a ponerla sobre la mesa el santiagueño Gerardo Zamora durante aquella reunión del viernes previa a los anuncios. “No hay caos social ni político en la Argentina, no corresponde”, cortó de cuajo el presidente esa sugerencia.

   Queda claro que el presidente, en ese punto, buscó diferenciarse claramente de decisiones muchísimo más duras como la que tomó el chileno Sebastián Piñera, que decretó el estado de catástrofe y saco los militares a la calle. Un escenario que aquí resultaría impracticable no solo por la mala prensa del estado de sitio sino por insalvables reproches internos del sector que se recuesta en el cristinismo más rancio. 

   También el comandante en jefe que opera de hecho desde la medianoche del viernes repasó en los hechos los datos concretos y los esfuerzos realizados que apuntan a tomar distancias con otros mandatarios, como los presidentes de Francia, Italia y España, que a juicio de científicos e infectólogos actuaron tarde y mal, subestimaron el avance huracanado del coronavirus y hoy están pagando las consecuencias.

   “Todo y de un solo saque”, le sugirió con lógica callejera hace unos diez días el ministro de Salud, Ginés González García, que tras algunos tropiezos iniciales y frases poco felices de un profesional de su talla volvió sobre sus pasos y hoy ocupa otra vez un lugar central en la sala de guerra del presidente.

   Fernández sabe que con las decisiones que ha tomado para endurecer el aislamiento obligatorio de los argentinos ha bordeado los límites de la democracia. 

   Por eso se encargó de remarcar sus facultades constitucionales en aquel mensaje. También avisó que los tiempos que vienen no serán fáciles. Lo peor de la pandemia todavía está por venir. 

   Los expertos dicen que habrá más contagios y más muertes. Y desde el lado de la economía se avizoran tiempos dramáticos para los niveles de producción y consumo, con el consiguiente derrumbe de números y estadísticas que ya eran malos cuando la pandemia se abatió sobre los argentinos.

   Los analistas en general coinciden en un escenario que pareciera estar cantado: Alberto Fernández tiene en la pandemia del coronavirus la crisis de oportunidad que le permitirá, si sale bien parado después de este tsunami viral, en el estadista que necesita ser y que hasta ahora había navegado a media agua entre las dificultades de un país devastado económicamente y las acechanzas nunca desterradas del todo de un poder bifronte que lo condicionaría a cada paso. 

   Si sabe una cosa sabe la otra. Si no pudiese ganar esta batalla, o los daños son mayores que los calculados, su presidencia al salir de esta crisis muy bien podría convertirse en un calvario. Para el presidente esa segunda mirada no es una opción. 

   “Vamos a salir mejor parados que Italia o España, vamos a ganar esta batalla”, repetía el jueves en Olivos en medio de horas dramáticas mientras terminaba de convencerse que no había otro camino que la dureza extrema, como la que se traduce en las medidas anunciadas,  para dar pelea. 

   El presidente juega con una carta a su favor: el notable espaldarazo que acaba de recibir de todos los sectores de la oposición, aún de su propia oposición interna, que la tiene, para ponerse al frente de esta guerra.