Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Moncloa: el juego de las diferencias entre aquella España y esta Argentina

El llamado de Macri a la oposición para firmar un documento de coincidencias básicas sirve para preguntarse por qué parece imposible concertar un amplio acuerdo político y económico como el que alcanzaron los españoles hace 42 años.

Archivo La Nueva.

Mariano Buren / elpais@lanueva.com

 

   ¿Qué dirigente argentino, en las últimas tres décadas, no mencionó alguna vez la urgente necesidad de establecer un amplio acuerdo político, económico y social similar a los "Pactos de la Moncloa" de la España posfranquista?

   Lo pidieron radicales, justicialistas, socialistas, liberales, conservadores y desarrollistas ante cada nuevo episodio de crisis, amparados en un mismo argumento: si los españoles fueron capaces de diseñar un programa consensuado de políticas de Estado, que les permitió articular las bases de su posterior estabilidad y crecimiento, en la Argentina también se puede.

   Jamás, sin embargo, se logró avanzar más allá de las buenas intenciones. Por mezquindad, incapacidad, dogmatismo, visión cortoplacista o estrategia electoral, nunca fue posible que los representantes de todos los partidos se sentaran para recrear el clima de diálogo y convivencia que alcanzó -no sin esfuerzo, es cierto- la dirigencia española.

   Seamos honestos, ¿acaso alguien es capaz de imaginar una fotografía que reúna a Macri, Cristina, Massa, Urtubey, Pichetto, Carrió, Lavagna, Lifschitz, Vidal, Schiaretti y Del Caño en torno a una misma mesa? 

   La respuesta es obvia.

Felipe González, del PSOE, y el presidente Adolfo Suárez, de la UCD.

   Aquella España de 1977, gobernada por Adolfo Suárez, estaba jaqueada por la inflación, la devaluación, el desempleo, las deudas y el déficit fiscal, como lo admitió su entonces ministro de Hacienda, Enrique Fuentes Quintana, en un acuciante discurso por televisión. 

   "Los problemas planteados son problemas que afectan al interés nacional, y que exigen para su solución la participación de todos los grupos, y de todos los partidos", remarcó el funcionario mirando a cámara. Era un claro pedido de auxilio a la dirigencia de un país atrofiado luego de cuatro décadas bajo el oscurantismo de Francisco Franco.

   Casi de inmediato Suárez comenzó a negociar con todas las fuerzas políticas, las centrales obreras y las confederaciones empresariales con idéntico criterio: explicarles que el país estaba a metros de desbarrancarse y que era imprescindible que cada sector comprendiera la importancia de ceder posiciones ideológicas o financieras para hacerle frente a la crisis.

   No fue sencillo suavizar las reticencias, las diferencias y la desconfianza entre agrupaciones que abarcaban todo el espectro ideológico, desde Alianza Popular (el actual PP) hasta el Partido Comunista. 

Fuentes Quintana, en su famoso discurso por TV

   Sin embargo el diálogo prosperó, pese a que ciertos puntos fueron aceptados a regañadientes: en el plano económico se convinieron una reforma impositiva, un esquema de subas salariales, la puesta en marcha de un plan de inversión social y un sistema de depreciación programada de la peseta. En lo político, acordaron la recuperación de muchas de las libertades cercenadas y la preparación de una reforma constitucional acorde con los nuevos tiempos.

   Así se llegó a la redacción de los documentos denominados "Acuerdo sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía" y "Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y política", firmados el 25 de octubre de 1977 en el Palacio de la Moncloa -sede del gobierno- por el oficialismo, la oposición, las organizaciones sindicales y los grupos económicos.

   Fue el comienzo de una nueva era para España, el mismo país al que un cuarto de siglo después emigrarían decenas de miles de argentinos en busca de trabajo y prosperidad, en un intento desesperado por escaparse de la onda expansiva de 2001.

   En estos días críticos, el gobierno de Mauricio Macri reflotó la idea de proponer un gran acuerdo nacional: esta vez mediante un texto con diez puntos de coincidencias entre el oficialismo y la oposición, algo así como un manual de enunciados básicos para tranquilizar los nervios de los mercados, los inversores y los organismos crediticios. 

   Como era previsible, algunos sectores aceptaron escuchar la propuesta, otros pusieron condiciones y muchos directamente ni se molestaron en responder. En un año electoral, se sabe, es prácticamente imposible alinear los planetas políticos. Todos orbitan sobre sí mismos.

Mauricio Macri y Cristina Kirchner, versión 2012.

   Para peor, la iniciativa -tal como está planteada- es escasa, extemporánea y resulta evidente que fue decidida a las apuradas, no con un sentido de reparación social sino simplemente de evitar nuevos sobresaltos financieros en el tránsito a las elecciones. Muy poco para una sociedad abandonada en el laberinto de la decadencia estructural.

   La tradición marca que no se podrá avanzar mucho más: se trata de un país que perdió completamente la capacidad de diálogo, donde ni siquiera se pudo concertar una simple ceremonia de entrega de atributos presidenciales entre los líderes de dos partidos antagónicos. 

   Medida en unidades de distancia política, la lejanía entre la Moncloa y la Casa Rosada es mucho mayor que los 10.020 kilómetros que muestran los mapas.

   A los españoles, en definitiva, los unió el espanto. A los argentinos, ni siquiera eso.