Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Las incontinencias de Fernández, el enigma de la hora...

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

   La pregunta que ha recorrido en los últimos días el espinel de la política, a ambos lados de la grieta y en medio del desmadre regional que afecta a Bolivia y Chile, es hacía dónde va Alberto Fernández. O a qué está jugando el presidente electo, y no sólo en materia de política exterior. También en el plano interno. Por caso, su cristinización repentina y extrema: ¿es parte de su verdadera convicción, cuando siempre se lo conoció cultor de un estilo conservador y pragmático, o ha empezado a pagar mucho antes de lo pensado el tributo a la posición tan conocida en los planos externo e interno de su jefa, la que lo promovió como candidato?

   Para ponerlo en términos más drásticos: ¿Alberto hace lo que quiere, o promete lo que cree que está en su propio ideario político, o hace lo que le manda Cristina ya sea desde su larga estancia en La Habana o a través de sus coroneles del Instituto Patria?

   Antes de desmenuzar, hay un dato que se secretea entre habitantes de las oficinas del Patria como en el búnker de Puerto Madero, e incluso entre gobernadores y dirigentes peronistas que no cultivan precisamente la disciplina a rajatabla que demanda la doctora. 

   Se trata del repentino apego de Fernández al millonario y pseudo progresista chileno Marco Enriquez Ominami, un enigma que fue frustrado candidato presidencial en su país y que se mimetizó con los expresidentes que crearon el Grupo de Puebla. Y que ahora destina sus fondos más a la industria del cine que a la construcción de una nueva y supuesta "patria grande".

   Fernández, para más datos, casi le dio el rol de "canciller en las sombras" durante su viaje a México para entrevistarse con el presidente López Obrador. "Alberto ni lo conocía, se lo endosó la doctora, Marco es un protegido de Cristina", sostiene ese secreto a voces que recorre los pasillos del PJ.

   Con menos enjundia, pero igualmente severos, en algunos nichos del albertismo cuestionan que el presidente electo haya cometido el garrafal error de criticar abiertamente la posición de Donald Trump frente a la crisis boliviana. Justo el hombre poderoso y excéntrico por partes iguales al que el gobierno que viene tendrá que ir a pedirle que interceda ante el Fondo para iniciar negociaciones por la deuda "impagable", por usar los términos de Alberto. 

   "A veces le cuesta mucho callar", lo disculpan, en un intento por abanicar además del innecesario desaire a Trump sus arrebatos con la prensa, su temerario apoyo al Frente Amplio uruguayo cuando todo indicaría que la centro derecha de Lacalle Pou estaría a un paso de reconquistar el poder en la vecina orilla.

   No sería solo eso lo que preocupa de las actitudes de Fernández y su tozuda defensa de una "patria grande" al estilo del viejo chavismo que claramente hace agua por los cuatro costados. 

   Sin Evo en Bolivia, sin Correa en Ecuador, probablemente con el triunfo del Partido Nacional en Uruguay, algunos analistas se preguntan cuál de los dos caminos posibles tomará el futuro presidente. El de convertirse en un solitario líder de un progresismo latinoamericano tardío rodeado de gobiernos centristas o volcados a la derecha: Piñera, Bolsonaro, Abdo Benítez, Vizcarra,  Duque y  Lenin Moreno. O, segundo camino posible aunque no menos temerario, quizás Fernández siga instrucciones del Instituto Patria para reconstruir el eje Buenos Aires-Caracas-La Habana. 

   En este caso, convendría advertir que poquísimos son los hombres y mujeres que integrarán su gabinete que apoyarían ese sesgo. Ni que decir de los gobernadores o de las cámaras empresarias a las que busca agradar con sus promesas. 

   Para algunos peronistas clásicos que en charlas privadas le endilgan a Fernández estar haciendo "la gran Menem", cabría advertirles de su error. El riojano prometía el oro y el moro mientras era candidato. Fernández está poniendo sobre la mesa las políticas o las posiciones que va a implementar cuando asuma.

   En el plano interno cabría afirmar que también el presidente electo, al menos, sobreactúa la escena. Fernández poco menos que ha prometido "cogobernar" con la CGT, con los movimientos sociales y piqueteros, con los partidarios del aborto, pero también con la Iglesia. 

   Pero sabe, lo saben en sus equipos técnicos y económicos, que la frazada es corta, que no habrá magia el 10 de diciembre y que su gobierno estará lejos en el comienzo de satisfacer tantos reclamos.

   Pueden ser los riesgos de prometerle una vela a cada santo, cuando son más los santos que las velas.