Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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La importancia de llamarse Cristina

Desde que tomó las riendas del gobierno, Mauricio Macri ha sumado en su haber diferentes ventajas y, como no podría resultar de otra manera, ha cometido errores de distinta índole. Pero más allá de aquellos y estos, hasta ahora ha quedado en claro que el arco opositor –sobre todo las diferentes fracciones del peronismo- no ha podido capitalizar los traspiés que acumuló la administración de Cambiemos en sus primeros siete meses de gestión.

Esa notable incapacidad para aprovecharse de los tropiezos gubernamentales –común a Cristina Fernández de Kirchner, José Luis Gioja y Miguel Ángel Pichetto, solo por mencionar a tres personalidades de ese espacio público- es en buena medida producto de la falta de unidad y liderazgo del PJ. Pero, además, es el resultado de la inestimable colaboración de la expresidenta con quien ella más detesta.

Si Cristina Fernández dejase de existir, Mauricio Macri debería hacer un esfuerzo sobrehumano para resucitarla. Por suerte la expresidente no ha desaparecido de la escena. Goza de buena salud -malgrado el porrazo que se pegó días pasados en su departamento de la Capital Federal- y su incontinencia verbal permanece intacta, como cuando gobernaba el país a discreción y se permitía tomar la cadena de radiodifusión a diario, cual si fuera algo de su exclusivo patrimonio.

La viuda de Kirchner, aun cuando no lo sepa o le disguste que se lo adviertan, es hoy el respaldo principal de una administración que está en las antípodas de su pensamiento. La relación que se ha entablado al respecto es una de las más paradójicas que registre la historia argentina contemporánea. Es que, sin puntos de contacto ideológico o de otra naturaleza entre el primer magistrado y su antecesora en Balcarce 50, la Fernández, muy a pesar suyo, obra a la manera de un aliado incondicional de su principal enemigo. Es un típico caso de la incidencia que poseen, en la historia política, las consecuencias no deseadas.

Nadie en su sano juicio podría suponer que la jefa del Frente para la Victoria desearía hacerle un favor gratuito al oficialismo. Sin embargo, desde el mismo momento en que debió abandonar el poder, no otra cosa es lo que ha conseguido enarbolando un discurso, hasta tal punto irritante para la mayoría de los argentinos, que su efecto es exactamente el contrario del que ella querría.

Quien, de manera tan discrecional, manejó los asuntos públicos del país por espacio de años, parece no darse cuenta hoy del fin de un ciclo. No entiende que ya no será más una figura estelar, sino apenas un actor de reparto. Y ello en virtud menos de sus defectos que de la corrupción a la cual ha quedado asociada por obra y gracia de una asociación ilícita que su marido gestó de la nada y ella no supo conducir. Creyó que habitaría en la Casa Rosada por muchos años más y se equivocó sin remedio.

Como quiera que sea, tiene la rara habilidad de hablar en el momento menos oportuno y así facilitarle las cosas al gobierno. Si no fuese por ella y por los escándalos que, sin solución de continuidad, salen a la luz protagonizados por algunos de sus colaboradores de mayor confianza, el macrismo debería enfrentar los problemas de todos conocidos sin las ventajas que le otorga la infinita torpeza de la señora.

La última aparición de Cristina Fernández resultó de antología. En el mismo momento que le tributaba un homenaje a Hugo Chávez, “La Nación” publicaba el fenomenal negociado que Julio De Vido y el equipo puesto en su ministerio por el mismísimo Néstor Kirchner, había gestado con el régimen venezolano por, al menos, 530 millones de dólares.

En circunstancias diferentes el acto en memoria del líder caribeño hubiera pasado desapercibido. Pero si la expresidenta hubiese elegido un momento menos oportuno para subirse a un estrado y perorar acerca de las bondades del fallecido comandante, no lo hubiera conseguido.

Macri sin duda tiene una cuota grande de suerte que lo acompaña desde el inicio de su vida política, lo cual no es un dato de poca importancia. La mitad del éxito del príncipe reside en la fortuna. Lo dijo hace cinco siglos Nicolás Maquiavelo, que algo sabía de estos asuntos. De su lado, Napoleón Bonaparte creía que la suerte era un valor determinante a la hora de elegir a sus mariscales.

En este orden de cosas, si fuera por Macri, o sea, si de él solo dependiese la suerte de su antecesora, haría todo lo posible para que no fuera presa ni en los próximos seis meses ni en el curso del año venidero. Vista la cuestión con arreglo a las necesidades y a las conveniencias del gobierno, una Cristina Fernández tras las rejas podría obrar la peor consecuencia imaginable en vísperas de una elección tan importante como la de octubre de 2017: que el peronismo, aún a disgusto, tuviese que salir en defensa de su jefa de antaño.

En libertad y con las ínfulas que la caracterizan, es seguro que será un motivo de discordia entre quienes hoy se disputan la jefatura del movimiento y ayer hicieron las veces de perritos falderos. En cambio, si resultase detenida, cómo no cerrar filas en su derredor, aunque más no sea por una razón de elemental delicadeza.