Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Gardel se despidió de la vereda de calle O’Higgins

“El día que me quieras/no habrá más que armonía./Será clara la aurora/ y alegre el manantial” (Carlos Gardel).

Por Mario Minervino / mminervino@lanueva.com

   La imagen resultaría tierna sino fuera tan grotesta. Sentado en su banco, trajeado, con sus piernas cruzadas y las manos sobre su regazo, la estatua que homenajeaba a Carlos Gardel en la primera cuadra de calle O’Higgins, a pocos metros del acceso al hotel Muñiz, dejó para siempre ese lugar.

   Montado sobre la caja de un camión, el aspecto del Zorzal Criollo transmitía una sensación de tranquilidad a pesar desde que en marzo último lo decapitaron, le arrancaron la cabeza. ¿Quiénes? Los estúpidos de siempre.

   El espectáculo de ver a una de los mitos más relevantes de nuestra historia en ese estado causaba pena a indignación: una muestra de la incultura de parte de nuestra sociedad y de una penosa realidad de asumir la imposibilidad de mantenerlo a la vista de todos en ese céntrico lugar.

   La idea (y la financiación) del empresario artístico José Valle de colocar ese homenaje a pocos metros del Hotel Muñíz, donde Gardel se alojara en varias de sus presentaciones en nuestra ciudad, fue muy bien recibida y un adecuado homenaje realizado el 24 de junio de 2011, hace diez años, en ocasión de cumplirse 120 años del nacimiento del cantor.

   Desde entonces y hasta hoy la obra ha sufrido todos los vejámenes y agresiones que se puedan pensar e imaginar. Además de soportar las críticas dañinas de aquellos que no hacen nada pero se regodean señalando supuestos defectos de la obra, que el sombrero, que los zapatos, que el clavel, que la sonrisa, que su pose, tuvo que sufrir el vandalismo constante.

   Primero le cortaron una oreja y le robaron el sombrero. Luego le rompieron un brazo. Más tarde quisieron llevárselo completo, con su banco; fue trasladado a una comisaría; le quitaron el clavel del ojal; le rompieron la nariz.

   Cuando Valle decidió, con su propio peculio, reparar y reponer la obra, se repitieron las críticas a su estética y volvieron los daños, hasta llegar, finalmente, a la decapitación.

El adiós y la idea de volver

   “Adiós muchachos, ya me voy y me resigno/Contra el destino, nadie la talla,/Se terminaron para mí todas las farras/Mi cuerpo enfermo, no resiste más”. De Adiós Muchachos, Gardel.

   A pesar de semejante cantidad daños inmerecidos, la estatua será reconstruida. Valle lo dijo hace diez años cuándo la inauguró: “no me van a ganar”.

   Por eso habrá un nuevo artista que arreglará lo dañado, que buscará darle al Morocho del Abasto el aspecto que merece.

   “Sé que hubo observaciones al trabajo anterior. Espero que este sea más del gusto de todos”, señaló.

   Pero Gardel y su banco no volverán a la vereda del Muñiz.

   “Pensamos recolocarlo en el café Miravalles –avenida Cerri al 700--, donde Gardel supo degustar algún café, o en el mercado municipal”, indicó Valle. Pero no sólo eso.

   Habrá un segundo homenaje.

   Con el apoyo del municipio, de varias entidades y empresas y hasta de particulares se intentará hacer una obra con adecuada fortaleza, de bronce, el material que siempre caracterizó la idea de inmortalidad. Esa nueva figura es la que se pretende recolocar en O’Higgins.

   Es tentador e inevitable cerrar esta historia con algún tango de Gardel. Que son muchos, ricos tan populares. Por eso la elección es aleatoria. Podría haber sido cualquiera.

   “Pero el viajero que huye/Tarde o temprano detiene su andar/Y aunque el olvido, que todo destruye/Haya matado mi vieja ilusión/Guardo escondida una esperanza humilde/ Que es toda la fortuna de mi corazón”. De Volver, Gardel.