La inocencia en juego: cuando el mundo digital entra en la habitación de nuestros hijos
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Por: Mariana Savid Saravia.
Psicopedagoga, especialista en Neuroeducación y Educación en Ciudadanía Digital.
M.P. P:13-5610
Una niña de solo 8 años murió en Brasil por un reto viral. Y aunque parezca increíble, no fue una tragedia provocada solo por una pantalla, sino por algo mucho más complejo: la falta de acompañamiento y comprensión adulta en el camino digital que recorren nuestros hijos.
La infancia es curiosa por naturaleza. Esa curiosidad es la que los ayuda a crecer, a descubrir, a aprender. Pero en el mundo digital, esa misma curiosidad puede volverse un riesgo si no están acompañados. Lo que a los adultos nos puede parecer una simple red social o un video divertido, para un niño puede ser una puerta abierta a contenidos que no sabe interpretar ni enfrentar.
Hoy, el Wi-Fi llega a cada rincón del hogar, y con solo tocar una pantalla, cualquier niño o niña puede estar expuesto a imágenes, desafíos o mensajes que no están hechos para su edad. Ya no basta con que estén "en casa" o "en su cuarto". Porque el peligro no entra por la puerta: entra por la red.
Los niños no tienen todavía las herramientas para discernir lo que es un reto inofensivo de uno peligroso. Por eso, necesitan de nuestra presencia: madres, padres, docentes, adultos que NO se asusten del mundo digital, pero tampoco lo miren con ingenuidad.
No se trata de prohibir, de controlar todo, ni de instalar filtros mágicos. Se trata de educar.De estar. De enseñarles a pensar, a desconfiar cuando algo no les termina de convencer, a hablar con alguien cuando algo los inquieta. Y eso empieza con una nueva forma de alfabetización: una que no solo enseñe a usar la tecnología, sino también a comprenderla, a cuestionarla y a usarla con responsabilidad.
Esto no puede recaer solo en las familias. Las escuelas tienen un rol clave en enseñar ciudadanía digital: cómo cuidarse, cómo convivir en línea, cómo usar la tecnología para aprender, crear y compartir, no para reproducir peligros. Y las plataformas digitales también deben asumir su parte de responsabilidad: no pueden seguir diseñando contenido solo para atraer clics sin pensar en el impacto que tienen en los usuarios más pequeños.
La muerte de esta niña nos duele. Nos incomoda. Pero, sobre todo, nos obliga a actuar. A dejar de pensar que los chicos “ya saben” manejarse en internet solo porque nacieron con un celular en la mano. La verdadera transformación digital que necesitamos empieza en casa, en la escuela, en nuestras conversaciones cotidianas. Y no se trata de tecnofobia ni de castigos, sino de humanidad: de poner en el centro el cuidado, el afecto y la guía.
Que esta historia no pase de largo. Que nos impulse a sumar cultura digital a la educación cotidiana. Que nos recuerde que acompañar es también estar presentes en el mundo en el que ellos crecen: el mundo físico, pero también el digital.
Porque si algo nos deja esta tragedia es una certeza: no podemos seguir dejando la crianza en manos de un algoritmo. Necesitamos estar ahí. Con ellos. Para que crezcan en un entorno donde la tecnología sea aliada, no amenaza.