Semáforos, una buena herramienta que puede convertirse en una amenaza
En nuestra ciudad hay 880 esquinas con ese sistema, pero muchas veces no cumple con su objetivo: generar un tránsito vehicular más fluido y ordenado.
Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.
Audionota: Marina López
En Bahía Blanca los semáforos se sufren. Al menos esa es la impresión generalizada en relación al funcionamiento de estos aparatos que, en la teoría, se colocan para generar un tránsito vehicular más fluido y ordenado.
Se sufren porque se trata de 880 esquinas semaforizadas, en calles y avenidas donde el sistema no cumple con una de las reglas clave para hacer efectivo su cometido: no están sincronizados para permitir mantener una velocidad constante –que varía de acuerdo a la arteria— para generar fluidez a la circulación, condición esencial para disminuir la cantidad de siniestros.
El otro gran mal es que muchos de los cruces semaforizados no se corresponden con el tráfico real, con una excesiva duración del verde para una vía con pocos autos y un prolongado rojo para la que realmente tiene un volumen mayor. Eso deriva en taponamientos y embotellamientos, enojo de la gente y un aumento en las infracciones.
Estas dos situaciones mal resueltas convierten a un sistema de control en una amenaza.
Un artículo de los doctores Ignacio Buffone y Pedro Silberman publicado en la revista académica SEYS de septiembre último, editada por la Universidad del Gran Rosario, menciona que los semáforos “son clave para organizar el tránsito”, pero si su planificación no resulta adecuada “pueden aumentar los accidentes graves”. También indican que existe “un vacío en el conocimiento sobre cómo una mala implementación afecta la mortalidad vial”.
Para corroborar esa situación, los profesionales analizaron ocho ciudades, entre ellas Bahía Blanca, para verificar la relación entre una semaforización mal planificada y las muertes por accidentes.
Los datos
Las ciudades estudiadas fueron Mendoza, Neuquén, Rosario, CABA, Mar del Plata, Bahía Blanca, Córdoba y Santa Fe.
Por un lado se encontró que, a mayor número de semáforos por habitante mayor es la cantidad de fallecidos al año, lo que sugiere que una planificación deficiente empeora la seguridad vial. También se comprobó que en zonas con menos vehículos, el riesgo de accidentes fatales es menor.
Estos resultados dejan en claro la importancia de planificar la ubicación y sincronización de semáforos y además decidir su colocación cuando se agotan otras instancias más efectivas (cartelería, rotondas) y, de hacerse, la misma debe responder a un análisis correcto y una articulación coordinada”, indican.
El primer objetivo de un semáforo es incidir en la redistribución del flujo vehicular. Colocarlo sin esa base podría implicar más riesgos de los que viene a resolver.
Un tránsito organizado y fluido deviene en la reducción de siniestros.
Según el programa de simulación de tráfico y optimización de la sincronización de señales TRANSYT-7F, la coordinación de semáforos es una de las formas más eficientes de reducir demoras, consumo de combustible, contaminación y siniestros. Sin embargo, la decisión de instalarlos no siempre se basa en estudios técnicos exhaustivos, sino que responde a demandas políticas o comunitarias.
La falta de sincronización genera congestión y frustración entre los conductores y aumenta los comportamientos riesgosos. Otro dato preocupante es que una media del 30 % de los conductores no respeta los semáforos cuando están mal diseñados, lo que incrementa ocho veces el riesgo de un hecho grave.
Otro hallazgo relevante fue que en áreas con menor densidad vehicular, el riesgo de un accidente es menor pues los conductores disponen de más espacio para maniobrar y menos interacciones. Esto sugiere que establecer estrategias que promuevan una distribución equitativa del flujo vehicular resultan ser más efectivas que la instalación de semáforos.
Generar vías alternativas es clave para aliviar calles o avenidas con gran flujo. Hay que tener en cuenta además que una calle con mala semaforización o con lomos de burro, empieza a ser evitada por los conductores, que quizá recurren a alternativas no preparadas para un crecimiento del flujo.
Una mirada local
Una encuesta realizada por este medio a través de redes sociales arrojó resultados elocuentes. Con la participación de unas 4000 personas, el 88 % señaló que la mala sincronización de los semáforos es uno de los principales problemas urbanos.
Lo singular del caso es que pasan los años y nadie modifica situaciones que están identificadas y que entorpecen más que ayudar.
Por tomar un ejemplo, circular por la avenida Alem, entre Aguado y Perú, con dirección hacia el teatro, supone la detención en cada esquina –Aguado, Uruguay, Córdoba y Perú—ya que la “coordinación” de los semáforos en esos cruces es a la inversa de toda lógica: se ponen rojo en cada esquina. Eso genera colas y demoras en una calle que debería ofrecer más fluidez.
Los semáforos de la avenida Colón funcionan de manera contraria al flujo vehicular real. En horas picos, hay calles que cruzan la avenida (Tucumán, Almafuerte) que colapsan con verdes de 12 segundos frente a rojos de más de 50 segundos para el flujo menor de Colón.
Brasil-Aguado es otra calle privilegiada cuando son las que la cruzan las que verdaderamente tienen tráfico intenso. ¿Por qué no se ajustan esos semáforos a la realidad? No hay una respuesta.
Los especialistas aseguran que sincronizar semáforos es una tarea mecánica, de extrema simpleza y que sincronizarlos es completamente viable. Sólo se necesita entonces hacer las correspondientes mediciones, entender cuáles son los flujos vehiculares y actuar en consecuencia.
Se trata de una adecuación cuya implementación supone la pérdida de menos vidas, una justificación lapidaria.