Bahía Blanca | Miércoles, 08 de mayo

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La singular canchita del Puente Negro

Un potrero en medio de un parque, piso de tierra, con arcos, redes y un par de vías que señalan un camino.

"Forse non sarà una canzone/A cambiare le regole del gioco./Ma voglio viverla così quest’avventura/Senza frontiere, con il cuore in gola". Un'estate italiana, 1990

Ya no quedan potreros en los barrios. Esas canchitas de fútbol improvisadas en los muchos baldíos existentes, donde cada tarde y hasta entrada la noche los pibes del barrio armaban sus picados. No existen y además han cambiado las costumbres, los usos y las formas. Esas canchas de tierra donde cada poste del arco era una pila que se armaba con la ropa, sin referencia alguna a un medio campo o un área, era más que suficiente para que se arme el partido.

Alejandro Dolina, escritor y conductor de radio, ha escrito páginas maravillosas sobre esos lugares, con sus códigos y detalles. Incluso dando cuenta de singulares componentes. “En Caseros hubo una cancha entrañable que tenía un árbol en el medio y que estaba en los terrenos de una casa abandonada”, detalla en uno de sus escritos. También refiere a un potrero de Palermo que tenía, oculta entre los yuyos, “una canilla petisa que malograba a los delanteros veloces”.

Pero si de curiosidades se trata, quizá pocos campos de juego llamen tanto la atención como el de la canchita que ha sido trazada en el Parque de calle Parchappe, terrenos que fueran propiedad el ferrocarril y que languidecían en manos del Estado. Los vecinos del sector tomaron las riendas del asunto y fueron convirtiendo al lugar en un verdadero paseo, con banco, árboles, plantas, juegos y varios elementos que hacen referencia al ferrocarril.

Allí trazaron una canchita, de fútbol, chica. Arcos con redes, en otros tiempos un lujo impensado. Piso de tierra y en dos franjas del terreno, en el sentido más largo, aparecen dos grupos de vías que dan cuenta del uso histórico del lugar, perfiles que servían de desvío a las barracas y depósitos.

Cada vía marca una suerte de camino, ideal para los llamados “carrileros”, jugadores que tienen un constante “ida y vuelta” ocupando una franja de terreno. Que defienden cuando ataca el rival y que, entusiastas, se suman al ataque de su equipo avanza.

Claro que para los de juego vistoso esos rieles que sobresalen del piso pueden convertirse en un riesgo, un marcador más a eludir. También es una traba que si hace caer el jugador lanzado en carrera contra ese material contundente puede significar un golpe fatal, el final de una carrera.

Nadie sabe porqué se eligió ese lugar para ubicar la canchita. Quizá porque su cercanía al histórico puente negro permite que se puedan seguir las circunstancias del juego desde lo alto, como en un palco de lujo. O porque esa presencia férrea en el suelo les exigirá a los jugadores que aprendan a sacar provecho de las mismas o que, en su torpeza, se convierta en un obstáculo difícil de vencer.

Por ahora es más el tiempo que está desocupada que con chicos y chicas jugando. Está esperando que se cansen o aburran de la Play y los tik tok y los videos y sientan el impulso de acercarse. Son además tiempos complejos, donde la caída del sol puede ser una señal de preocupación para los padres. Mientras tanto, ahí está la canchita. No tiene un árbol en el medio ni una canilla escondida. Solo un par de vías que buscan ser parte de las curiosas glosas barriales.