Bahía Blanca | Jueves, 26 de junio

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Hacia la Reconquista de Buenos Aires: el triunfo sobre los británicos de 1806

En la entrega anterior destacamos la increíble disposición que mostraron las corporaciones coloniales para recibir a los invasores ingleses. Hoy narraremos los hechos que permitieron la reconquista de Buenos Aires. 

La reconquista

El 1 de agosto se produce la primera escaramuza. Pueyrredón había reunido unos 800 voluntarios en la cañada de Morón. A ellos se sumaron un núcleo de Blandengues de la frontera dirigidos por el comandante Antonio Olavarría. Un importante grupo criollo al mando es desbaratado en la chacra de Perdriel por una columna de la infantería inglesa. La disciplina y preparación militar se impusieron con cierta facilidad al arrojo y el entusiasmo. 

El pequeño combate, sin embargo, hizo constatar a los ingleses una realidad: estaban asentados en un pequeñísimo casco ciudadano de un inmenso territorio que desconocían. Sin caballería no podrían combatir y aumentaban las dificultades para hacerse de cabalgaduras y alimentos. La inmensa mayoría de ellos, además, desconocía por completo el idioma. Los conspiradores podían hablar naturalmente en sus propias caras. Ante esta realidad, la posibilidad de sufrir bajas voluntarias, mueve a Beresford a emitir un bando donde impone la pena de muerte a los desertores.

En la noche del 3 al 4 de agosto, el contingente de Liniers logra cruzar el río en el intrincado Delta del Paraná, burlando a la vigilancia británica. El 4 a la mañana desembarcan en Las Conchas donde se reunieron con las fuerzas de Pueyrredón. Una sucesión de días con lluvias torrenciales los demoran en la zona hasta el día 9 que retoman su marcha. Esa tarde, extenuados por una marcha agotadora sobre terrenos barrosos, llegaron a la Chacarita de los Colegiales y a la mañana siguiente avanzaron hacia los Mataderos o Corrales de Miserere (la actual Plaza Once de Septiembre) desde donde Liniers envía un emisario a Beresford intimándolo a la rendición “en el término de quince minutos”.

El jefe inglés respondió que “se defendería hasta el caso que le indicase la prudencia”. Liniers envió un grupo hacia El Retiro, donde había doscientos soldados ingleses, y los derrotó fácilmente. El entusiasmo de la población, que sale a empujar los cañones, pasa a ser la indudable carta de triunfo. Se hacía realidad lo que comentaría años después un teniente coronel inglés: “Todos eran enemigos, todos armados, desde el hijo de la vieja España hasta el negro esclavo”. 

La proclama de Liniers

El 11 solo hubo choques menores entre patrullas. Liniers esperó que llegaran unos cañones, refuerzos de voluntarios y caballos frescos. Agregados otros 300 voluntarios de infantería y 115 de caballería, el ejército de Liniers suma cerca de dos mil hombres. Beresford no quería luchar en la ciudad pero la persistente lluvia de la semana previa y los rápidos movimientos de los locales lo dejan sin elección. Liniers lanza una proclama: 

“Don Santiago Liniers y Bremond, Caballero de la Orden de San Juan, Capitán de Navío de la Real Armada y Comandante General de las fuerzas de mar y tierra destinadas para la reconquista de Buenos Aires. Previene a todos los cuerpos que componen el del ejército que tiene el honor de mandar para la gloriosa hazaña de la reconquista de Buenos Aires, que esta tarde, permitiéndolo el viento, se embarcarán para pasar a la Costa del Sur; que no duda un solo momento del ardor, patriotismo e intrepidez de los valerosos Oficiales, Cadetes, Sargentos, Cabos, Soldados y Voluntarios que lo componen; pero que si, contra su esperanza, algunos olvidados de sus principios, volvían la cara al enemigo, estén en la inteligencia que habrá un cañón a retaguardia cargado de metralla, con orden de hacer fuego sobre los cobardes fugitivos.

El valor sin disciplina no conduce más que a una inmediata ruina, las fuerzas concentradas y subordinadas a la voz de los que las dirigen, es el más seguro medio de conseguir la victoria; por tanto prevengo y mando, bajo las penas más ejecutivas de la Ordenanza para estos casos.

Si llegamos a vencer, como lo espero, a los enemigos de nuestra Patria, acordaos Soldados que los vínculos de la Nación Española son de reñir con intrepidez, como triunfar con humanidad: el enemigo vencido es nuestro hermano, y la Religión y la generosidad de todo buen español le hace como tan natural estos principios, que tendría rubor de encarecerlos.

Si el buen orden, la disciplina y el buen trato deben observarse para antes y después de la victoria, rescatado Buenos Aires debemos conducirnos con el mayor recato; y que no se diga que los amigos han causado más disturbio en la tranquilidad pública, que los enemigos, pues si se debe castigar algunos traidores a la Patria, vivan seguros, que lo estarán ejecutivamente por las autoridades constituidas para entender de semejantes delitos. Por tanto, espero de todos mis amados Compañeros de armas que me darán la gloria de poder exaltar a los pies del Trono de nuestro amado soberano tanto los rasgos de su valor, como su moderación y acrisolada conducta”.

Triunfo criollo, capitulación británica

El 12 por la mañana comienzan los enfrentamientos. El combate –mejor dicho, los combates– no se prolonga mucho tiempo pero es encarnizado por ambas partes. Las tropas de Liniers avanzan hacia la Plaza Mayor en cuatro columnas que por la calle Victoria (Florida), dos siguen derecho, y otras dos doblan en Santa Lucía (Sarmiento) y desembocan en la plaza (Calle de las Torres, Rivadavia) por la calle de la Catedral (San Martín) y la calle de la Merced (Reconquista). Las luchas en las calles no permiten avances importantes y ocasionan muchas bajas. Sin una orden precisa los atacantes suben a las azoteas de las casas y disparan sin miramientos, fusilando a los artilleros ingleses. Este acto intuitivo de decenas de luchadores locales anónimos da un brusco giro en la situación. Beresford repliega sus fuerzas en el Fuerte y, poco después, ordena izar la bandera de parlamento.

La multitud enardecida se abalanza sobre las murallas y comienza a treparlas exigiendo que se restituya la bandera española. Al borde de que los manifestantes hagan una masacre, el jefe británico acepta la exigencia y se rinde. Cerca de mil doscientos soldados ingleses salen del fuerte, recorren pesadamente los doscientos metros que los separan del Cabildo y entregan sus armas. El pueblo de Buenos Aires, reunido por miles, es testigo de un hecho casi inédito.

La reconquista de la ciudad costó 50 muertos y 136 heridos a los vencedores, incluyendo en la cifra diez y treinta respectivamente “del vulgo que se agregó en el ataque a tirar la artillería y acarrear municiones” según el legajo que firmó Liniers el 16 de agosto. Los ingleses sufrieron 165 bajas y poco más de 250 heridos.

La tumultuosa definición de la jornada no permitió que se realizara una capitulación formal. Fue, más bien, una entrega a discreción. Días después Liniers, elegido por el pueblo comandante de armas, aceptó el pedido de Beresford de firmar un tratado de capitulación. El primer arreglo, que estipulaba que los prisioneros ingleses serían embarcados “con armas y bagajes” para ser intercambiados por prisioneros españoles en Europa, fue rechazado con furia por el pueblo que se consideró estafado. La respuesta popular amenazó con desconocer la autoridad de su nuevo caudillo y producir nuevos hechos de sangre, pasando a degüello a los prisioneros. El acuerdo se anuló y los prisioneros fueron distribuidos en fortines y cárceles de la campaña de Buenos Aires. Beresford, el coronel Pack y otros siete oficiales fueron conducidos a Luján, los demás, repartidos en pequeños grupos a Capilla del Señor, San Antonio de Areco, San Nicolás y estancias de la campaña. Los soldados fueron enviados al interior: 400 a Mendoza y San Juan, 50 a San Luis, 450 a Córdoba, 50 a La Carlota, 200 a San Miguel de Tucumán y 50 a Santiago del Estero. Casi todos ellos fueron alojados en casas de familia y gozaron de una relativa libertad. Recibían un sueldo mensual y una cuota diaria para alimentación. Cuando se acordó su liberación, en julio de 1807 –tras el fracaso de la segunda invasión– muchos solicitaron que se les autorizara una radicación definitiva. Los apellidos ingleses, y algunas de sus costumbres, se popularizaron en distintas geografías de lo que por entonces era la Argentina.

“Asamblea popular” del 14 de agosto: Liniers, nuevo caudillo

El historiador Fernando Sabsay, en un libro de referencia, titula “La rebelión popular en Buenos Aires” su análisis de los días siguientes a la Reconquista y dice: “La participación del pueblo en las jornadas de la Reconquista de la ciudad ante la primera invasión inglesa fue, sin duda, el factor decisivo de la victoria. Y ese mismo pueblo entendía que Sobremonte con su retirada a Córdoba, había posibilitado el mes y medio de dominación británica. Al mismo tiempo, Santiago de Liniers había impedido el triunfo inglés.

Cuando el 14 de agosto, se supo que Sobremonte regresaría para reasumir sus funciones, los porteños se consideraron hasta agraviados. Una reunión de notables en el Cabildo discutió la situación, pues los oidores y el obispo Benito Lué entendían que la autoridad de Sobre Monte había sido conferida por el rey y que solo él podía reemplazarlo. Y entre las muchas voces que impugnaron esa posición, sobresalió la de Joaquín Campana –Agente Fiscal de la Real Hacienda–, quien, con toda claridad, planteó por primera vez el problema de la soberanía popular, sosteniendo que, para asegurar su defensa, solo el pueblo tenía autoridad para designar su gobernante. Y la reunión terminó con la designación de Santiago de Liniers y Bremond como jefe militar de la ciudad”.

En consecuencia, en Buenos Aires hubo una verdadera revolución después de las invasiones inglesas, ya que se rompieron las estructuras tradicionales y el pueblo en armas impuso quién debía gobernarlo a su nombre y en su representación. Además, la revolución porteña afectó al Virreinato todo (…) y como Montevideo fue liberado por Buenos Aires, esta última ciudad adquirió una importancia inusitada respecto de los demás centros urbanos del Virreinato. El caudillo porteño pasó a ser, espontáneamente, caudillo rioplatense, y el pueblo porteño, actor y protagonista de la revolución ocurrida, también pasó a ser –o creyó sinceramente ser– el pueblo rioplatense. De allí en adelante, Buenos Aires asumió gratamente la representación del Virreinato del Río de la Plata.”

En efecto, aquel 14 de agosto la sesión del Cabildo Abierto –lo llamaron como “Asamblea Popular”– decidió restringir el poder de Sobre Monte. Participaron 96 vecinos de los cuales solo 20 eran criollos y de la invitación fueron cuidadosamente excluidos Rodríguez Peña, Castelli y Vieytes, los hombres más notorios del que algunos han dado en llamar el “Partido de la Independencia”, aunque en la plaza acompañó las sesiones una multitud estimada en cuatro mil personas. Se resolvió exigir al virrey que designe a Liniers jefe militar de Buenos Aires y enviar a Pueyrredón como representante ante la corte de Madrid. Sobre Monte, alertado de la animosidad que despertaba, evitó volver a Buenos Aires y se trasladó a Montevideo. Desde San Nicolás de los Arroyos firmó la designación de Santiago de Liniers aceptando la resolución de la asamblea.

El camino hacia el triunfo de un gobierno criollo, cuatro años después, comenzaba a despejarse... la Revolución de Mayo y la Primera Junta asomaban así en un horizonte aún brumoso y que deparará todavía varias tormentas.