A 60 años: cómo impactó en Bahía Blanca el asesinato de Kennedy
El viernes 22 de noviembre de 1963 no fue un día más para la historia local: el homicidio del 35º presidente de los Estados Unidos repercutió hondamente en toda la ciudad.
Periodista egresado de Taller Escuela Agencia (TEA) de Buenos Aires. Especializado en política nacional, historia, cultura y sociedad. Trabajó, entre otros medios, como redactor en First, Alfa Stile y EducaRed de Fundación Telefónica. Ganador la beca UCA-Clarín de la Fundación Roberto Noble. Fue secretario de redacción de Revista Competencia y jefe de redacción de la Revista Watt, ambas en la Ciudad de Buenos Aires. Se desempeñó como columnista político en Radio LU2. Actualmente es jefe de la sección "El País" de La Nueva. y editor en LaNueva.com.
El aullido de la sirena ubicada en la terraza de La Nueva Provincia hizo añicos el silencio de la siesta.
Eran cerca de las 14.40 de ese viernes 22 de noviembre de 1963 y todos los bahienses que alguna vez habían escuchando aquel sonido estremecedor -que se extendía como un desesperado grito metálico en un radio de 5 kilómetros- sabían perfectamente lo que significaba: el diario tenía una “noticia de carácter extraordinario” para anunciar.
Hasta esa tarde la antigua sirena Siemens y Schuckert de 380 voltios instalada en julio de 1929 sólo se había encendido contadas veces, como en episodios determinantes de la política nacional, hazañas deportivas de relevancia o durante las instancias más dramáticas de la Segunda Guerra Mundial.
Pero hacía casi dos décadas que no se utilizaba, por lo que resultaba evidente que un acontecimiento significativo había sucedido en alguna parte.
Alarmados, muchos de los transeúntes que caminaban por las calles del centro realizando trámites o compras se acercaron rápidamente al edificio de Sarmiento 54 para leer las pizarras que el diario exhibía en sus ventanales con las últimas informaciones de la ciudad, el país y el mundo.
El cable de la agencia de noticias con el que se toparon era tan breve como inquietante: “Dallas, Nov. 22 (UPI) Tres disparos se hicieron hoy sobre Kennedy, que está gravemente herido”, anunciaba el texto.
Norman Fernández, quien había ingresado en julio de ese año como redactor del diario, recuerda con precisión cómo llegó la noticia a Bahía.
“En esos tiempos solíamos entrar a redacción cerca de las 14.30. Parecía que iba ser una tarde más de trabajo hasta que, de pronto, escuchamos la campanilla de la teletipo, que únicamente sonaba cuando se trataba de un boletín importante”, cuenta.
“Julio Pérez fue el encargado de ir a ver cuál era la información que había llegado a través de United Press, y todavía puedo verlo cuando salió corriendo con el papel del cable en la mano, gritando que habían baleado a John Fitzgerald Kennedy”, detalla Fernández.
El desconcierto inicial de los periodistas fue convirtiéndose en preocupación con el arribo de los nuevos cables: mientras los primeros explicaban que el presidente estadounidense había recibido al menos tres disparos mientras viajaba en un coche presidencial descapotable por la Plaza Dealey, los siguientes precisaban que había sido llevado a una de las salas de emergencias del Hospital Parkland, el centro médico más cercano al lugar del atentado.
Fernández agrega que “en esos primeros momentos aún no se sabía si había muerto o no. Pero ya el sólo hecho de que lo hubieran baleado era una verdadera conmoción para todos los que estábamos ahí”.
Las sucesivas novedades de la teletipo eran difundidas, a su vez, a través de las pizarras, para un grupo cada vez más numeroso de vecinos preocupados por los ecos que llegaban desde Dallas.
Las peores sospechas se confirmaron poco antes de las 16: “Dos sacerdotes que estaban con el presidente Kennedy dijeron que éste había muerto a causa de las heridas de bala”, certificaba un despacho de Associated Press que, casi al mismo tiempo, era leído al aire por el servicio informativo de LU2.
Todos los que vivieron aquel instante en que la noticia fue difundida sostienen que marcó una huella indeleble en sus memorias. Se acuerdan con nitidez dónde se encontraban o qué estaban haciendo al enterarse del crimen. Sin dudas fue un capítulo tan extraordinario como oscuro en la vida de muchos, con regusto a preocupación e incertidumbre por lo que podría suceder.
"No sólo se trataba del asesinato de un presidente norteamericano. Se trataba de Kennedy, un hombre que, a pesar de la tremenda responsabilidad que tenía en un contexto muy difícil de la Guerra Fría, había demostrado ser inteligente, audaz, amable y con un gran carisma para buena parte del mundo. Para los argentinos de entonces era una figura valorada y creo que por eso su muerte fue tan impactante", analiza Norman Fernández.
Del otro lado de la Plaza Rivadavia, el entonces intendente Federico Baeza se mostraba tan consternado como todos. “No sabemos cuál ha de ser el destino de la política del gran país del norte, sólo que América y la humanidad han perdido un extraordinario valor”, señaló, minutos después de confirmarse el asesinato.
Dos horas más tarde, cuando el mundo empezaba a conocer el nombre de Lee Harvey Oswald como posible responsable de los tiros, el gobierno del presidente Arturo Illia decretó un duelo nacional de tres días, una decisión que a la que se sumó el gobernador bonaerense Anselmo Marini por considerar que el homicidio de Kennedy se trataba de "un atentado contra la civilización" y "una manifestación de barbarie".
Desde la sede platense, además, se dispuso de inmediato un operativo de seguridad en previsión de posibles disturbios. El dispositivo incluyó el acuartelamiento de la Policía Bonaerense y el apuntalamiento de las guardias en todos los edificios públicos de la provincia. En Bahía, la orden de la Unidad Regional fue reforzar las patrullas callejeras.
Casi a la misma hora, el consejo y la asamblea universitaria de la UNS resolvieron suspender todas las actividades académicas.
“Como todo hombre que predica una política de puertas abiertas y generosas, él corría riesgos muy grandes. Su muerte enluta a la humanidad toda”, lamentó el rector Aziz Ur-Rahman en nombre de la casa de altos estudios.
Esa noche, a pesar de que los cines, bares y restaurantes abrieron sus puertas como en el inicio de cualquier otro fin de semana, la ciudad se mantuvo casi paralizada, como lo recuerda Liliana Galante: "La conmoción duró por lo menos un par de días. No se hablaba de otro tema en las casas y en las calles", evoca.
"Recuerdo que estaba en mi casa de entonces, en Montevideo y Saavedra, con mis padres y mi hermana, con la misma sensación de apesadumbramiento que tenían nuestros vecinos. Era algo muy fuerte lo que había pasado", detalla.
Al día siguiente, el sábado 23 de noviembre, Baeza emitió una resolución en la que anunciaba su repudio al magnicidio “en nombre de la Municipalidad y el culto pueblo de Bahía Blanca”, además de “adherir al duelo decretado por las autoridades provinciales y nacionales”, “disponer que la bandera nacional sea izada a media asta en el palacio municipal y en las delegaciones, por el término de ocho días” y “suspender las actividades de la administración municipal el día de las exequias del ilustre muerto”.
Los comunicados locales para expresar su rechazo al asesinato se acumulaban, uno tras otro: el Concejo Deliberante, la Unión Vecinal, el Partido Socialista, la UCR Intransigente, el Colegio de Abogados, la Asociación de Ganaderos, el Colegio Don Bosco, la Cámara de la Construcción, la Cámara Junior y la Mesa Regional eran apenas algunos de los firmantes.
Desde la Biblioteca Rivadavia se informó a su vez que el lunes 25 no abriría sus puertas en señal de luto, mientras que la Iglesia Catedral invitó “al vecindario” a una misa de sufragio “en memoria del ilustre estadista” para ese mismo lunes, a partir de las 11.
A pesar de una larga tradición de controversias entre los gobiernos de la Argentina y los Estados Unidos, quedaba en claro que el crimen había impactado hondamente en la sociedad bahiense, mucho más de lo que hacían presuponer los 8.700 kilómetros de distancia.
Las repercusiones, que se prolongaron durante varios días más por el asesinato de Oswald y las exequias de Kennedy, también afectaron inesperadamente la agenda oficial de la comuna.
El presidente Illia -quien había asumido el mes anterior- tenía previsto arribar por primera vez a la ciudad en la mañana del domingo 24 para asistir al acto de despedida de la Escuela de Aviación en la Base Espora y más tarde dirigirse a Punta Alta para recorrer el apostadero de la flota de mar en Puerto Belgrano, pero la visita fue postergada por la Casa Rosada.