Escenario político: los inquietantes caminos del Frente de Todos
La incertidumbre que baja desde la conducción nacional mantiene en vilo al peronismo de Bahía Blanca. El sostenimiento de la unidad o una eventual ruptura repercutirán en toda la región.
Maximiliano Allica / [email protected]
Algunos con más ansias, otros con más calma, los peronistas bahienses siguen a la espera de nuevas señales de la superestructura del Frente de Todos respecto del acuerdo con el FMI. Máximo Kirchner renunció a la presidencia del bloque de diputados y, aunque se cuidó de no romper el frente, abrió un laberinto de posibilidades sobre el futuro de la coalición de gobierno. Si bien a esta hora los equilibrios se mantienen, no es imposible el horizonte de fractura. El sostenimiento de la unión o la eventual división, naturalmente, tendrán su correlato en Bahía Blanca.
Apenas conocido el principio de entendimiento con el Fondo Monetario, uno de los primeros en celebrarlo en nuestra ciudad fue Federico Susbielles. "El acuerdo anunciado por el presidente nos permitirá actuar ejerciendo nuestra soberanía y llevando adelante las políticas de crecimiento, desarrollo y justicia social necesarias", escribió en sus redes el 28 de enero. No obstante, tras el pronunciamiento de Máximo, uno de los principales referentes del kirchnerismo local optó por el silencio.
Tanto en su entorno como en el de otros dirigentes de peso, por ejemplo Marcelo Feliú, entienden que no tiene sentido realizar manifestaciones públicas sin contar con información de primera mano y que la experiencia indica que lo mejor es esperar un poco para decodificar el nuevo escenario. No es lo mismo que Cristina, el camporismo y sus afines rechacen en el Congreso el proyecto de la Casa Rosada, a que lo acompañen o, como mínimo, no traben su aprobación.
En cualquier caso, las salidas no son muchas. O el Frente sigue unido y todos respaldan al presidente (aun con matices) o el sector más duro se aparta provocando un cisma de consecuencias imprevisibles.
Pese a que no lo van a decir de inmediato, cualquier olfato entrenado se da cuenta de que hombres como Susbielles o Feliú, entre otros, interpretan que es preferible un acuerdo antes que el default. Es que el gobierno de los Fernández tiene dos caminos, uno difícil y otro catastrófico: el primero, un acuerdo que imponga un ajuste y detenga el rebote económico luego del momento más duro de la pandemia; el segundo, negarse a pagar al Fondo la deuda inédita contraída por el macrismo y convertirse en un país balsero.
En nuestra ciudad, las posturas más obvias son aquellas que responden a alineamientos ultradirectos. El líder de La Cámpora regional Gabriel Godoy y las legisladoras bonaerenses Ayelén Durán y Maite Alvado se encolumnarán con Máximo en el reclamo por una negociación diferente a la concebida por Martín Guzmán, mientras que el massismo hoy representado por Fabián Lliteras no escatimará respaldos a un entendimiento con el FMI que tiene al titular de la Cámara de Diputados como uno de sus puntales.
Otro referente zonal, el cada día más influyente diputado provincial Alejandro Dichiara, embanderado con la liga de intendentes, bancó la decisión de Máximo pero usó las palabras como un bisturí:
"Lo de Máximo me parece una decisión responsable, porque el presidente de un bloque tiene como trabajo consensuar entre todos los diputados de su bancada la posibilidad de votar leyes y casi todas llegan desde el Poder Ejecutivo. Entonces Máximo, que hace rato se viene mostrando duro con el Fondo pidiendo quita de intereses, de capital y más plazos para pagar, dijo que si él no está de acuerdo con el entendimiento no puede convencer al resto, entonces da un paso al costado. Esto da lugar a una discusión interna y, más adelante, seguramente acompañará lo que el bloque decida".
Que se doble, pero no se rompa.
En el medio y a los costados, flota un variado arco de dirigentes y militantes que por estas horas busca pasar inadvertido. Creen que no es momento de que hablen los políticos sino los analistas.
Sergio Berni y Federico Montero.
Este nuevo ruido interno, que se suma a la derrota electoral, agita aún más el hormigueo en las bases. Encima, el afianzamiento de Sergio Berni como la mano dura del peronismo, con licencia para pegarle hasta a los propios, hace que unos cuantos dirigentes regionales le presten cada vez más atención.
En Bahía, un sector del justicialismo ya se está moviendo para apuntalar sus aspiraciones presidenciales. Puede sonar a pretensión exagerada, pero nunca se sabe para dónde soplarán los vientos políticos y además Berni entiende que quien tiene ambiciones debe apuntar a lo más alto, porque para achicar siempre hay tiempo.
Su delegado ministerial en la zona, Federico Montero (muy afín a Lliteras, aunque también de vínculos aceitados con Susbielles), es su principal vocero. Un detalle interesante son los posteos de Montero en redes, donde respalda a su jefe político y agrega los hashtags #LaTropaDeBerni y #Peronismo2023.
El ministro de Seguridad provincial es un caso de estudio. ¿Por qué puede criticar a sus pares de la Nación, compañeros de espacio político, sin consecuencias? Sobre todo considerando que no es lo mismo enfrentar a Sabina Frederic que a un cuero curtido como Aníbal Fernández. ¿Quién lo sostiene? ¿Cristina? ¿Por qué?
Un primer elemento a observar es que Berni, guste o no, aparece en el barro toda vez que los problemas de seguridad se salen de madre. El caso de la cocaína envenenada o la cuasi pueblada en Ramos Mejía a fines de 2021 por el asesinato de un comerciante son algunos ejemplos. El ministro de la cartera más caliente de la Provincia tiene una cualidad muy difícil de conseguir: absorbe toda la presión en un tema sísmico como la inseguridad, funcionando como escudo para el gobernador Axel Kicillof, a quien se lo critica por muchas cosas pero suele salir bastante indemne de la catarata de insultos que generan las olas delictivas.
Si lo echan a Berni, ¿quién tiene la espalda para cumplir el rol de cortinar a Kicillof, pieza clave del armado cristinista? Ningún nombre surge espontáneo. Y respecto de la pelea con Aníbal, vale decir que lograron desviar por un momento la atención de la crisis Alberto-Máximo, la cual en términos partidarios genera amenazas mucho más profundas.
En los laboratorios de poder, los más pragmáticos interpretan que Berni, para el Frente de Todos, es una necesidad. Su perfil compite con los discursos populistas de derecha que encuentran auditorios cada día más amplios no solo en el país sino en el mundo. No hay que descartar que en la Argentina de 2023 ese sea el perfil más requerido por las masas votantes. Si las preferencias empiezan a inclinarse por los halcones del Pro como Patricia Bullrich en desmedro de las palomas como Horacio Rodríguez Larreta, si las figuras de Javier Milei y José Luis Espert siguen creciendo, el justicialismo deberá tener una opción de estas características en su menú. En ese caso, muchos de los que hoy se muestran cómodos con las ideas progres dentro del Frente de Todos, no tardarán en girar en redondo para subirse a las nuevas corrientes. En definitiva, también de eso se trata el peronismo.
Hace rato lo viene advirtiendo una aguda observadora como Mayra Arena. Los sectores progresistas que hoy predominan en los gobiernos de Nación y Provincia están encontrando dificultades para mostrarse como portadores de soluciones para las familias empobrecidas. Peor aún, les hablan en un idioma que no entienden. Entonces comienza a crecer el mensaje opuesto como promesa de salida del pozo.
Por citar un ejemplo en la otra vereda: cierto sector de Juntos por el Cambio (no Alsina 65, sino una vertiente por fuera del núcleo) tiene intenciones de medir en Bahía al comisario retirado Gustavo Berdini, una de las caras de la lucha contra el narcotráfico del gobierno vidalista. Por ahora es apenas una versión, pero no parece una casualidad.
Pregunta final, ya que el tema está en boga: ¿Cuál es la mejor manera de combatir al narcotráfico? ¿Endurecer las leyes o despenalizar?
Es uno de los grandes debates a nivel mundial. Si bien no hay estadísticas irreprochables sobre hábitos de consumo en nuestro país, resulta evidente que el uso de sustancias ilegales aumentó de manera notoria en los últimos años.
Se mire por donde se mire, la manera más efectiva de ganarle al narco es pegando donde más le duele, es decir, en el negocio. Quienes defienden la despenalización y las regulaciones estatales afirman (y quien suscribe está de acuerdo en términos generales), que es ingenuo suponer que en una sociedad no va a haber adicciones y que es preferible que la distribución de sustancias la regule quien menos daño es capaz de hacer.
La enorme renta que genera la droga ilegal no se explica por la dificultad de la producción sino por la logística que implica eludir la ley. Un caso fácil de entender es la marihuana. Si un frasco vale 5.000, 8.000 o 15.000 pesos es porque el vendedor le añade al costo el riesgo de cultivarla. Si estuviera permitido el cultivo personal para consumo, el precio bajaría drásticamente porque cualquiera podría hacerlo en el patio de su casa. En cambio, si se la prohíbe, siempre habrá alguien dispuesto a correr el riesgo y quedarse con una ganancia que, a medida que se agranda el negocio, hay que defender con más logística ilegal.
La historia enseña con ejemplos. A principios del siglo XX en Estados Unidos rigió la ley seca, o sea, la prohibición de venta y consumo de alcohol. Sin embargo, la gente que quería beber no dejó de hacerlo sino que surgió un mercado negro tan fenomenal que distintas mafias se lo disputaron a tiros y bombazos. La posterior legalización no mejoró los índices de adicciones, pero rompió el negocio mafioso. Hoy el alcohol sigue siendo la sustancia psicoactiva más consumida, muy por encima de las drogas ilegales, aunque a nadie se le ocurre prohibirlo.
El problema es mega complejo por dos razones centrales. Primero porque no todas las drogas legales e ilegales son iguales, segundo porque tampoco lo son los consumidores.
Dicho muy simplificadamente, la marihuana suele generar efectos alucinógenos leves que contribuyen a la recreación o incluso a la creatividad artística, mientras que la cocaína provoca mayor euforia y desinhibición. A su vez, la merma de los efectos, el llamado "bajón", es más leve con el cannabis y se puede traducir en algo de cansancio o somnolencia, mientras que resulta más brusco con la cocaína, pudiendo provocar depresiones que a veces son más breves y otras, duraderas, llegando en casos extremos a delirios persecutorios.
De todos modos, esas son solo dos sustancias, las más conocidas. Cada vez hay más, desde las que tienen un alto grado de elaboración sintética a residuos criminales como el paco.
Lo que hay que entender es que la gente que se inicia en el consumo de las sustancias más habituales, lo hace porque le genera momentos de placer, físico y mental. Así funciona la atracción. De ahí en adelante, hay quienes tienen la fortaleza mental para manejar los momentos en los cuales consume sin alterar sus proyectos de vida, mientras que otros sucumben a la adicción.
Cuanto mayores son los recursos para consumir sustancias de mejor calidad y, sobre todo, cuanto mayores son los recursos económicos, culturales y afectivos para trazarse objetivos profesionales o familiares de relevancia, hay más posibilidades de no caer en una adicción peligrosa e, inclusive, de abandonar el hábito cuando la persona se lo proponga. A la inversa, a menores recursos de toda índole, más chances de caer en una adicción problemática.
Una eventual despenalización no es la solución perfecta, porque los caminos ideales no existen. Pero, teniendo en cuenta que eliminar la droga no es posible, tal vez haya que apuntar como objetivo realista a quitarle el monopolio de la producción y distribución a los delincuentes. Todo esto, acompañado de un fuerte mensaje que explique los efectos que implica consumir cualquier sustancia.
Es un debate larguísimo. Hay que darlo ya mismo.