Bahía Blanca | Lunes, 29 de abril

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Historias de corsarios argentinos: Bouchard en California

El 20 de noviembre de 1818 un vigía alistado en Punta de Pinos, uno de los extremos de la bahía de Monterrey, avistó a dos embarcaciones argentinas que se aproximaban, “armadas en corso”. Notifica de inmediato al gobernador que dispone enfrentarlos. Los realistas alistan sus cañones costeros y todos sus hombres, y fortifica la guarnición; ordena, además, el urgente traslado de niños, mujeres y ancianos a la vecina misión de Soledad. (Primera de tres entregas)

Ricardo de Titto / Especial para "La Nueva."

   El almirante Hipólito Bouchard reúne a sus oficiales y explica el plan de ataque. Uno de ellos, de apellido Corney, ya había estado en dos oportunidades en Monterrey, por lo que conocía la profundidad de la bahía y sus vericuetos. Las naves corsarias eran dos, La Argentina y la corbeta Santa Rosa, más pequeña y ágil, que se colocan en posición de combate frente a Monterrey–unos quinientos kilómetros al sur de Los Ángeles−, por entonces, capital del Estado de California y parte integrante todavía del Virreinato de Nuevo México.

   Y se labra entonces un episodio de leyenda: comandados por el francés, doscientos hombres armados de fusiles y lanzas desembarcan en una caleta oculta por las alturas, a una legua del fuerte de Monterrey. La corbeta Santa Rosa, al mando del oficial Sheppard, ancló a las doce de la noche en las cercanías del fuerte. Debido al cansancio que sufrían los hombres Sheppard decidió demorar el ataque pero con la primera luz del día descubrió que había anclado demasiado cerca de la costa, y que a pocos metros se encontraba la artillería española lista para atacarlos. El capitán decidió abrir fuego, pero tras quince minutos de combate la corbeta debió rendirse.

   Desde la fragata, Bouchard pudo seguir el episodio y, a la vez, constatar que los españoles no intentaban apoderarse de la Santa Rosa ya que carecían de embarcaciones.

   El corsario ordenó levar anclas y moverse en dirección al puerto. Sin embargo, debido al calado de la fragata, no podía acercarse lo suficiente como para abrir fuego de modo que priorizó recuperar a los navegantes anclados y en la madrugada del 24 de noviembre, ordenó avanzar con los botes: eran en total 200 hombres, 130 de ellos armados con fusiles y 70 solo con lanzas. Desembarcan a una legua del fuerte, en una caleta oculta por las alturas y avanzan hacia el fuerte defendido por realistas españoles.

   La resistencia fue débil y tras una hora de combate los enemigos fueron reducidos. Los hombres de Bouchard tomaron la posición y enarbolaron allí la bandera argentina. Los “argentinos” tomaron la ciudad durante seis días, en los que se apropiaron del ganado, quemaron el fuerte, el cuartel de los artilleros, la residencia del gobernador y las casas de los españoles junto a sus huertas y jardines.

   La respuesta hispánica fue sistemática: persiguieron a los corsarios americanos en diversos rumbos pero estos, a su vez, desplegaron una serie de acciones para castigar la represión a los patriotas.

   Tras una serie de negociaciones e intercambio de prisioneros Bouchard y sus hombres fueron, entonces, declarados piratas a punto tal que los californianos solían llamar al “Pirata Buchar”. El 16 de diciembre levaron anclas y se dirigieron hacia la Misión San Juan Capistrano, una parroquia católica fundada en 1776 y ubicada en la Alta California, donde exigió víveres a un oficial realista, pero –según sus propias palabras– recibió como respuesta "que tenía bastante pólvora y balas para darme". Bouchard replicó enviando cien hombres a tomar el pueblo.

   Tras una breve lucha, los corsarios se llevaron algunos objetos de valor e incendiaron las casas de los españoles. El 20 de diciembre zarpó hacia la bahía Vizcaíno, donde reparó los buques y dio descanso a sus hombres. 

Lucha en todos los frentes

   Guerra en todos los frentes. Guerra en cualquier rincón del mundo. Licencia para confiscar bienes. Permiso para clavar la bandera albiazul en cualquier territorio ocupado por los enemigos, fuera California o las Filipinas. ¿Nos referimos acaso a una de las Guerras Mundiales? No, aunque casi lo fue: hablamos de la Guerra de la Independencia llevada a todos los mares del mundo, a la que desplegaron los corsarios de las Provincias Unidas en el Atlántico, el Pacífico y el Índico.

   La lucha por la independencia, esa que animó a los diputados de Concepción del Uruguay y Tucumán en 1815 y 1816, se desplegó en todos los campos, en la Cordillera y sus valles con San Martín, en los bosques y las serranías saltojujeñas con los gauchos de Güemes, en el Altiplano de las heroicas Republiquetas, en los esteros, bañados y llanuras de la Mesopotamia y en las cuchillas orientales con las montoneras federales y los indios guaraníes de Andresito.

   Esa misma pelea tuvo también como escenario los mares del mundo. Vale la pena hacer un recorrido de aquellos bravos marinos  –como Guillermo Brown, Bouchard y otros menos conocidos– que, por cierto, cruzaron sus vidas una y otra vez. Por cierto, no había por entonces muchos marinos en el Plata, y la mayoría de ellos eran de formación británica, como Lord Tomas Cochrane, el almirante que acompañó a San Martín hacia el Perú.

La particular lucha corsaria

   Para este tema, nuestro año de partida es 1811. El 1 de febrero Bouchard es reconocido por el gobierno de Buenos Aires como segundo jefe de la primera escuadrilla naval.

   El bautismo de fuego –con una grave derrota para los patriotas− se produce el 24 de marzo en el combate de San Nicolás: el jefe de la expedición Juan Bautista Azopardo es tomado prisionero. Sin embargo, Bouchard, al mando de La Invencible tiene un papel destacado y conquista el reconocimiento de las autoridades.

   Ese mismo año William Brown, casado dos años antes con Elizabeth Chitty y con una hija, decide instalarse en Buenos Aires e inicia una actividad naviera de tipo comercial. Al año siguiente, cuando nace su hijo Guillermo, Brown se afinca en la “Kinta” de Barracas, donde construye su Casa Amarilla, la misma que todavía hoy se puede visitar.

   El 24 de abril de 1812 Bouchard es nombrado subteniente de Granaderos a Caballo y el 3 de febrero del año siguiente se destaca en el combate de San Lorenzo: toma el pabellón del portaestandarte español, le da muerte y lo entrega a su jefe, el coronel San Martín: la Asamblea Constituyente le concede la ciudadanía.

   La empresa comercial de Brown, entretanto, sufre el embate de embarcaciones españolas que apresan a las suyas, lo que lo decide a convertirse en corsario. Al año siguiente, es nombrado teniente coronel y se lo designa al frente de la escuadra patriota. Desde la fragata Hércules, Brown dirige una campaña muy exitosa: parte en abril de 1814, toma Martín García, bloquea Montevideo sumándose al “segundo sitio”.

   Las acciones decisivas contra la escuadra realista se libran en mayo, en aguas de Montevideo, frente al Puerto del Buceo donde Brown obtiene una victoria contundente. Los realistas se vieron obligados a incendiar dos de sus buques y cinco naves de su escuadra; algunas regresaron y otras optaron por poner proa… hacia España. San Martín destacó que era “lo más importante hecho por la revolución americana hasta el momento”.

   El triunfo de Brown en El Buceo se sumó al asedio de las operaciones terrestres y concluyó en la definitiva liberación de Montevideo concretada en junio de 1814.

Las patentes de corso

   Entretanto, el director Posadas le otorga patente de corso a la corbeta Halcón. Su comandante es Hipólito Bouchard y su armador Vicente Anastasio Echevarría, un rico inversor afín a los revolucionarios de Mayo.

   El lustro siguiente, entre 1815 y 1820, es el decisivo de nuestro relato y, también, el que lleva más lejos a los protagonistas de este capítulo. El comodoro Brown al mando de la fragata Hércules, que le fue donada por el gobierno, y un convoy integrado por el bergantín Trinidad –al mando de su hermano Miguel−, el bergantín Halcón –comandado por Bouchard− y la goleta Constitución –con Oliver Russell y armada por el patriota chileno Julián Uribe–, se dirige hacia el Pacífico. Con su rumbo prefijado hacia Chile, Perú y la Gran Colombia Brown inicia su campaña con éxito, pero el destino de este período no será el mejor para él: en el invierno de 1816 pasa del Pacífico al Atlántico y, en el Caribe, es apresado por los ingleses.

   Dos años después, en Buenos Aires, fue sometido a corte marcial acusado de deserción y un tribunal militar lo condena y embarga sus bienes. Su familia se había trasladado a Inglaterra en 1817 y el proceso en su contra lo sume en la depresión: antes de que el director Rondeau dicte su sobreseimiento en 1819, Brown intenta suicidarse.

   La campaña, sin embargo, había sido exitosa. Bouchard, con la corbeta Halcón, se había unido a Brown y el 31 de diciembre de 1815 firmaron en la isla de Mocha, frente a la costa de Chile −un refugio de piratas como Francis Drake y Oliver Van Noort− un acuerdo sobre las acciones corsarias conjuntas. El 16 de enero de 1816, los dos marinos, en una acción sorpresiva toman la fortaleza de El Callao, un estratégico puerto realista del Perú.

   Tras el éxito, continúan su periplo hacia el norte y, el 8 de febrero, atacan Guayaquil. En las acciones de lucha Brown es tomado prisionero. Una semana después es rescatado por su hermano Miguel y por Bouchard, luego de amenazar con bombardear la población.

   Al mando de la Consecuencia –que pronto será rebautizada como La Argentina− Bouchard toma el camino de regreso a Buenos Aires donde toca puerto el 18 de junio: se entera entonces que, en Tucumán, un Congreso declaró la independencia.

La Argentina en el Pacífico

   Al cumplirse exactamente el primer aniversario de la emancipación, el 9 de julio de 1817, La Argentina zarpa con la intención de cubrir un amplio itinerario. Bouchard, el corsario de las Provincias Unidas, lleva en su camarote un documento único que la ha dado el gobierno: varias copias autenticadas de la Declaración de la Independencia. Aprovechándose de los buenos vientos, La Argentina zarpa con las actas en sus baúles: la figura retórica no suena forzada.

   El 4 de septiembre de 1817 la nave echa el ancla en Tamatave, en la isla de Madagascar sobre el Océano Índico. La impronta democrática que agita las banderas de la nave se hacen sentir. Bouchard se hace cargo de vigilar con sus cañones que los buques negreros no logren sacar sus “presas” humanas para engrosar el tráfico de esclavos: Bouchard, un francés “napoleónico” y republicano, predica con el ejemplo.

   Poco después, un brote de escorbuto en la tripulación lo llevará a detenerse en la Isla Nueva de la Cabeza de Java. Pero no tiene paz: el 7 de diciembre de 1817, con sonado éxito, libra un combate contra los piratas malayos que lo asedian.

   Bouchard recorre mundo; recibe noticias vagas de que su camarada y anterior jefe Brown no la está pasando bien y que se ha retirado momentáneamente a negocios privados, pero él, ya jugado en las antípodas de América, continúa su misión. En agosto de 1818 arriba a las islas Hawaii y, en representación del gobierno de las Provincias Unidas, firma un tratado con el rey Kamehameha I que se convierte así, en el primer gobernante extranjero en reconocer a la nueva nación.

Ondea la azul y blanca

   Bajando hacia el sur los corsarios atacaron varias ciudades y puertos de la costa americana del Pacífico, como en Nicaragua. Aunque no está probado se dice que su influencia fue tal en Centroamérica que los colores azul y blanco terminaron por imponerse como emblemas de la independencia y que de allí derivan la mayoría de las banderas de los países centroamericanos, como Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala que en 1823 constituyeron las Provincias Unidas del Centro de América cuya enseña, en sus colores y distribución, es idéntica a la creada por Belgrano diez años antes.

   Al tocar nuevamente El Callao la escuadra se pone al servicio de la campaña de San Martín y provoca graves daños, pero Bouchard es apresado y acusado de piratería.

   El 9 de diciembre de 1819, después de que un puñado de granaderos enviados por el coronel Mariano Necochea toma La Argentina y enarbolan nuevamente la bandera nacional, se llega a una sentencia transaccional que permite la liberación de Bouchard.

   Otro marino, fundador de la armada chilena, el británico Thomas Cochrane −apodado “El lobo de los mares”−, será en adelante el principal protagonista de las nuevas incursiones marítimas sobre el Perú. Mientras Brown asiste desde las sombras a la crisis política de las provincias Unidas del año veinte, Bouchard continúa la lucha alistado en el ejército sanmartiniano, sumado a los últimos episodios bélicos de la emancipación hispanoamericana.

   Nuestra independencia tiene, por lo tanto, el sabroso condimento aportado por los marinos corsarios. Pero estas páginas incluyen otras, casi desconocidas, de esta misma lucha emancipadora librada en los mares del mundo, epopeyas y andanzas que veremos en próximas entregas.